Me gustan la calma y el silencio y esas horas de la madrugada, cuando la noche ya casi deja de ser tal, pero el nuevo día todavía no empieza, es mi momento favorito del día, y mi rato preferido para escribir.
Antes, cuando empecé a escribir, a veces llegaba a esas extrañas horas entre la noche y el día después de largas jornadas en vela, que me pasaban como un suspiro mientras tecleaba mi historia. Ahora, me levanto temprano para disfrutar de la magia de esa franja del día y, sí, también para escribir.
Es curioso como cambian los hábitos con el tiempo, pero no otras cosas, como el gusto por esas últimas horas de la noche y las primeras del día, cuando solo hay silencio y hasta el más mínimo susurro parece hacer eco, cuando el aroma que arroja la cafetera parece más intenso, los colores del cielo más auténticos y hasta el aire más limpio.
Me gusta escribir de madrugada, antes de tener que ser yo, antes de tener que hacer nada. Quizás sea porque, a esas horas, ayer ya es poco más que un fantasma, o, como mucho, un mal sueño, y hoy, todavía, puede ser cualquier cosa.





Deja un comentario