Escritora accidental: Escribir para pensar, para entenderse o para crear la historia que deseas leer

Hoy podría escribir sobre por que este fin de semana ni he escrito ni he hecho ejercicio, aunque la entrada quedaría demasiado corta. Todo se reduce a que, en las actuales circunstancias, prefiero dedicar los días de descanso a aquello que el resto de la semana no puedo tener. No hay misterio.

También podría hablar sobre los cambios y las esperas, pero me he dado cuenta que hay ciertas cosas, demasiado personales, demasiado privadas, que prefiero no airear. O, al menos, no hacerlo de esta manera o no en este momento.

Y podría escribir sobre esos micromachismos, que en realidad son muy macro y están tan perniciosamente arraigados en las vísceras de la sociedad, que muchas personas ni siquiera saben identificar. Ese fue un tristemente divertido tema de debate anoche. Pero no me apetece volver a entrar en esa rueda.

Por último, podría escribir sobre un pensamiento que ni es nuevo, ni es mío. O, al menos, no del todo. Es de Jaime Gil de Biedma, que solía decir de sí mismo que era un escritor accidental, pues, en realidad, solo era un lector que, en un momento dado, se había visto impelido -casi obligado- a coger la pluma.

Resulta que sí, que a veces se escribe por pura necesidad de dar salida a aquello que tenemos dentro y solo sabemos procesar con tinta. También, de vez en cuando, escribir es una de las mejores formas de pensar. Una servidora, por ejemplo, solo piensa con cierta claridad cuando lo hace por escrito y, preferiblemente, a mano.

Pero hay más modos de ser un lector que escribe. Incontables, me temo. Mi preferido, quizás porque encajo en él, quizás porque me cuesta horrores aceptarlo, es el del lector que se escribe a sí mismo los libros que quiere leer y no acaba de encontrar.

Y esa soy yo: una lectora que escribe para pensar y para entenderse, para estar en paz consigo misma, para acallar la mente. Pero, sobre todo, una lectora que se cuenta las historias que quiere -necesita- leer. Y eso, amigos míos, me hace sentirme como un fraude, pues en mi fuero interno creo que un escritor debe desear crear y, especialmente, hacerlo para los demás, sean esos otros el frío y mecánico mercado editorial o los lectores.

Pero no, yo no escribo para nadie, salvo para mí. Y me importan un bledo las modas, las tendencias, los géneros, los estilos… Porque escribo para mí, con el único fin de poder leer esa historia que tantos años llevo buscando pero todavía no he conseguido encontrar.

Eso sí, querido lector, no te tomes esa última confesión como algo personal. Pues sí, es posible que escriba para mí -y para pensar, y para aclararme-, pero, en todo caso, me encanta que me lean -que me leas-. Quizás ese sea el rasgo más propio de un escritor que poseo, ese exhibicionismo visceral; ese ego, que nos lleva a compartir lo que hacemos, nuestra obra; esa necesidad de que las almas afines se identifiquen con nuestra esencia -¿nuestro dolor?- impreso en negro sobre blanco.

En fin, quizás, el próximo lunes hable del fin de semana, de los cambios, las esperas o todo el camino que falta por recorrer para que ser mujer no sea un condicionante para nada. O tal vez, simplemente, volveré a usar el blog para pensar, comprenderme y calmar a esta hiperactiva cabeza mía.

Deja un comentario

Comentarios

¿Vienes conmigo?

Suscríbete a La Enésima Aventura y recibe cada nueva historia directamente en tu buzón.

Esta página es solo un tramo del sendero

Deja tu correo electrónico y camina conmigo: encontrarás sueños, relatos y novelas que crecen capítulo a capítulo.