Ya hace años que en Sant Jordi no voy a ferias ni a firmas de libros. No como escritora, quiero decir. Pero todavía se siente incorrecto. Incómodo. Mal.
Si tuviera psicóloga —cosa que debería plantearme seriamente—, me la imagino diciéndome que esa sensación desagradable la provoca el ego.
A todos nos gusta que, una vez al año, nos halaguen, nos mimen, nos festejen…
Por mí nunca se formaron grandes colas —todavía, pide que matice mi esperanza desde la cárcel de realidad en la que la tengo encerrada—, pero de haberlas habido, creo que también las añoraría.
Pero, a veces, como hoy, pienso que esa sensación de incorrección no proviene del ego. Que ni siquiera es mía. O no del todo.
Entonces pienso que son los personajes que no fueron —los que no llegué a construir, o, peor, los que dejé incompletos, a medio hacer— quienes presionan desde algún lugar de mi alma para que vuelva a ellos y, al menos, les otorgue la decencia de existir.
Y cuando esto ocurre, las ganas de mandarlo todo al carajo volcarme por completo en las historias, creedme, son inmensa. Infinitas.
Pero no se trata de eso, ¿verdad?
Se trata de ser completa, de ser todo lo que soy, y, además, seguir con mis cuentos y mundos de fantasía.
Ese fue siempre el plan.
Pero es tan difícil encontrar la fuerza, la constancia, la voluntad para dedicarle a mis universos aunque sea solo una horita al día.
Una hora.
Con eso, quizás bastaría para que, por acumulación y fuerza de empeño, incluso por pura tozudez ante la falta de talento, las historias llegaran a puerto —no necesariamente a uno bueno, pero a alguno, al menos—.
Y lo llevo mejor, creedme.
Cada día son más las jornadas en las que encuentro esa hora para dedicar a lo que no existe más que en mi cabeza, a los personajes a medias que guardo en un rincón mal ventilado del alma…
Aunque también hay ocasiones en las que pierdo las fuerzas, la vida se complica y la realidad muestra el filo…
Entonces, aunque durante varios días —quizás semanas— ni sueñe, ni cree, ni escriba, siempre hay algo que acaba sacándome del letargo: un comentario en redes, un nuevo seguidor en el blog o, todavía, —sí, todavía—, un nuevo comentario en Amazon, una nueva reseña o, incluso, una improbabilísima venta en el día de Sant Jordi de una de mis novelas.
¿Cómo no seguir de esta manera? ¿Cómo ignorar los tirones en la manga? ¿Cómo parar? ¿Cómo no emocionarme al verlo y escribir una entrada como esta porque es la única manera que tengo de decir gracias?
Gracias.
Porque mientras haya un solo susurro que me llame desde esas páginas vacías, yo seguiré. Seguiré siempre. Siempre.





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