Mi guerra del arte

Hablemos de la Resistencia. Steven Pressfield se refiere a ella como una fuerza opuesta y correspondiente en intensidad a cualquier empeño que te propongas, en especial si es creativo, pero, según el autor de Legend of Bagger Vance tanto podemos toparnos con ella al decidir empezar una dieta o a ir al gimnasio como al iniciar la escritura de una novela. Y no, no solo aparece en el inicio de cualquier proceso creativo, sino que acecha constantemente, a la espera de cualquier oportunidad, cualquier señal de flaqueza por parte nuestra, para así desviarnos de nuestro camino, apartarnos de nuestro propósito.

No me gusta demasiado el nombre de Resistencia, pero, claro, no se supone que deba gustarme absolutamente nada de ella, pues hasta cabría el peligro de que acabara romantizándola. Lo que puedo asegurar es que esa fuerza opuesta y proporcional a nuestro empeño en cualquier iniciativa existe, pues yo la he experimentado múltiples veces. Toma muchas formas y siempre ataca por donde menos lo esperas, pero, si te despistas, estás listo.

También es verdad que Pressfield habla de fuerzas positivas, como la inspiración, representada por las musas, que nos ayudan y empujan, siempre que haya empuje por nuestra parte primero. La toma de acción en primer lugar y de forma principal debe ser nuestra, viene a decirnos.

Pressfield tiene varios libros dedicados a esto de la vida creativa, todos en torno a la misma premisa de Empeño/Resistencia/Musas. El primero, y creo que el único traducido al español, que he convertido en mi libro de cabecera, es La guerra del arte, y nunca me cansaré de recomendarlo a cualquiera que quiera dedicarse a esto de la escritura, o cualquier otro arte u oficio análogo.

Pero, además de esa lucha encarnizada y diaria contra la Resistencia y, gracias a nuestro trabajo, con el favor de las musas -llámalas musas, llámalo universo, o lo que mejor te convenga-, Pressfield también habla en sus libros de la necesidad de dedicarse 100% a la labor creativa. Resumiendo mucho su argumentación, diremos que si de verdad quieres algo, no valen medias tintas y en el mundo creativo, que suele requerir un esfuerzo descomunal, menos todavía. Y esto, amigos, se resume en, si quieres ser escritor, dedícate a escribir, aunque tengas que pasar una temporada durmiendo en un coche -como el propio Pressfield- o en un autocaravana -como Stephen King y su mujer antes del bombazo de Carrie-.

Por suerte, si me atreviera a probar su método al completo, no tendría que vivir en una autocaravana -es más probable que acabe en una si me quedo mucho tiempo más en Ibiza, tal y como están los alquileres por allí- porque una de las cosas que gané en previos sacrificios de sueños y ambiciones fue, precisamente, una casa en propiedad, y las facturas, afortunadamente, son asumibles. La parte material, pues, estaría más o menos satisfecha, habría que estrecharse el cinturón y renunciar a caprichos y chorradas varias, pero, oigan , por un sueño como el de dedicarse a la escritura, es un precio pequeño, ¿verdad?

El problema, la Resistencia, en mi hipotético escenario, tiene la cara de mi suegra y la risa sarcástica de su marido. Y, tras ellos, innumerables personas sin rostro del todo definido que se mofan y me señalan. Es como si a ese sinfín de espectadores, entre los que hay tanto seres queridos como desconocidos, les debiera una explicación justificada de la decisión de seguir mi sueño. Diría más, es como si a ese público no deseado, pero del que no consigo librarme, nada de lo que hiciera les pareciera bien, salvo lo que ellos dictan. E, incluso, si sigo sus dictados, hay juicio y señalamiento.

Pero, peor que todo eso, es, me temo, mi falta de convicción. Y me explico, una servidora es capaz de hacer muchas cosas con todas las opiniones en contra, siempre y cuando esté totalmente convencida de que es el camino adecuado. A mis 42 años tengo múltiples ejemplos de ello, que no viene a cuento enumerar ahora, que me llevan a preguntarme en esta ocasión qué demonios es lo que pasa. Porque aquí el problema ya no es el imaginario público eternamente insatisfecho ni la susodicha Resistencia. En absoluto. Aquí el problema sería yo, que, o bien no me siento capaz de luchar -de nuevo- por mi sueño, no sea que vuelva a fracasar; o bien no creo que sea lo suficientemente buena y piense que primero debo probar en un entorno controlado -obviando ahí todos los inconvenientes, que son muchos, de ese entorno-; o bien sigo desconfiando del sistema y de la industria. Pero esta última ni siquiera me parece una excusa.

La opción segura, la fácil, es optar por practicar en un entorno controlado hasta que, de alguna manera, suene la campana. Esa es la opción tradicional, la que prefiere mi imaginario público eternamente insatisfecho, y, por supuesto, la Resistencia. Esa es la que implica no querer al 100% lo que se supone que quieres, la de amar solo a medias.

Pero la creación -¿me atreveré a llamarlo arte?- es una forma de amor, quizás una de las más elevadas y puras, y es un amante exigente. Algo así no se puede amar a medias, si es que acaso existe algún supuesto en el que el amor a medias pueda considerarse como tal, y personalmente creo que no.

El amor, implica entrega gustosa y eso es lo que la creación -¿el arte?- pide. Uno no puede ser un creador -¿artista?- a medias. O lo eres o no. Y ahí no entro en las apreciaciones ajenas, porque en esta ecuación no caben. Se trata de ser y vivir con sentido y significado, acorde a lo que se es. Quizás, sencillamente se trata de aceptarse y defenderse. Tal vez, para que exista amor al arte debe de haber amor propio en primer lugar. No lo sé.

La cuestión es si me atreveré a dar el paso y seguir los consejos de Pressffield en esto de la vida creativa, siendo a medias, amando a medias, y dejando que un gentío imaginario dirija mi vida por el camino que marque la Resistencia.

Menudo dilema para una mañana de julio cualquiera.

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