Hace tanto tiempo que no escribo en el blog que hasta se me hace raro empezar esta entrada. Está claro que la constancia es un tesoro y nunca la valoraré lo suficiente, pero también es cierto que, me guste o no, hay épocas en la vida en las que reina el caos, que siempre conlleva cierta inestabilidad y versatilidad. Y está bien que así sea porque de esas etapas surgen las oportunidades de cambio y, con suerte, el crecimiento.
Cuando el caos trae magia
Los últimos meses de mi vida, gracias, principalmente, al final del máster de escritura creativa que empecé, más o menos, en marzo de 2024, han supuesto un tiempo de caos absoluto, pero también de inmensa creatividad. Vistos desde aquí donde estoy ahora, han sido meses maravillosos, llenos de momentos inolvidables y, sobre todo, de magia. Aunque también han sido aterradores, agotadores, increíblemente retadores y muy volátiles, a pesar de que ahora todo lo negativo —que existió— ha quedado tan diluido en mi memoria que tengo que hacer un enorme esfuerzo para recordarlo y, en mi memoria, lo positivo siempre tiene más fuerza. Supongo que, si esto es así, es porque el resultado final ha sido más que bueno y que, quizás, de lo contrario, mi percepción sería distinta.
La pregunta peligrosa: ¿y ahora qué?
La cuestión es que el máster está terminado con una nota media de excelente y, lo que es mucho más impresionante para mí, una matrícula de honor en el trabajo final de máster. Ni en mis mejores sueños imaginaba yo esos resultados y he necesitado varias semanas para procesarlos… Bueno, quizás sigo procesándolo. Porque ahora, una vez pasada la tormenta, con todo este nuevo conocimiento adquirido, la experiencia acumulada y el resultado obtenido aparece la pregunta peligrosa: ¿Y ahora qué?
La respuesta obvia es que ahora toca dejarse de chorradas, escribir la novela al tiempo que se pone en marcha una buena estrategia en redes sociales para ganar visibilidad, enviar el manuscrito -e incluso, si me apuráis, el proyecto- a varias editoriales afines y dar el salto a la profesionalización y competir en primera división. Es lo lógico, es lo que me recomendó el tribunal del TFM el día de la defensa, es lo que cabe esperar de mí —sobre todo si no se me conoce demasiado—.
Lo cierto es que no creo que pueda competir en primera división porque, en este tiempo que nos ha tocado vivir, esa competición se juega en inglés. Pero más allá de la hegemonía cultural que nos impone la angloesfera , y sin hacer de menos la posibilidad de poder jugar en el subcampeonato que supone codearse con las grandes importaciones y adaptaciones anglosajonas en las estanterías de La Casa del Libro y análogos, cabe preguntarse si es eso lo que una quería cuando, sin demasiada consciencia, pronunciaba la maldita frase aquella de «quiero ser escritora». Volveré sobre este asunto más adelante, pero dejadme que haga un spoiler: no, no era eso lo que mi fantasiosa mente se figuraba al soñar con ser escritora. No.
Esto no era lo que soñaba
Resulta que el mundo de los libros se ha puesto un poco tóxico. Basta darse una vuelta por las redes sociales que cuentan con una autoproclamada comunidad bookalgo -porque etiquetar como libro o lector en español parece que causa sarpullido o algo así- para concluir que de lejos, a veces, todo se ve mejor. Pero es que si hacemos zoom en el mundo editorial, en el que dos grandes monstruos, que han fagocitado un incontable número de pequeños sellos, ejercen un control casi total a golpe de fórmula superventas y social marketing agresivo y desacomplejado mientras los pequeños sellos que quedan se esfuerzan por sobrevivir. No profundizaré en este punto, sencillamente me limitaré a decir que no, tampoco era eso lo que imaginaba cuando soñaba en ser escritora.
Por otro lado, mientras estaba yo asimilando el final de máster y me enfrentaba a todas estas cuestiones, un señor de piel naranja y color de pelo sin definir decidía, desde la otra punta del mundo, ponerlo todo patas arriba otra vez. Os resumiré la crisis que viví y solo diré que he recuperado una consciencia de clase que, si bien nunca perdí, sí que descuidé, y de pronto comprendí que quienes hablan de neofeudalismo tecnológico pueden estar en lo cierto. Ya no puedo solo considerarme obrera, que lo soy, sino sierva, en un sistema en el que el señor feudal es el que pertenece a la cultura dominante y maneja una cantidad de dinero que nunca estará a mi alcance.
No importa lo que haga, da igual la cantidad de posgrados que tenga, que sea funcionaria escritora o lo que sea. Mientras siga viviendo en cualquiera de las islas en las que habito (donde nací, donde me he criado, de dónde me siento), siempre seré sierva. Quizás esa idea es extensible a más lugares o a todo el maldito país, no lo sé. Pero sí sé que, salvo que decida pasarme al lado oscuro y empezar a trampear (sí, es un juego de palabras), siempre seré neosierva en este sistema neofeudal. No importa si soy profesora o camarera de pisos, como mi madre, dedicada a limpiar los desastres y, literalmente, la mierda y el vómito de esta gente que se siente superior y con poder para venir a aquí -o a cualquier otro lugar- a destrozarlo todo, sin respeto alguno por la población local. Eso por no hablar de los que vienen a vivir aquí pero ni se les pasa por la cabeza siquiera aprender el idioma y las costumbres o, al menos, respetarlas. Y, por el amor del dios al que recéis, no me habléis de la supuesta riqueza que han traído, porque, si han traído alguna, creedme, solo la disfrutan ellos; a los demás, nos empobrece.
Y bien, llegados a este punto podéis preguntaros qué tiene que ver una cosa con la otra. Es una pregunta legítima en estos tiempos en los que posicionarse y mojarse está tan pasado de moda como los pantalones de pitillo, pero la respuesta es obvia: No quiero contribuir a un sistema que ha mutado en neofeudalismo sin que nos diéramos ni cuenta.
Escribir sin sucumbir
Bueno, lo cierto es que no quiero formar parte del sistema, pero la desconexión en esta realidad que vivimos es más difícil que en cualquier distopía. Así que optaré por ejercer algo así como una resistencia desde dentro -y sí, ya conozco esas teorías que dicen que lo antisistema es un mecanismo del sistema para mantenerse con vida. Da igual que decida sacar mis libros de kindle y publicarlos en formato blog, WordPress también es una plataforma que forma parte del sistema por más alternativa que sea. No importa si dejo las redes sociales masivas y me paso al fediverso; sigo estando en redes. Y, como esto, con todo.
Lo sé.
Pero saber es precisamente el problema. Cómo, después de ver todo esto con tal claridad, puede una cerrar otro vez los ojos, o, peor, mirar hacia otro lado y seguir como si nada. Yo no puedo.
No quiero dejar de escribir. Pero no quiero jugar al juego que impone un sistema enfermo, que además enferma a los que participan de él. Tampoco quiero dejar de estudiar, de aprender, quizás, de investigar. Pero quiero hacerlo con la lucidez suficiente para distinguir en qué estoy participando, qué precio tiene y si me interesa pagarlo y por qué.
Sé que no voy a cambiar el mundo yo solita, pero quizás sea suficiente con vivirlo mejor.
A lo que me ha llevado toda este crisis que, creedme, sigue en proceso, es a optar por remodelar el blog y convertirlo en el lugar en el que publicar mis historias y supongo que también mis investigación y, sí, cómo no, todas estas entradas que conforman mi diario y que no son más que una forma de vaciar mi cabeza, de entenderme, a veces, de comprender qué me pasa.
Todavía está todo en construcción y aunque tengo una idea clara de lo que quiero hacer, no sé qué forma tomará al final, y menos aún si entendemos que este será un proceso siempre vivo. Además, no creo que esto sea un proceso rápido, al fin y al cabo no solo es un cambio en el blog, es un cambio en mí que, poquito a poco, se ve reflejado en el blog y en mi presencia en Internet, igual que, espero, en mi presencia en el mundo.
En fin, estas son algunas de las novedades, tras tantos meses de silencio. Esperemos que esta nueva etapa traiga a la escritura y la publicación mucha constancia y toda la magia que de ella habitualmente se deriva.





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