Y, al fin, el verano huele a verano.
Terminé el domingo, aunque debo admitir que ese último examen de dos horas desde las 11:30 de la mañana fue más una prueba de resistencia que de conocimientos. El calor era infernal y por más aire acondicionado que hubiera en la sala, la sensación era asfixiante -aunque, quizás, el cansancio acumulado ayudaba a eso casi tanto como las temperaturas caniculares-.
En fin, que ayer me tomé el día de descanso. Para ser exactos, diré que estuve en un estado de letargo similar al de los osos cuando hibernan, pero con todo al revés, es decir, con un calor de morirse y un hambre atroz, que era casi el único motivo por el que me levantaba del sofá.
Hoy estoy algo mejor -no demasiado, no nos vengamos arriba-, pero, además, tengo claustro, así que no me queda otra que poner fin a mi pequeño descanso y aceptar que tendré que recuperar fuerzas mientras me reincorporo a la rutina. Muy fácil todo.
Esta temporada de exámenes, que ha coincidido con mis vacaciones, porque, ya sabéis, a cierta edad, si no es vacaciones mediante, lo de preparar una examen en condiciones es prácticamente imposible, me ha traído un montón de ideas a la cabeza y algunas de ellas ni siquiera las he asimilado del todo todavía.
Supongo que necesito reposarlas, observarlas y seguramente también cuestionarlas, pero ahora mismo, aunque no quiero precipitarme en mis conclusiones, la sensación es que necesito un cambio de vida, o, al menos, de enfoque. Creo que, en algún momento del camino que me ha traído hasta aquí, he olvidado cosas importantes, como, por ejemplo, quién soy, y me he dejado llevar por impulsos, ideas y necesidades que ni siquiera son mías.
Sé que todavía estoy cansada porque el mero hecho de escribir esta entradita de blog me supone un esfuerzo enorme, así que voy a dar por cumplido el propósito de retomar hoy el blog y dejarlo aquí, con el compromiso de retomar la publicación diaria y la confianza de que cada día será más sencillo que el anterior, hasta volver a la normalidad.





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