Maldita divina noche

Hace tanto tiempo ya de todo, que no puedo evitar preguntarme cuánto de mis recuerdos es real y cuánto una reconstrucción de mi mente, un encaje de bolillos de ideas e imágenes sueltas, tejido a la perfección para crear una imagen quizás falsa, quizás idealizada, quizás retorcida…

Tanto, tanto tiempo, que no comprendo cómo es posible que sigas viviendo en mi cabeza, en mi memoria. Porque no fue para tanto, ¿verdad? O quizás sí lo fue y yo solo me repito la poca importancia que tuvo para mitigar la sensación de pérdida.

Perdimos algo. Un poco cada uno de aquellos días, tan alejados entre sí, pero entre los que no parecía haber distancia alguna. Pero, sobre todo, perdimos algo aquella noche.

Maldita divina noche.

Me pregunto si también tú te acuerdas de mí, como yo, cuando tu imagen me asalta de pronto, sin que venga a cuento de nada. Me aseguro que no, que lo que pasa es que yo soy una tonta romántica, que de no ser así ni siquiera recordaría tu nombre, ni tu rostro, ni mucho menos tu mirada. Me digo que no debería recordarte. Que es absurdo… Y que por todo eso, tú no me recuerdas.

A veces, cuando, como hoy, tu recuerdo se cuela en mi mente y me paraliza, pienso en qué pasaría si nos cruzáramos por la calle. ¿Te reconocería? ¿Me reconocerías tú a mí? ¿Nos pararíamos y nos saludaríamos como las personas civilizadas en las que supuestamente nos hemos convertido, como si nunca hubiera pasado nada de lo que ocurrió?

Claro que, enseguida me doy cuenta de que, quizás, quién sabe, nos hemos cruzado mil veces en todos estos años, pero los dos teníamos —y yo sigo teniendo—, cierta tendencia a encerrarnos en nuestro mundo y no ver qué pasa afuera. ¿Sabes? Es probable que haya pasado, que paseara por el centro pensando en mis libros e historias, y, en sentido contrario, caminaras pensando en tu música, y ni siquiera nos viéramos. La ciudad no es tan grande… ¿Cuántas posibilidades reales hay de que no nos hayamos vuelto a cruzar jamás? Tal vez un día tú estabas sentado al final del bus y yo en los asientos de delante. Quizás me bajé dos o tres paradas antes que tú. Tal vez fuiste tú el que bajó antes.

No, no sé si nos hemos cruzado. Tampoco si nos reconoceríamos. Ni si nos pararíamos y hablaríamos como si nada (a ninguno se nos daba bien fingir, ¿recuerdas?). De todos modos, hay una imagen de ti viviendo en mi cabeza y a fuerza de la distancia que impusimos y el tiempo que ha pasado se ha vuelto más fuerte que cualquier realidad que pudiera encontrarme ahora. Incluso es posible que si nos viéramos ahora, después de despedirnos, girara la esquina y pensara que el tú de mi mente es mejor que cualquier realidad que hubiera encontrado. Aunque, claro, esa reflexión puede ser fruto de la cobardía. U otra autodefensa, como eso de repetirme que no me recuerdas… O tal vez de cierta vergüenza, porque, tú lo sabes (creo que eres el único que llegó a descubrirlo entonces), bajo toda esta fachada hay vergüenza, mucha… Y miedo…

Pero sigo sin entender por qué todavía tu imagen se aparece de pronto en mi mente, tu voz en mi cabeza… A veces pasan meses sin que lo haga, tantos que ni siquiera tengo la ilusión de haberte exorcizado porque no me acuerdo de que sigues ahí, de que todo este tiempo has estado… Y, de pronto, vuelves. ¿Por qué vuelves? ¿Por qué no hay manera de olvidarte?

Ya hace tanto tiempo, tantos años… Tantos, que he pensado en convertirte en personaje. Quizás meterte en una historia sea la manera de sacarte de mi cabeza, que tu recuerdo viva entre las páginas y no más en mi memoria. Así, tal vez, el tú de mi memoria consiga ganar fuerza suficiente para tener una personalidad propia y la realidad pueda seguir su curso, tal y como ha hecho todos estos años, pero libre al fin de cargas y deudas pasadas; de los recuerdos de aquellas malditamente divinas noches de verano.

______________

Escrito y publicado el 4 de septiembre de 2014 en mi antiguo y perdido Diario de una escritora.

Otras de esas cosas que he encontrado buscando en polvorientos cajones digitales. Y no, no lo traigo por nostalgia. O, al menos, no de la obvia. Ocurre que en este texto encontré por primera vez la voz de uno de mis primeros personajes femeninos serios, si por serio entendemos que forma parte de un universo propio…

En fin, aquí está. Once añitos tiene la criatura. Hay que ver, cómo crecen…

Deja un comentario

Comentarios

¿Vienes conmigo?

Suscríbete a La Enésima Aventura y recibe cada nueva historia directamente en tu buzón.

Esta página es solo un tramo del sendero

Deja tu correo electrónico y camina conmigo: encontrarás sueños, relatos y novelas que crecen capítulo a capítulo.