🌒 La historia comenzó con un visitante imposible. Si te lo perdiste, puedes leerla aquí: Parte I – Un visitante imposible
Erion se había sentado en el suelo, a los pies de la cama de Amanda. Visto así, desde su cama, ya sin la impresión por su estatura, ella pensaba que realmente era muy guapo. Extraño, sí. Diferente a todo lo que conocía, sin duda. Pero hermoso. De todo, lo que más llamaba su atención, eran claramente sus ojos, aunque, quizá fuera por el efecto de las marcas negras y blancas que decoraban su cara y que resaltaban increíblemente su mirada. Casi, pensó, parecía como si los hermosos diseños que cubrían su cuerpo no tuvieran más función que la de dirigir hacia sus ojos toda la atención.
—Entonces, ¿no tienes ni idea de cómo has llegado hasta aquí? —preguntó Amanda, sentada con las piernas cruzadas sobre la cama para poder ver mejor a su nuevo amigo, que negó despacio con la cabeza—. Y tampoco sabes cómo volver.
Erion volvió a negar, dejando caer la cabeza, y su cola, que hasta ahora había estado quieta y relajada, tendida en el suelo, pareció cobrar vida y fue a colocarse junto a su pierna, ciñéndose en torno a su cuerpo. Amanda creyó entender ese gesto y pensó que, realmente, él debía sentirse muy asustado. Intentó imaginar cómo sería para ella encontrarse, de pronto, en un lugar diferente a su casa, sin saber cómo había llegado a él ni si existía la posibilidad de regresar, y un escalofrío recorrió su espalda, a la vez que una leve sonrisa aparecía en su cara. Obviamente, la hipotética situación la impresionaba, ella no quería perder a sus amigos, a su familia, ni mucho menos a sus queridos gatos, pero, de cualquier manera, la idea de poder visitar otro mundo distinto del que conocía, con otros seres, que quizá existieran únicamente en las leyendas, le pareció maravillosa.
—¿Qué estabas haciendo antes de aparecer aquí? —preguntó ella al fin, convenciéndose de que solo quería ayudar a Erion y no descubrir el modo que le permitiera vivir aquella aventura aterradora y tentadora por igual.
Erion levantó el rostro, fijando en ella aquellos inmensos y misteriosos ojos, y su cola, de nuevo, se movió, posándose ahora sobre su pierna.
–¿Qué es lo último que recuerdas? —insistió Amanda, buscando una respuesta.
—Estaba en mi casa y no podía dormir —empezó a decir, con la vista aún fija en ella, pero, de pronto, la luz del interior de sus ojos pareció oscurecerse y volvió a bajar la cabeza.
—Así que estabas despierto —concluyó Amanda, poniendo en práctica sus dotes detectivescas y queriendo animar a Erion a seguir.
—Sí —dijo, secamente, y volvió a levantar la vista hacia ella—. Hacía una noche muy bonita y clara y decidí salir a contemplar las lunas y las estrellas.
«Lunas», apuntó Amanda mentalmente, para volver sobre ese detalle en un mejor momento. No quería despistar a Erion con eso, pero no podía evitar preguntarse de cuántas lunas se trataba y cómo sería ver un cielo con varias de ellas.
—Después sentí… —continuó Erion, dubitativo, y, como con gesto automático, tomó su cola un instante, acariciándola, antes de dejarla de nuevo sobre sus piernas, pero en una distinta posición— . Sentí como si… —intentó seguir, tímidamente, y Amanda asintió para animarlo—. Como si alguien me llamara —explicó al fin, apresuradamente, diciendo las palabras de un tirón y en voz muy baja.
Amanda asintió de nuevo, muy seria y sin apartar la vista de él, que estaba ahora inmóvil, casi petrificado.
—Y después de eso todo fue muy rápido —siguió explicando Erion, en voz muy baja y sin apenas mover la boca—. Fue como un tirón invisible. Como algo que me arrastrara —dijo cada vez en voz más baja, casi susurrando—. Pero creo que, en realidad, nada tiraba de mí, ni me arrastraba…
Amanda lo miraba atentamente, llena de curiosidad por sus palabras, pero a él parecía costarle seguir explicando su experiencia, así que, con mucho cuidado y lentitud, se inclinó y tendió la mano mano y la posó sobre el hombro de Erion, que se sobresaltó al sentir el contacto. Él fijó los extraños ojos en ella y Amanda sonrió, queriendo tranquilizarlo. Debió conseguirlo, porque, de inmediato, notó cómo el cuerpo de Erion se relajaba. Ella dejó su mano posada sobre el hombro de Erion y no pudo evitar maravillarse por la suavidad de su piel. De pronto, se sorprendió pensando qué se sentiría si él la abrazara.
—Nada me arrastraba. Nada —continuó Erion, con la vista fija en el suelo—. Pero el cielo pareció empezar a girar a mi alrededor, igual que si de pronto el mundo se moviera muy deprisa —explicó y buscó la mirada de Amanda, quizá esperando encontrar comprensión, y ella se mantuvo atenta a él y a sus palabras—. Las lunas se movían en círculos, todo en el cielo giraba… Rápido, muy rápido, y, de pronto, al mirarme las manos apoyadas en la barandilla en busca de estabilidad, vi que mi cuerpo empezaba a desaparecer… Como si me diluyera.
Amanda notó que sus ojos se habían abierto mucho al oír lo que Erion le decía y deseó que él no se hubiera dado cuenta. No quería que se asustara o dejara su relato a medias. Al instante, el rostro de Erion cambió, y ella creyó entender que esa expresión era una sonrisa, y él asintió. ¿Acaso era posible que él supiera lo que pensaba? Seguramente, no, se dijo, y simplemente había advertido la inquietud en su cara.
—Era como si estuviera volviéndome invisible —continuó explicando él, ante la atenta mirada de Amanda—, podía ver a través de mis manos, y también a través de mi cuerpo. Pero todo fue muy rápido y, antes casi de poder asustarme por lo que pasaba, me encontré aquí, junto a tu cama.
✨ Lee la continuación en El idioma del silencio.





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