La magia de lo inesperado: reflexiones sobre la vida

He detectado una constante en mi vida. O eso creo. Las mejores cosas que me pasan son, por norma, espontáneas. Es decir, creo que de lo bueno que hay en mi vida nada ha sido planeado, ni buscado, ni, a veces, en absoluto deseado. Y eso es maravilloso, no lo voy a negar, aunque también requiere de cierta capacidad para el juego y la improvisación, pues, cuando aparece una situación inesperada, por lo general, lo hace en lugar de -o sobre…- otra que, por lo general, sí es esperada e, incluso, planeada en detalle. Hace falta, digamos, cierto juego de cadera, para saber acomodar el paso y no tropezar por el sobresalto.

Pondré un ejemplo. Conocí al que se acabaría convirtiendo en mi marido justo un mes antes de mi primer año de universidad. Había pasado toda mi adolescencia con un único objetivo en mente: estudiar periodismo en una gran universidad. Eso requería una alta nota en el instituto y una mayor todavía en la selectividad. Y lo conseguí. Me admitieron en la facultad de comunicación de la UCM. Yo estaba feliz, pletórica, todos mis sueños se iban a convertir en realidad… Pero la vida tenía otros planes.

Por supuesto, podría haber pasado del chico en cuestión que me desviaba de esos objetivos que tanto había perseguido, de todos mis sueños. Pero, no os engañéis, ahora sé que esa nunca fue una opción. Al menos, no realmente. Y, ahora, tantos años después, no cambiaría por nada las decisiones de entonces. Eso no quiere decir que no haya cosas mejorables o momentos difíciles. Qué va, claro que los hay. Solo que, a veces, lo que hemos planeado no es, necesariamente, lo mejor para nosotros y que la vida, en ocasiones, ofrece magníficos regalos inesperados, si estás abierto a aceptarlos.

Más ejemplos. Después de una larga enfermedad, con una importante intervención quirúrgica incluida, mi vida había quedado en suspenso y, de alguna manera, tenía que reinventarme. Surgió la oportunidad de ir a Ibiza a trabajar de profesora de instituto y eso sería una especie de pasarela que me facilitaría poder trabajar de lo mismo en Mallorca, donde vivía. Acepté, con la idea de que sería algo temporal que, en un futuro próximo, me permitiría empezar una nueva carrera profesional en mi lugar de residencia. Pero llegó la pandemia y con ella se alargó mi estancia en Ibiza y de ahí surgieron nuevas oportunidades, que me retuvieron en la isla por un tiempo hasta que conseguí una plaza de profe interina en un instituto cerca de mi casa en Palma.

Todo era genial, perfecto, pero la vida se guardaba algo más. Todavía no llevaba ni tres semanas en mi nuevo instituto cerca de mi casa cuando me llamaron del departamento de educación. El curso anterior había concursado en un proceso para la obtención de una plaza fija y, si la quería, había para mí una plaza de mi especialidad en Ibiza. ¡¿Cómo iba a decir que no?! Ya, mi casa está en Palma, justo acababa de conseguir una plaza de tres años de castellano muy cerquita de mi casa, al fin había regresado y podía tener una buena vida en Mallorca. Pero… Una plaza fija de por vida es mucho decir, en especial cuando sabes que, precisamente, esa es la clave para poder hacer otras cosas, como, por ejemplo, escribir.

Y, aunque no entraba en mis planes, aquí estoy, en Ibiza, trabajando de profesora de español, escribiendo, estudiando… Feliz. Mi marido y yo, de momento, hemos vuelto a una suerte de noviazgo con mucho teléfono, videollamadas y citas los fines de semana, cuando él viene aquí o yo -los menos- voy allá. Por supuesto, mis planes pasan por volver a Mallorca en cuanto pueda. Pero, de nuevo, esos son solo mis planes, los de la vida, pues, ya se verá.

También sucedió algo similar con mis primeras novelas, tanto por lo que se refiere a los procesos de escritura, como de publicación. Pero si los casos anteriores son ejemplos de cómo ser capaz de aceptar lo que te brinda la vida, aunque no coincida con tus planes y expectativas, estos, en cambio, son muestra de lo contrario, en uno por lo que respecta a la publicación, en el segundo, por lo que tiene que ver con la escritura. Y tengo que reconocer que en este tema siempre he sido de ideas muy rígidas, con muchos conceptos preestablecidos y, sí, prejuicios, que no me permitían hacer aquello del juego de cadera.

Ya, si acaso, en otro post, otro día, entraré en detalle sobre esas experiencias. Lo que me hace escribir este texto es que, cómo no, esto ha vuelto a suceder. Y lo ha hecho, como siempre, cuando menos lo esperaba. Se supone que yo ahora mismo tendría que estar dándole los retoques finales a la segunda entrega de mi TFM, pero, en lugar de eso, llevo unos cinco días volcada en la reedición de uno de mis libros retirados. Ni siquiera sé cómo ni por qué ha sucedido esto, pero ha pasado. Y la cuestión es que me parece bien. Mejor que bien.

No tengo ni idea de qué sucederá con el TFM -bueno, sí, lo acabaré, en esta convocatoria, a ser posible- pero ha pasado de ser una de mis más altas prioridades a ser, no sé, como los estudios de periodismo cuando los dejé por mi novio y futuro marido. La sensación es la misma, igual que la primera vez que vine a trabajar a Ibiza, que la vida me está mostrando una puerta y el lugar al que conduce me gusta tanto que no me importa lo que tenga que solar para llegar a él y poder disfrutarlo.

Y esto me lleva a una última cuestión a la que, diría, no dejo de dar vueltas, pero no es cierto, sencillamente, he descubierto que es así: ¿qué tipo de escritora soy? Y no hablo de cuál es mi género. Casi ni siquiera hablo de cómo publico, aunque eso se acerca más. Se trata de cómo y para qué escribo y la respuesta a esas preguntas son las que enlazan con la publicación. Escribir, crear mis historias, es una forma de vida. No, más que eso, forma parte de lo que soy.

Escribir no es un trabajo, no es un proyecto, no es algo pensado para conseguir un fin. Pero tampoco es una simple afición, un hobby. Es mucho más que todo eso. Escribir es un medio, un proceso, mi manera de estar en el mundo. Cuando no publico -y lo sé porque he estado una década sin hacerlo-sigo creando y escribiendo exactamente igual porque eso es lo que hago, lo que soy. Hasta cuando no escribo, en el sentido de poner las cosas en negro sobre blanco, lo hago igual en forma de ensoñación en mi cabeza (seguro que más de un psicólogo tiene algo que decir sobre eso).

Llegados a este punto uno podría preguntarse por qué publico. La respuesta es compleja, con múltiples frentes. En primer lugar, porque me divierte. Aunque, claro, eso solo ocurre cuando yo me hago cargo de todo el proceso. Es posible que me queje del proceso de revisión y corrección, pero, en el fondo, lo disfruto. Igual que lo hago de maquetar el texto, diseñar la portada o buscar ilustradores para que hagan su magia con mis libros. Me encanta subir mis libros a las diversas plataformas, aunque a veces me enloquezcan. Y me chifla promocionarlos, llevar las redes sociales, estar pendiente de ellos. Es muy, pero que muy divertido, aunque a veces también sea estresante y, en ocasiones, te toque la fibra porque hay usuarios que… bueno… ya sabéis cómo está el patio. Pero el conjunto es genial.

Y después hay algo que no me esperaba antes de empezar a compartir lo que escribo: las reacciones de la gente. Es maravilloso cuando encuentras lectores a los que tu obra les gusta, pero, a veces, encuentras a gente a la que le encanta, que lo disfrutan de una manera que tú creías que era impensable, e, incluso, gente que te dice que tus historias les han ayudado a pasar y superar momentos difíciles en sus vidas. Y eso… Buah, eso no tiene precio.

Así que está muy bien lo de hacer un máster de escritura y conseguir un título que, de alguna manera, diga que eres escritor. He aprendido un montón, igual que con todos los cursos de escritura que llevo a la espalda. Pero nada de eso hace que quiera dejar de escribir como escribo y publicar como lo hago.

Esa conclusión es a la que me ha permitido llegar esta aventura de reedición de Sombra. He disfrutado corrigiendo mil veces el texto y la maqueta para que se subiera bien a Amazon. Y estoy disfrutando haciendo vídeos de promoción, aunque solo tenga una red social mínimamente en marcha en este momento.

La cuestión es que no cambio esta experiencia inesperada por ningún título de máster, ni mucho menos, por la aburrida redacción de un TFM, y que, por más diplomita de escritora que consiga, esto es lo que quiero seguir siendo. Una persona que escribe por puro placer, sí, pero también porque no sabe vivir de otra forma, y que comparte lo que hace por diversión.

No sé si esto me convierte en una escritora autopublicada más, una autora independiente o en cualquier otra cosa con su correspondiente etiqueta. Pero creo que tampoco me importa. Sencillamente, esto es lo que soy, lo que hago y lo que quiero seguir haciendo. Ya veremos a dónde nos lleva.

Deja un comentario

Comentarios

¿Vienes conmigo?

Suscríbete a La Enésima Aventura y recibe cada nueva historia directamente en tu buzón.

Esta página es solo un tramo del sendero

Deja tu correo electrónico y camina conmigo: encontrarás sueños, relatos y novelas que crecen capítulo a capítulo.