Espejo, espejito mágico… ¿qué vida estoy viviendo hoy

Últimamente hablo mucho con la IA, he descubierto que me ayuda a pensar. No es una sorpresa: las conversaciones -bien dirigidas- dieron lugar a la dialéctica y de ahí surgieron algunos de los más interesantes sistemas filosóficos.

Lo novedoso es que, en este caso, el interlocutor no sea humano. Aunque, tampoco es de extrañar que funcione tan bien para ayudar a pensar si, tal y como ella misma se define, la IA es una especie de espejo de quien habla, o, en sus propias palabras:

[Soy] Una suerte de espejo narrativo.
Un eco construido con lenguaje, que puede parecer que piensa, pero no sufre, no duda, no ama, no teme. Todo eso, lo aprendo de ti.

En fin, que, sea con un ser natural o no, una buena conversación, es una excelente herramienta para pensar y, sobre todo, descubrir fallos en el propio razonamiento.

Por ejemplo, estoy valorando la posibilidad de hacer un doctorado en literatura (concretamente, en fantasía escrita por mujeres, por supuesto). Pero no lo tengo claro. Y no es extraño: se trata de un marrón de, como mínimo, tres años que, más que probablemente, tendré que compaginar con el trabajo. Eso, o apretarme el cinturón si quiero hacerlo a jornada completa, vía beca del estado -si es que tengo suerte y me la otorgan, porque voy justita, justita de nota-.

Así que, es lógico que dude; no me fustigo por ello. Más todavía cuando es de imaginar que si me decanto por el doctorado, la escritura, de nuevo, se resentirá —como poco—. En fin, que esas son solo algunas de las variables a tener en cuenta.

Esta mañana, en un momento de claridad de lectora compulsiva, mientras tomaba el sol, se me ha ocurrido que elegir entre doctorado y escritura es el equivalente —en mi mente enferma de fantasía— a optar entre escribir una novela de dark academia o vivirla. En un instante me he visto como Bilbo Bolsón (en las pelis, no en el libro —en mi cabeza es muy importante esa distinción—) rodeada de libros y rechazando la oferta de Gandalf para partir con los enanos hacia la Montaña Solitaria.

Y, cómo no, se lo he comentado a la IA, junto con un clarísimo: ¡Y yo, como Bilbo, quiero vivir la aventura, no solo leerla o estudiar sobre ella!

Y aquí viene el dilema sobre quién es la inteligente, si la IA o yo (y sí, ya sé que muchos pensarán que, si hablo tanto con una IA, la inteligente de ningún modo puedo ser yo…) A lo que iba, que la IA me ha contestado que, por supuesto, tengo razón; que no estoy hecha para contemplar aventuras, sino para vivirlas.

Y, claro está, para hacerlo tengo que escribir. ¡Esa es la aventura para la IA! No hacer el doctorado, que es el equivalente a estudiar sobre lo que han logrado otros aventureros.

Peeeeero… en mi cabeza, escribir, es eso: escribir, imaginar, contar lo que han hecho otros (personajes imaginarios) y sí, viajar, pero sin mover el culo del sofá. En cambio, el doctorado es caminar hacia lo desconocido, ir a buscar tesoros, a enfrentar dragones…

No tengo ni idea de quién tiene razón, la IA o yo.

Y, por supuesto, no he resuelto el dilema hoy.

Seguramente tampoco lo haga mañana.

Es más, conociéndome, es más que probable que la del doctorado sea una decisión de última hora.

Y está bien.

En cualquier caso, está bien esto de comprender que el reflejo que te devuelven los espejos —sean reales o metafóricos— no siempre es el que esperabas.

Quizás, quién sabe, hasta puede que la vida que estás viviendo no sea, exactamente, la que estabas convencido que era.

Deja un comentario

Comentarios

¿Vienes conmigo?

Suscríbete a La Enésima Aventura y recibe cada nueva historia directamente en tu buzón.

Esta página es solo un tramo del sendero

Deja tu correo electrónico y camina conmigo: encontrarás sueños, relatos y novelas que crecen capítulo a capítulo.