Publicado originalmente el 9 de febrero de 2008 por Carmen en Tukitina’s World.
Hay días duros, días felices, días extraños, días sorprendentes. Los hay de muy largos y de extrañamente cortos, de fríos y cálidos, de amables y de amargos… Pero sin duda hay un tipo de día que destaca sobre el resto, los tontos. Aquellos en los que te despiertas entre melancólico y triste. Aquellos en los que cada color, olor o gesto parece traer un recuerdo por largo tiempo olvidado. Aquellos que te hacen viajar en el tiempo y te dejan en una especie de estado catatónico, de empanamiento mental insoportable, en fin, de insufrible tontería.
Cuando un día cualquiera se convierte en tonto no puedo evitar preguntarme qué extraña fuerza es la que despierta esa estúpida nostalgia, pero por más que busque no consigo encontrar respuesta alguna. Prefiero pensar que es una cuestión puramente hormonal, me resulta menos doloroso que admitir que echo de menos algunas cosas que debería haber olvidado por el bien de mi débil salud mental.
Sí, en efecto, hoy tengo un día tonto. He recordado historias que no sólo creía olvidadas, sino que se presentan en mi memoria situándose en esa sutil barrera que separa los sueños de la realidad. Me he dado cuenta de que odio las fotos y las viejas cartas, que guardo en algún lugar, porque son la única prueba de que esos recuerdos corresponden a una realidad pasada, casi a una vida anterior, y no a un extraño sueño que por algún absurdo motivo se ha colado en mi imaginación. Tal vez debería quemar todo eso que acumulo en los armarios, deshacerme del pasado. Pero no me atrevo. La única manera de hacer desaparecer mi pasado es desapareciendo yo con él y, seamos sinceros, es posible que esté tonta, pero no tanto…
Mañana será otro día y los recuerdos volverán a sus oscuros rincones y el presente ocupará de nuevo el lugar protagonista que le corresponde.





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