Llevo un rato con el editor de WordPress abierto y la mente en blanco. Tanto rato, que sin darme cuenta de lo que hacía he cogido el móvil y he empezado a mirar vídeos. Tanto, tanto rato, que he llegado a pensar que, quizás, hoy no tocaba escribir.
Por suerte, una idea ha atravesado mi mente a oscuras como una brillante estrella fugaz y me ha asaltado el recuerdo de las decenas —¿cientos?— de veces que he abierto este mismo editor, o alguna de sus versiones anteriores, no porque tuviera algo que contar, sino para descubrir qué demonios me estaba pasando en ese momento, qué sentía, qué pensaba.
No se trata de eso tan manido de «la inspiración llega trabajando», aunque creo firmemente que es cierto. Es algo más curioso, hasta, tal vez, raro. Es que muchas veces, quizás demasiadas, no sé qué siento en realidad, ni qué pienso sobre algo, hasta que no me pongo a escribir y no precisamente sobre ese pensamiento o sentimiento en cuestión, sino sobre cualquier cosa.
Es algo parecido a lo de las páginas matutinas de Julia Cameron (aprovecho para recomendar su Camino del Artista y El camino del Escritor y El camino de la Escritura, aunque me suena haberlo hecho ya en algún otro lugar, en algún otro momento).
Lo que Cameron llama páginas matutinas y que define como un flujo libre de conciencia sin filtro ni juicio alguno, es a lo que yo, de toda la vida, he llamado escribir, sin más y, para mi suerte —no sé su buena o mala— es algo que he hecho en todo momento desde que recuerdo: Escribía mientras estaba en clase en el cole de monjas o en el instituto público, en casa por las tardes, cuando se suponía que tenía que estudiar, en el bus, en el avión, en el barco…
Creo que escribir es mi manera más auténtica de ser —y de estar… y de existir—. Es más, creo que sin la escritura no solo no soy ni estoy, sino que no existo. ¿Cómo voy a existir sin ella, si generalmente no sé qué me pasa por dentro hasta que no lo plasmo en palabras, sea a mano o a máquina, sobre el papel o en una pantalla?
Es un poco como aquello de Schrödinger y el gato y la caja… Mientras no lo escribo nada y todo es al mismo tiempo. En el momento que lo plasmo, la realidad se concreta. Como con el tema ese del observador en física cuántica…
Y si es así, y estoy remotamente en lo cierto, aunque sea por pura casualidad o coincidencia, la cuestión es que de nada sirve pensar o planear lo que se quiere escribir, porque, al final, es el acto mismo de la escritura el que manda. Así, todo pensamiento y planificación al respecto lo único que hace es abortar la creación a través de la limitación de las posibilidades creativas y de la realidad que del acto de creación surja.
Por supuesto, podéis decir que la escritora brújula que tengo dentro es la que dirige esta disertación y que jamás permitirá que apunte en contra suya. Es posible. Pero también lo es que la realidad sea más mágica —más cuántica— de lo que pensamos. O que, precisamente por eso, tu realidad y la mía sean directamente opuestas, pues es distinto el sujeto que la observa.
En cualquier caso, una servidora ha pasado en diez párrafos —contando el actual— de la página en blanco y el encefalograma plano de la observación de vídeos a describir que, al final, no le parece tan mal eso de ser una brújula y que, al final, es posible que lo único que tenga que hacer sea dejar de darle tantas vueltas a la historia aquella y, sencillamente, lanzarse a escribirla.





Deja un comentario