Lo que me salva estos días

Este verano pensaba que este blog corría el riesgo de acabar en mi particular almacén de blogs archivados. Resultó que, tras el fallecimiento de mi padre, se me secó la escritura. No había modo de juntar frases, palabras, ni letras… Nada. Sencillamente, era incapaz de escribir.

Después, en algún momento, no sé si por acumulación de circunstancias o por casualidad, hice algunos vídeos sobre lo que estaba viviendo. Sin guion, claro. Todo con tal de no escribir. En todo caso, sí fue una manera de canalizar el dolor, de sacarlo fuera, de soltarlo.

Pero creo que eso no fue suficiente. Casi de inmediato mi cuerpo me traicionó y se rompió. Al dolor emocional, se sumó el físico. Dejé los vídeos. Y seguía sin poder escribir. O, al menos, no en el blog. Ni la novela esa que arrastro desde antes de que existiera el editor de bloques de WordPress. Ni relatos. Nada.

La imposibilidad de moverme me devolvió a mis cuadernos de páginas amarillas, como aquellos que salen en las pelis americanas —sí, soy así de tiquismiquis con la papelería, como si cada cuaderno pudiera ser el elegido para mi nueva gran obra—, pero, hasta entonces, solo podía escribir sobre el dolor físico, el paisaje, la rutina, que no era tal, del verano.

Tal era el estado, que hasta dejé de soñar. Las noches pasaban en blanco. O, mejor dicho, en negro, porque mi sensación, cuando no sueño, es como que se apaga la luz y la sala —¿o la pantalla?— se queda a oscuras.

Pero hace unos días, pocos, (ocho, para ser exactos), salieron palabras.

No las escribí en el susodicho cuaderno amarillo, que está más lleno de garabatos que de texto. Ni tampoco en el blog. Qué va, las escribí en una plantilla de TikTok.

Ni siquiera me molesté en montar el vídeo en un editor, usé el de la propia aplicación. Básicamente, echaba de menos cómo me sentía en verano, antes del dolor físico, cuando aquellos vídeos eran una válvula de escape para todo aquel otro dolor, más denso, más pesado, peor, que ahora se me acumulaba en el alma.

Así que publiqué aquel vídeo en TikTok. También lo convertí en entrada del blog. Y al día siguiente publiqué otro vídeo. Después un estado. Otra entrada. Algo en Instagram… Y, en algún punto, volvieron los sueños. Y, sin que me diera cuenta, volvió también la escritura.

El dolor no se ha ido, ni el del alma, ni el del cuerpo. Pero han vuelto los sueños y también las palabras.

Estos días, el dolor físico ha sido fuerte. Mucho. También he empezado con medicación a la altura del dolor, lo que me deja en una suerte de limbo extraño. Aunque, es curioso, ese espacio liminar en el que se alivia el dolor del cuerpo parece aliviar también el dolor del alma.

No me malinterpretéis, no hay arsenal de pastillas capaz de anular el dolor por la pérdida de un ser querido. Y, de existir tal remedio, no sé si querría tomarlo porque, me temo, lo sentiría como una traición al amor sentido. Creo que, de algún modo, ese dolor y aprender a reconocer en él el amor hacia aquella persona, su recuerdo y, en cierto modo, su presencia, que sigue en ti, es algo hermoso. Porque lo bello no es opuesto a lo doloroso, sino que a veces, incluso, ambos son complementarios.

Pero, en todo caso, esta medicación, que me transporta a otro estado en el que el dolor, físico y emocional, sin desaparecer, se transforma en circunstancia y deja de ser centro y eje de todo, parece haber sido la chispa que necesitaba para que las palabras volvieran, y, sobre todo, el blog se salvara.

Aunque, ahora mismo, no sé si debería decir que es el blog el que me está salvando a mí, porque no hay manera de explicar el bien que me está haciendo estar entretenida con la reorganización del contenido, el diseño, la creación de páginas, de menús…

Sí, el dolor sigue, implacable, igual que yo sigo aquí, sentada, enchufada a una almohadilla de calor, entre pastillas e infusiones, con música suave de fondo y los contornos de mi campo visual difuminados y la sensación de estar navegando en un mar en relativa calma.

Mi realidad se ha vuelto sueño —tanto que me quejaba yo de no soñar…— y en esta particular aventura este blog es, si no mi centro, mi sextante o hasta puede que mi ancla. Es, en pocas palabras, esa cosa que me importa lo suficiente como para esforzarme en ella a pesar del subidón farmacológico y el dolor, pero al mismo tiempo es lo suficientemente intrascendente como para poder hacerlo en este estado en el que ni siquiera soy capaz de caminar en línea recta.

Debo decir que, a pesar de todo este desastre existencial, hay una parte de mí —una bastante morbosa y retorcida, cabe señalar— que está «disfrutando» de encarnar el mito del escritor adicto al psicotrópico de turno. Menos mal que, otra parte de mí —más sensata— teme engancharse a la medicación si tanto me ayuda con soltar la escritura, después de tanto tiempo de absurdos bloqueos y atascos.

Aunque, lo importante aquí, supongo, es seguir adelante. Si ahora la medicación y el blog ayudan, pues medicación y blog. Ya, una vez pasado el bache, ya nos ocuparemos de los daños colaterales y, quién sabe, quizás hasta puede que del trance salga un librito testimonial de cómo dejé las drogas legales que me salvaron del dolor y reactivaron mi escritura sin dejar de escribir.

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