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  • Cuando escribir sobre una misma es literatura. O no.

    Cuando escribir sobre una misma es literatura. O no.

    Ayer me comprometí a compartir la práctica sobre «El yo en la escritura» y aquí la traigo, pero debo decir que ha sido de los ejercicios más difíciles que he hecho. Se me da fatal ceñirme a convencionalismos y esta puesta en escena es un cúmulo de ellos. Tantos que, para que las cosas cuadren, he tenido que mentir descaradamente. Así que, al final, esto es autoficción, pues hay tanto de inventado como de real y… Ufff, me cansa mucho teorizar sobre todo esto. La escritura del yo debería ser más salvaje y libre, menos encorsetada.

    En fin, el plazo para la entrega termina esta medianoche y la he entregado unas doce horas antes, lo que, para tratarse de mí, no está mal. La práctica consta de dos partes, una primera de presentación y justificación del ejercicio, cuya extensión debía ser de entre media y una página. Creo que me he pasado un pelín en la extensión de esta partem como unas dos o tres líneas, espero que no me lo tengan demasiado en cuenta. La segunda parte es el ejercicio en sí mismo. He optado por un formato de diario porque, bueno, ya véis lo que escribo aquí ¿verdad? Pensaba que me sentiría más en mi salsa. Y ha sido así. Hasta puede que adopte el formato para las entradas que traten sobre la escritura de a novela, ya veré.

    Y, ahora, mientras estoy escribiendo esta entrada, que sí que es un diario real, pienso que quizás mi diario supuesto se parece más a un dietario, porque hay poca reflexión y mucha exposición de hechos. Pero la culpa de eso, lo siento mucho, es de la extensión: Entre 600 y 800 palabras. ¿Cómo demonios voy a reflexionar en esa extensión? Si he tenido más bien que amputar todas las reflexiones para que el conjunto tuviera sentido.

    Vamos, que no sé, que es posible que esta práctica, que, de todas, es la que mejor se me tendría que haber dado, sea la que peor me ha ido. Ya lo veremos. Lo importante es que está entregado. Y, sin más dilación, os la comparto. Espero que os guste:

    Práctica 3 de «El yo en la escritura»

    Introducción

    He escogido el diario personal para dar forma a este relato porque, casi desde que tengo uso de razón, escribo diarios y me siento muy cómoda con este formato, además de ser uno de mis géneros preferidos. Asimismo, creo que gracias a Virginia Wolf, me gusta mucho la idea del diario de una escritora en el que quedan plasmadas las fases del proceso creativo, ya sea, como en el caso que presento, la forma de gestarse la idea de una novela, o, como en algunos fragmentos de los textos de Wolf, los pesares de la revisión, las reflexiones sobre el propio texto o, incluso, las dudas sobre el mismo.

    El objetivo estético de este trabajo es diverso. Por un lado, el de presentar un formato de diario sencillo, realista, con un lenguaje coloquial, similar al que cualquiera puede llevar en su día a día y, por otro, mostrar de modo fiel a la realidad la forma en la que surgió la idea de la novela de mi futuro Trabajo Final de Carrera (TFM). Asimismo, he aprovechado dos viajes en barco para enmarcar el texto, uno, de partida, con motivo de disfrutar en casa de unos días de vacaciones, en el que todavía no existía la idea de TFM y solo la obligación de buscarla para poder llevar a cabo el trabajo en su momento, y, el otro, de regreso, ya con una idea clara. Además, la ocasión de pensar sobre esa idea surge de forma circunstancial, al igual que después la propia idea, y está explicado con la finalidad de no dejar claro cuánto de trabajo creativo intencional y cuánto de inspiración inducida por la casualidad, el reposo e, incluso, la medicación hay detrás de la idea de novela.

    El viaje, de esta manera, además de enmarcar el texto, se convierte en una aventura de transformación, a través de la superación de pruebas (la lesión, las actividades a entregar, la dificultad para escribir por la medicación…) que, a modo de El viaje del héroe, causa que la protagonista no regrese a casa igual que partió y que, además, lo haga con un premio -o una nueva misión, según se mire- que es la historia que tiene que contar. Por lo que se refiere a los cambios a causa de la maduración de la idea, el más importante es la inclusión del viaje de vuelta para dar un cierre a la historia, ya que en las primeras versiones no estaba incluido. El resto de variaciones tratan sobre la extensión del texto, que en las primeras versiones era demasiado largo. Asimismo, en el último momento, se ha decidido agregar una nota aclaratoria, a modo de pacto autobiográfico, justo después del título y la atribución, en la que se especifica no solo la veracidad de los hechos contados sino también la autenticidad del documento, que fue escrito en las fechas señaladas, aunque fueron editados con posterioridad, pero respetando el contenido original.

    Además, he procurado que la tensión entre las tramas (por un lado, la lesión durante las vacaciones y su evolución y, por otro, la gestación de la idea de novela) sea adecuada para dar consistencia al texto y mantener el interés. Espero haberlo conseguido.

    Diario personal de Carmen Cervera Tort

    Todos los hechos aquí expuestos son ciertos y fueron recogidos entre el 29 de marzo y el 5 de abril de 2024, cuando tuvieron lugar, y han sido recopilados y editados para este trabajo entre el 3 y 24 de junio de 2024, respetando al máximo el texto original.

    Palma, 29 de marzo de 2024

    He llegado a Mallorca un día antes de lo previsto, pero en peor estado de lo esperado. Suspendieron los ferris rápidos por el temporal y me han colocado en barco lento, de carga, con poca capacidad para pasajeros y con salida a las tres de la madrugada. Era la única opción para pasar en casa las vacaciones de Semana Santa. Hoy toca descansar porque estoy hecha polvo. Casi no he pegado ojo en toda la noche y creo que me hice daño en la rodilla derecha al cargar el coche. La parte buena es que he aprovechado la noche en vela para pensar en la historia para el Trabajo Final de Máster (TFM).

    Palma, 30 de marzo de 2024

    La rodilla derecha sigue mal, espero que se solucione con un par de días más de reposo. Esta mañana he ido a casa de mis padres a preparar los dulces de Semana Santa y me lo he pasado genial. Las reuniones familiares en la cocina mientras preparamos crespells, robiols y panades son mi parte favorita de estas fiestas.

    Por la tarde, para darle un descanso a la rodilla, he estado leyendo en casa. Lo he disfrutado muchísimo, aunque cada dos por tres la cabeza se me iba hacia la historia del TFM. He tomado muchísimas notas de las ideas sueltas que se me ocurrían. No creo que sirvan para nada, pero ahí están, por si acaso.

    Palma, 1 de abril de 2024

    Son las dos de la madrugada y acabamos de salir de urgencias. El dolor de rodilla no solo ha ido empeorando, sino que hoy se ha hinchado muchísimo y me he asustado. Después de comer y pasar la tarde en casa de mis padres, Juan me ha convencido para ir al hospital porque la rodilla tenía muy mala pinta y ha tenido razón. Rotura de menisco, según los médicos. Al menos 20 días con una férula, pierna en alto y reposo. Menudas vacaciones…

    Palma, 3 de abril de 2024

    La rodilla duele mucho. El efecto de los calmantes solo dura unas cuatro horas y no puedo tomar más hasta las ocho. Estoy desesperada.

    Palma, 6 de abril de 2024

    Me han subido la dosis de los calmantes. Me quitan el dolor, pero también la razón. Se parece más a estar febril que drogada. La historia para el TFM ha vuelto con fuerza. Tomo notas a boli en un cuaderno, pero mi letra es casi ilegible.

    Palma, 7 de abril de 2024

    No sé cómo lo he conseguido, pero he hecho las prácticas de la universidad que tenía que entregar. No he sido capaz de releerlas y quizás he escrito algún disparate. Nunca había hecho una actividad en este estado y, menos todavía, la había entregado sin revisar. Al menos, he podido entregar. Me quedo con eso.

    Palma, 15 de abril de 2024

    Puede parecer que no he escrito nada en una semana, pero no es cierto. He dejado de lado el diario para concentrarme en la historia del TFM. No sé si será cosa de las pastillas y de ese estado entre la fiebre el colocón que me generan, o si, sencillamente, todo este tiempo libre, sin poder hacer nada y con una idea sobre la que dar vueltas, ha obrado algún tipo de magia. En cualquier caso, la historia ha crecido y, lo que me gusta más, los personajes han cobrado vida. Sobre todo, ella, Aradia, la protagonista. Me encanta esa mujer, me encanta que sea una bruja, que sea fuerte, que sea libre. Pero, sobre todo, me encanta todo lo que eso significa. Creo que nunca le había encontrado tanto el sentido a escribir fantasía como ahora.

    Palma, 19 de abril de 2024

    Esta mañana he ido al médico. La rodilla está mejor, aunque todavía necesita reposo y rehabilitación. Ya no duele tanto y no necesito tanta medicación, pero todavía no puedo volver al trabajo y, aunque me siento algo culpable, eso me alegra porque así podré seguir trabajando en la historia de Aradia, que, ya es seguro, será mi proyecto de TFM. ¡Qué ganas tengo de empezar a escribir esa novela!

    Mar Mediterráneo, en algún lugar entre Palma e Ibiza, 5 de mayo de 2024

    Escribo desde el barco que me lleva de vuelta a Ibiza. Al fin me han dado el alta y puedo volver al trabajo, aunque tendré que seguir con la rehabilitación. Aun así, siento que la que vuelve no es la misma persona que partió: al irme tenía que buscar una historia para el TFM y era como tener que hacer una práctica más. Ahora tengo una historia que contar, la de Aradia, y no se trata solo de una práctica o un trabajo final, es, casi, como una obligación, o, mejor, una necesidad.

  • Una cuestión personal

    Una cuestión personal

    Mañana tengo que entregar una práctica de cuatro páginas con un texto en alguna las formas de la literatura del yo. Parece absurdo que una persona que lleva unos veinte años hablando sobre sí misma en Internet, sumando MySpace, Fotolog y, al fin, WordPress, tenga problemas para hacer ese trabajo. Pero los tengo.

    Para empezar, me gusta escribir desde la libertad más absoluta -y por eso escribo en Internet y me autopublico, sin, de momento, haber intentado nunca fórmulas más tradicionales de publicación). Ya lo he dicho, pero lo repito, escribo para mí, es mi afición y vía de escape, y no me apetece tener que plegarme a convencionalismos varios. Y ahí está el problema.

    En la práctica, de la que todavía no he escrito ni una sola palabra, tengo que ceñirme a los convencionalismos de la fórmula elegida. Si opto por una autobiografía, debo respetar todas las exigencias del género; si me voy a la autoficción, lo mismo. E igual con el diario, la crónica, el dietario, la semblanza o las memorias. Y ahí me atasco.

    Es una chorrada, porque en realidad ni siquiera necesito entregar este trabajo porque ya tengo puntuación más que suficiente de evaluación continua y, a lo sumo, me servirá para subir una décima o dos a la nota final, ni siquiera medio punto. Pero una servidora es competitiva y no soporta rendirse, menos todavía cuando, por el motivo que sea, las cosas se le ponen difíciles.

    Así que lo quiero escribir, porque ahora es una cuestión personal. Pero no lo estoy escribiendo y, en su lugar, estoy aquí aporreando teclas porque una parte de mí está convencida de que esta es la verdadera literatura del yo y no cualquier estupidez que cree ex profeso para la dichosa práctica.

    En fin, voy a ponerme a ello. Y, sea lo que sea que salga -si es que sale algo-, me comprometo a traerlo para acá y publicarlo, junto con una crónica fidedigna de la gestación del proyecto (aunque no tengo claro que valga mucho la pena contar lo que sea que salga).

  • No hay mal que por bien no venga

    No hay mal que por bien no venga

    Publicado originalmente el 3 de septiembre de 2010 por Carmen en Tukitina’s World con el título «Sueños y desvelos (IV) o de la imposible huída hacia adelante».

    Decía, y continúo mientras el dolor/colocón lo permita, que me toca darle gracias a la otitis de los huevos que me tiene amarrada a la cama. Y debo darle gracias porque ahora sé que cuando pase el temporal desatado en el oído medio e interno de mi oreja izquierda voy a pegarme una maratón de esas tan mías –tan de los tiempos de exámenes y evaluaciones finales- de no dormir apenas hasta terminar lo que hay que terminar.

    Sé que me costará un huevo y parte del otro terminar a tiempo los cuatro capítulos y epílogo que me faltan, que, mira, no es lo mismo hacer un trabajo de cincuenta páginas sobre el problema del ser en la filosofía contemporánea que darle al bolo contando una historia que te apasiones y encima que lo que dices sea creíble. El problema del ser, te lo aseguro, es cien veces más fácil –y aburrido-. Pero, con cojón y medio menos, sé que –salvo nueva interrupción de fuerza mayor inesperada- terminaré, con suerte, justo antes de que empiecen las clases o con suerte igualmente, pero de la mala, lo haré coincidiendo con el inicio de curso y mezclando el susodicho problema del ser con los personajes que han cobrado vida en mi mente, nada grave mientras termine dentro del mes de septiembre.

    La gracia de la otitis, más allá del colocón gratuito para calmar el dolor, radica en que ahora mismo empiezo a plantearme de otra manera lo que he hecho durante los dos últimos meses y seguramente, que me conozco como si llevara toda mi vida conmigo, después del último sprint esa nueva percepción del asunto se verá incrementada. El esfuerzo y los problemas o imprevistos son lo que hacen que cambiemos el punto de vista y echemos una nueva mirada a lo que tenemos delante, sorprendiéndonos con lo que vemos. Así que, de irse al cajón de los sueños olvidados, nada de nada. Voy a luchar con todas mis fuerzas por mi maldito libro, por verlo publicadito, ahí todo mono, con sus tapas blandas y el tiquet del precio que algún capullo ha decidido pegarle en la contraportada.

    Por supuesto, esta es otra historia en la que me tendré que embarcar después de recuperarme –espero que sea más pronto que tarde-, escribir lo que me queda, corregir, corregir, corregir y corregir mil veces más el manuscrito resultante de la primera vomitada y registrar el novelón en la oficina correspondiente. Por ahora os libero de los dolores y miedos varios que me provoca el mero hecho de pensar en el tema, que si lo pienso no lo hago, así que queda terminantemente prohibido darle vueltas en la cabeza a la cuestión.

    Y, mientras los colorines flipantes del colocón que me acuna se acentúan, me despido resumiendo la moraleja de este post por partes, largo como un día sin pan o un matrimonio sin sexo:

    1/ Haz lo que quieras, al final, la vida, con mejores o peores maneras, te pondrá donde te corresponde obligándote hacer lo que toca.

    2/ Resístete y lucha cuánto quieras, lo único que conseguirás es no disfrutar del momento. Céntrate en lo bueno del ahora, lo malo seguirá estando ahí, tranquilo, recordándote lo perra que es la vida y, si lo miras como toca, la suerte que tienes de poder meterle mano de vez en cuando.

    3/ No hay mal que por bien no venga… sea quedarte en paro, que te peguen metafórica una patada en el hígado o una otitis furibunda. Hay que joderse, pero al final una llega a la cuestión de que TODO pasa por algo…

    4/ Persigue tus sueños o corres el riesgo de que sean ellos los que lo hagan y cuando te atrapen te peguen una santa paliza que no te deje hueso alguno entero.

  • Reflexiones -psicotrópicas- sobre el trabajo todavía inacabado

    Reflexiones -psicotrópicas- sobre el trabajo todavía inacabado

    Publicado originalmente el 3 de septiembre de 2010 por Carmen en Tukitina’s World con el título «Sueños y desvelos (III) o de la imposible huída hacia adelante».

    El problema, y el motivo real de este desparrame de escritura compulsiva, es que me he visto obligada a levantarme de mi silla antes de tiempo y parar, momentáneamente, el goce y el disfrute que suponía dedicarme a lo que en realidad me apasiona. Pensaba –y es que soy tonta hasta límites infinitos y parece que nunca aprendo- que los problemas, penas, nostalgias e insomnios a destiempo vendrían cuando, terminada la novela, buscara a algún temerario editor que la publicara. ¡Ja! ¿He dicho ya que las cosas fáciles no tienen gracia y que si algo no conlleva un esfuerzo ingente en realidad no se aprecia en la medida que merece?

    Pues eso, cómo iba a tener gracia algo que ha salido así, tan fácil, tan rápido. Cómo iba a apreciar mi “obra” si no ha supuesto esfuerzo alguno más que para los que me han aguantado durante los dos meses que ha durado mi desparrame literario. Era necesario un coitus interruptus, un puñetazo en la boca, una patada bien pegada en el culo, un quedarse sin oxígeno a cien metros de la cima… ¡Muy bien lector! Lo adivinaste, no la he terminado. Una otitis inoportuna –con su correspondiente reventada de tímpano, que si no carecería de gracia-, con un dolor que me lleva a retorcerme y chillar como una loca salvo en aquellos cortos espacios de tiempo en los que las drogas recetadas me mantienen en la inopia, volando y flipando más de lo normal, me ha levantado de la silla para llevarme, directamente y sin escalas, a la cama. En efecto, ahora escribo colocada –como una mona, una yonki de farmacia e inyección en el culete- y de ahí el motivo de lo larga y rarita que es esta entrada por capítulos…

    Me he quedado a cuatro capítulos y un epílogo del final, unas 150  páginas, aproximadamente, de terminar mi flipada literaria. Y estoy desesperada, tengo mono, quiero terminar, escribir, desparramar, pero claro el dolor insoportable no lo permite y el colocón de las drogas legales no ayuda en absoluto a mi propósito. Lo sé, estoy exagerando, es cuestión de días, en nada estaré bien y podré seguir con mi delirio creativo como si nada. Pero, me cago en la hostia, no quería parar, quería terminar y a ser posible antes del inicio del curso y de tener que buscar curro para poder seguir comiendo, que mira, es un vicio que tengo lo de no morirme de hambre…

    En fin, amarrada a la cama y en un viaje psicotrópico como en el que me encuentro, aporrear el teclado es el único consuelo que me queda. Y aquí estoy, tratando de animarme pensando que esta interrupción inoportuna, en forma de pus supurante por mi oreja izquierda, no es más que lo que me llevará a apreciar el haber conseguido terminar mi novela antes de que empiece el curso y me vea obligada a ponerme a trabajar de cajera (que de periodista amargada a esta no la volveréis a ver, lo aseguro). Porque la terminaré… o eso espero, por eso lucho, por eso me desvelo y no duermo –más que cuando me pinchan, que entonces me quedo frita al instante, flipando en colorines-.

    Quiero terminarla, deseo terminarla ¡Necesito terminarla! Y sí, lo he intentado, escribir con dolor e incluso drogada, pero no sale… Bueno, salir sale, ya he tirado a la basura dos capítulos enteros en los que me había poseído Corín Tellado mientras escribía colocada. No sale como yo quiero supongo que es la expresión más exacta. Ya… Lo sé. Qué espero, ser tan cojonuda como para poder escribir y encima hacerlo bien en estas condiciones. No. La verdad es que me hubiera conformado con que mi salud aguantarla el tirón hasta mediados de septiembre dándome opción a terminar mi proyecto literario…

    Y ahí está el quid de la cuestión, lector que inexplicablemente sigues leyendo a estas alturas de la historia –larga y psicotrópica historia-. Seamos sinceros, que el mundo ya está sobrecargado de hipócritas, qué crees que habría opinado realmente esta menda de su desparrame literario en forma de novela una vez terminada. Pues, en efecto, que era una mierda, que no valía un duro, que algo que ha salido así, del tirón, sin problemas, es, necesariamente, un truño…  Pero, no lo dudes, habría llegado hasta el final del proceso para, una vez terminadita, corregida, encuadernada y seguramente también registrada en la correspondiente oficina para proteger unos derechos que sé de antemano que, dada la existencia de Internet, no tengo o al menos, no plenamente. Habría hecho todo esto antes de golpearme unas diez veces en la cabeza con el manuscrito –que, por cierto, a falta de sus capítulos finales y el epílogo, ya es un tocho de cuatrocientas páginas a doble espacio, arial 12- y me habría regañado por permitirme el lujo de soñar. Habría abierto el cajón de las cosas para olvidar y, con mucho cariño y una ligera dosis de rabia, habría tirado al fondo el novelón, cubriéndolo con otras vergüenzas e intentos de sueños varios, para jamás volverlo a tocar. Ya te lo he dicho antes, lector, la única palabra que se me puede aplicar es Gilipollas. Lo sé y lo admito y, a ratos, me esfuerzo por variar tan desgraciada circunstancia.

    Ahora me toca, con todo el dolor de mi alma, de mi oreja y de todo el lado izquierdo de mi cara, dar las gracias a la maldita otitis que me ha apartado de mi silla, me ha amarrado a la cama y me ha sumergido en el viaje psicotrópico en el que me hallo –por cierto los colorines que veo molan un huevo y con música de coldplay es realmente flipante, si tenéis una otitis inoportuna no dudéis en disfrutar del colocón, que nada de malo hay en gozar del lado bueno que tiene el dolor insufrible,¿no?-.

  • El único problema, yo

    El único problema, yo

    Publicado originalmente el 3 de septiembre de 2010 por Carmen en Tukitina’s World con el título «Sueños y desvelos (II) o de la imposible huída hacia adelante».

    Así las cosas, continúo, tengo un sueño. Uno que con destreza me he ocupado de ir esquivando hasta que no me han quedado más narices que enfrentarlo. Ahora le doy gracias a todos los dioses habidos y por haber por las circunstancias que, tan discreta como dolorosamente, me llevaron a enfrentarlo. Ya decían que las crisis son oportunidades, mi particular crisis –englobada, como no, por ese pedazo de crisis que a todos en estos tiempos poco a poco nos estrangula, cuando no nos mata- me ha puesto donde estoy y, mira tú, que, insisto, doy gracias.

    Gracias por haberme quedado en paro. Gracias a la mala jugada de mis jefes y compañeros que no sólo me llevó a engrosar las listas causantes del insomnio de ZP, sino a perder, definitivamente, la fe en mi profesión y el mundillo hipócrita que la rodea. Gracias a mi mala salud de hierro que me impidió encontrar trabajo durante los meses previos al verano, dejándome en julio sin más oportunidades que la de esperar pacientemente a que llegara septiembre. Gracias al aburrimiento que provoca no saber estar en paro.

    Mi oportunidad ha forzado –o la vida me ha llevado, o dios me ha pegado una patada en el culo obligándome a ello, o el diablo me ha cogido de una oreja y me ha arrastrado hasta aquí, que cada cuál lo interprete como quiera- a enfrentarme a mi sueño. Y, sin nada mejor que hacer, por fin (¡hurra por mí!) lo he hecho. ¿Qué aún no te he dicho cuál es mi sueño? Es que me da un poquito de vergüenza, pero bueno, ya que me he puesto, pues lo suelto… ¡Quiero ser escritora! Y eso va más allá de desparramar en este blog (y todos los que tengo dispersos por la red), y de los cuadernos de cuadraditos que colecciono emborronados con palabras desde los trece años, y de inventar historias imposibles que cuentan con mis amigos –qué paciencia tienen- como únicos lectores… ¡Quiero ser una escritora publicada! No sólo publicada, sino de éxito. Y para mí ese éxito consiste en ser capaz de hacer soñar al lector, hacerle olvidar la vida que le rodea y sumergirle en otro mundo del que no quiera salir, hacerle volar, soñar, sentir, viajar, vivir… Y todo sin moverse de la silla. El éxito al que me refiero tiene que ver con la sensación entre la plenitud y la pena que se siente cuando se termina esa novela que tanto te ha gustado. Esa nostalgia que nos empuja a coger de nuevo un libro que ya hemos leído para recuperar las sensaciones que nos provocó aquella primera vez… Quiero ser ese tipo de escritora y si consigo que una sola persona experimente esas sensaciones a las que me refiero, consideraré que, definitivamente, he alcanzo el éxito que deseo.

    ¿Cuál es el problema? Se trata de escribir, hazlo y ya está ¿no? ¡Ja! El problema, lector, amigo, ser de paciencia infinita que ha llegado hasta esta línea, soy YO. Tanto miedo me daba enfrentarme a mi misma, a mis sueños, que directamente no me atrevía y hasta que no me he visto en la tesitura en la que ahora me encuentro no he cogido, como se diría vulgarmente, al toro por los cuernos.

    Al final lo hice, me puse delante del ordenador el pasado uno de julio y, como aquel que dice, hasta el uno de septiembre no me he levantado de la silla. No he comido, no he dormido, no he vivido, más allá de lo imprescindible, sólo he escrito.  He soltado mi novela, como un espasmo, como si teclear fuera el aire que necesitaba para respirar, como un vómito después de una enorme borrachera… Y ha sido fantástico, maravilloso, increíble, indescriptible… Puedo decir que, en realidad, no he sabido hasta estos dos últimos meses, que han sido como un sueño de un minuto, lo que es la felicidad.

  • De sueños y misiones de vitales

    De sueños y misiones de vitales

    Publicado originalmente el 3 de septiembre de 2010 por Carmen en Tukitina’s World con el título «Sueños y desvelos (I) o de la imposible huída hacia adelante».

    Estoy plenamente convencida de que todos, absolutamente todos, incluso aquellos que lo niegan con fundados argumentos, llegamos a este mundo con una misión. No tiene por qué ser una misión importante, en apariencia al menos, ni tiene por qué ser algo sumamente complicado, es ni más ni menos que algo que tenemos que hacer mientras disfrutamos del gran lujo de estar en este mundo. Muchos seguramente mueren sin ser conscientes ni siquiera de que han cumplido esa misión que tal vez no sabían ni que tenían, otros, la mayoría, nos pasamos la vida luchando por esquivar nuestro cometido. ¿Cómo sabemos cuál es nuestra misión? Simple, ¿qué sueñas? ¿qué es aquello que más deseas del mundo? Y no, no estoy hablando de una tele de plasma más grande, un bolso de marca o del fulano/a que te ignora y tanto te gusta. Hablo de sueños de verdad.

    Los sueños tienen tendencia a perseguirnos y nosotros, que a veces parecemos idiotas, nos pasamos la vida esquivándolos. Tenemos miedo, no nos atrevemos, queremos seguridad, creemos que no es para nosotros, que nunca lo alcanzaremos… Y parece una carrera, el sueño que te persigue chillándote que le hagas caso, que le prestes atención, y tú venga correr hacia no se sabe dónde, aunque, por supuesto, en el momento en que corremos creemos que tenemos mil razones de peso para hacerlo. Estos argumentos, sólidos e indestructibles para no enfrentar cara a cara a nuestros sueños, pueden ir desde el maldito recibo de la hipoteca, que oye, hay que pagarlo, hasta la familia y los amigos que te atan a un lugar como si su aprecio estuviera hecho con cadenas de acero. Al fin y al cabo, tanto da, son razones de peso, al menos desde el ángulo desde el que las miramos. Desgraciadamente, por lo general, tampoco miramos la vida frente a frente sino adoptando extrañas posiciones que hacen que la realidad que vemos sea parcial, en el mejor de los casos, y, en la mayoría de ellos, directamente distorsionada.

    A qué viene toda esta reflexión. Evidentemente, querido lector, la menda que escribe, también tiene un sueño. Uno que me he preocupado de esquivar con habilidad durante tantos años como los que según mi DNI tengo. Soy un portento de la naturaleza, una verdadera atleta experta en carreras de obstáculos siendo los obstáculos mis puñeteros deseos y la carrera una huída hacia ninguna parte, un genio del “ahí no me meto”, “esto no es para mi” o del “mi banco tiene la manía de seguir cobrando los recibos en dinero y no acepta pagarés de sueños o deseos”. He aquí la mente práctica y racional más aburrida y absurda que ha parido madre. He aquí a doña “la vida es dura y esto es lo que hay” así que “para qué narices voy a intentarlo”.

    En efecto no siempre he sido así, hubo una época, lejana como la prehistoria, en la que creía en los sueños. Por supuesto me ocupé diligentemente de arreglar ese pequeño defecto de fábrica e integré mis deseos en un plan global (eso da para otra historia, mi manía de hacer planes, seré capulla…) que me aseguraba –eso creía- el conseguirlos, amén de cubrir todas esas necesidades impuestas por la puñetera vida tan real, tan dura, tan jodida, tan cierta… Para darme un par de hostias, vamos, lo reconozco, es más lo digo yo y en mayúsculas: soy Gilipollas. No me quito ni una letra, son todas mías.

    A estas alturas de mi vida, la realidad podemos decir que me ha enseñado algunas cosas –y las que me quedan-, por supuesto a base de bofetadas, que como todos sabemos es el idioma universal del mundo real. Vaya por delante que sé que nadie me hará caso, que la única manera de aprender la lección es recibiendo cada cual sus propias bofetadas, pero aún así allá van, las mías, resumidas y ordenadas por importancia:

    1/ Nada es importante salvo estar vivo y la salud. Sin eso todo lo demás, directamente es imposible.

    2/ El dinero es para vivir.

    3/ La vida no es lo que puedes comprar/atesorar/acumular. Los bienes materiales NUNCA proporcionan tipo alguno de felicidad, aunque a veces lo parezca.

    4/ De nada sirve el éxito si no tienes con quién compartirlo.

    5/ De nada sirve tener con quién compartir si no hay nada que compartir.

    6/ Te pongas como te pongas, al final, tendrás que acabar enfrentándote a tus miedos y a tus sueños, que, te cuento un secreto, son los mismos o están íntimamente relacionados.

    7/ Nada es fácil, si lo fuera sería aburrido te cansarías y lo dejarías antes de empezarlo.

    8/ El tiempo no existe más que en nuestra mente y en los relojes. En realidad la materia de la que está hecha la vida son –y esto, lector, es otro secreto- los sueños.

    9/ El valor de un logro es directamente proporcional al esfuerzo que ha conllevado conseguirlo e inversamente proporcional a la importancia que – mira qué imbéciles somos- le damos una vez que lo hemos conseguido.

    10/ Nada es imposible mientras haya vida y capacidad para soñar.

  • En vela

    En vela

    Publicado originalmente el 31 de mayo de 2010 por Carmen en Tukitina’s World.

    No puedo dormir. Estoy muerta de sueño y no puedo dormir. Mañana tengo que madrugar, tengo que hacer más de mil cosas y no puedo dormir. Hace calor. Me destapo. Tengo frío. Me doy la vuelta, me vuelvo a tapar. Así, si. Ahora estoy cómoda. No, no lo estoy. Lo pareceía. Quiero dormirme. ¿Qué hora debe ser? Seguro que es muy tarde. Y yo sigo despierta. No veo el reloj, pero seguro que es tardísimo. Tengo que dormir. Me doy la vuelta. Otra vez. No hay manera. Me levanto. Uff son las dos y media.  Menos mal, creía que era más tarde. ¿Por qué no debo poder dormir?

    Mejor tomo un poco de agua fresca, a ver si me tranquilizo y consigo dormir. El ordenador sigue en marcha. Miraré el blog. Nada interesante. Quiero dormir. Si vuelvo a la cama me pondré más nerviosa. Hace calor. Menos mal, parecía que el verano no llegaría nunca. ¿Y si escribo algo? Estoy demasiado dormida, no se me ocurre nada. Me enciendo un cigarrillo. Debería dejar esta mierda, me mata y encima me sale caro. Mañana a las siete sonará el despertador y estaré muerta de sueño. ¿Por qué no debo poder dormir? No lo entiendo, no estoy nerviosa. ¿O sí? Sí, puede que sí. Pero ¿por qué?. No tengo ni idea. No quiero pensarlo ahora. Sólo quiero dormir. Apago el cigarro. Bebo agua. Apago el ordenador. Me meto en la cama. Así, ahora sí. Buenas noches.

  • Mi nueva maceta

    Mi nueva maceta

    Publicado originalmente el 30 de mayo 2010 por Carmen en Tukitina’s World.

    Las personas somos como plantas. Necesitamos sol, agua, tierra y oxígeno. No podemos vivir sin ellos. Tenemos raíces más profundas de lo que pensamos y crecemos de manera imperceptible, pero constante. Nos gusta pensar que somos mucho más complejos, que necesitamos mil y una cosas para vivir, para alcanzar la felicidad, pero por lo general nos equivocamos. Necesitamos muy poco, todo lo demás son adornos y complementos en el mejor de los casos, complicaciones en el peor.

    Crecemos lentamente, sin darnos cuenta, a pesar de que el proceso tiende a ser de un modo u otro doloroso. Estamos tan ocupados observando nuestro propio ombligo que rara vez nos interesamos en prestar atención al resto de nuestro ser. Hasta que un día notamos que algo es distinto. Nuestro interior alberga algo nuevo, que no sabemos identificar. O tal vez sea que algo que estaba allí ahora no está. No nos hacía falta, nos deshicimos de ello. Puede que sean ambas cosas. O puede que sean nuevos brotes que han crecido, igual que crecen las plantas.  Nos damos cuenta de la diferencia, pero por lo general la ignoramos. Fijamos de nuevo la vista en nuestro ombligo y esperamos a que esa nueva sensación, esa incomodidad, esa novedad desaparezca.

    Pero no desaparece, al contrario, la incomodidad es cada día mayor. No nos encontramos a gusto allí donde estamos, pero no identificamos el motivo de nuestro malestar. ¿Qué ha cambiado? Pasamos días, semanas, en ocasiones algunos meses y nos familiarizamos con la nueva sensación. Nos adaptamos. La ignoramos con más facilidad, a pesar de se conscientes de su presencia. De pronto, de nuevo, un día, nos levantamos y sin darnos cuenta echamos la vista atrás. ¡Cómo hemos cambiado! En poco tiempo (días, semanas, en ocasiones algunos meses) todo es diferente. Nuestro mundo está del revés. Es mejor. Nos sentimos bien, grandes, fuertes, llenos de energía… ¡Nos han trasplantado!

  • Genios atormentados

    Genios atormentados

    Publicado originalmente el 28 de mayo de 2010 por Carmen en Tukitina’s World.

    El ser humano se mueve entre sentimientos extremos, o no se mueve. Hay una gran mayoría de personas, la masa la llamaría Ortega y Gasset, que directamente no se mueven, no sienten, no padecen. Simplemente están. Podría decir que me dan lástima, que menudo desperdicio tirar el tiempo así. Mentiría. Siempre he pensado que son los únicos que realmente conocen algo parecido a la felicidad.  El resto, una minoría demasiado amplia, baila de un punto al otro de la escala de sentimientos. Del más bajo abismo al más alto cielo. ¡Qué suerte -pensará alguno- conocer el cielo!.No hay suerte, sólo dolor. Un segundo de cielo equivale a una eternidad en el infierno. Es tan remota la posibilidad de llegar a él que una vez que se consigue es evidente que no se repetirá con facilidad. Entonces ya sólo queda el infierno, lleno de dolor, de lágrimas, de sufrimiento y con suerte el alivio del purgatorio, donde el único dolor es la añoranza del cielo.

    De esa minoría de sufridores eternos, aspirantes a llegar al cielo, desterrados del paraíso, inquilinos temporales del purgatorio, de entre ellos salen los genios. Hoy he conocido a dos. Mentes privilegiadas e increíblemente claras. Almas inquietas, brillantes, creadoras. Hoy los dos lloraban. Y hoy, por los dos,  he llorado.

  • Comerse el mundo

    Comerse el mundo

    Publicado originalmente el 25 de Mayo 2010 por Carmen en Tukitina’s World.

    Una mañana cualquiera te levantas, te miras en el espejo y, con una atención poco acostumbrada a tu propio ser, descubres las cicatrices que te dejó la vida. Algunas son ya sólo una fina línea blanquecina, a penas perceptible, otras rosadas, recientes, parecen resistirse a pasar desapercibidas. Pasas suavemente un dedo por encima, notas el relieve, recuerdas. Tu boca forma media sonrisa y piensas en aquellos días en los que creías, en los que tenías fe, en los que querías comerte el mundo….

    El agua fresca devuelve a tu rostro cierta apariencia de normalidad. Te acicalas, te vistes, te peinas… Y una última mirada al espejo antes de salir a la calle, a enfrentarte de nuevo al invisible enemigo. Ése que se refleja en el espejo no es el perdedor que no consiguió comerse el mundo. Ése, que tan bien disimula los mordiscos que le ha dado la vida, es el luchador que ha decidido permanecer en el combate. Cada uno de los golpes recibidos, cada cicatriz, cada desperfecto, es un recuerdo de tus múltiples batallas. Unas perdidas, otras ganadas. Cada batalla es un paso que te ha traído hasta aquí. Cada fracaso, un motivo para seguir adelante. Cada victoria una razón para no rendirse.

    Sonríe, estás vivo. Sonríe y sal fuera a intentar comerte de nuevo el mundo, antes de que el mundo te devore.

  • Del olvido

    Del olvido

    Publicado originalmente el 3 de julio de 2009 por Carmen en Tukitina’s World.

    Qué fácil puede llegar a ser olvidar. Ya, ya… Ahora viene la parte en la que se levanta de entre el público (porque hay publico, ¿no lo véis?) un amante despechado y me niega la mayor. Pero lo cierto, lo triste, es que el olvido es una droga dura y barata. Sí, es fácil olvidar, sobre todo involuntariamente.

    Me explico, antes de que mi exigente público se levante y salga de la sala. El ser humano sólo olvida aquello que no desea olvidar. Ni recordar. El hecho de desear implica atención y ésta es enemiga acérrima del olvido. No se olvida un amor, ni un nombre de amigo o enemigo.

    Se olvida aquello que en apariencia no nos importa, aquello que sólo echamos en falta una mañana en la que nos levantamos más tarde que pronto y notamos que algo falla, que algo falta. Un vacío, un roto, un descosido. Un desgarrón en toda el alma, hecho de golpe, sin compasión alguna por nuestra propia vanidad. Olvidamos aquello que no somos capaces de valorar hasta que nos falta.

    Toda esta parrafada sirve, ni más ni menos, estimado lector, que para pedir perdón por mi intencionado descuido, por mi descuidado olvido de este blog. Y que es que, claro, sólo echamos de menos aquello que hemos olvidado en algún momento. Y para ello es necesario, primero, no haberlo apreciado en suficiente medida. Para estimar algo en su justa medida demasiado a menudo es necesario perderlo.

    He aquí querido y anónimo lector (amado público), mis disculpas. Desde aquí me comprometo a no volver a tropezar con esta piedra, aunque sepa que volveré a encontrarla (más grande y puntiaguda si cabe) antes de que empiece a caminar de nuevo.

    _____________________

    PD: Han pasado aproximadamente quince años desde que escribí y publiqué esta entrada en mi primer blog de WordPress. Es curioso que hoy la recupere cuando, hace solo una ratito, he escrito la entrada de hoy inspirada por el mismo tema, la misma piedra…

  • Perdida, otra vez

    Perdida, otra vez

    Publicado originalmente el 18 de junio de 2008 por Carmen en Tukitina’s World.

    A veces parece que la vida pierde su sentido. Que no hay esfuerzo que sirva para nada. Que el sacrificio, sea del tipo que sea, es vano siempre por defecto. Que siempre hay algo o alguien ahí, a la vuelta de la esquina, esperando para arrancarte sueños e ilusiones de cuajo.

    ¿Es que siempre tiene que ser todo tan jodidamente difícil? Parece que sí. Que sino no tiene gracia la jodida de la vida. Pero a veces, tanta gracia, hace que una pierda el norte. Que olvide de dónde viene y a dónde va y lo que es peor aún, el motivo por el que empezó a caminar en esa dirección que ya no recuerda a donde conduce. Ahí estoy yo. Perdida. Sin rumbo. Ni brújula. Ni nada capaz de guiarme.

    Por supuesto, en esta situación, la opción más tentadora es la de sentarse, acampar en medio del camino, y esperar. Esperar a tiempos mejores o a que un recuerdo trasnochado me ayude a reconocer el camino o simplemente a la nada.  Quedarse quieto e imaginar que así también se puede ser feliz. Que no hace falta desear grandes cosas, sino simplemente contemplar lo que nos rodea. Conformarse.

    Tal vez simplemente esté cansada y necesite un tiempo para recuperarme. O tal vez por fin haya llegado el día en el que me he dado cuenta de que es más sensato tirar la toalla que seguir en busca de un sueño que es más que imposible… O tal vez lo único que pasa es que entre nervios y falta de sueño todo parece más negro de lo que realmente es… Espero que se trate de la última opción y que poco a poco todo se vea más claro, por difícil que parezca ahora.

  • Ya podría dolerme un pie

    Ya podría dolerme un pie

    Publicado originalmente el 6 de abril de 2008 por Carmen en Tukitina’s World.

    … Pero no, se ve que toca que me duela el alma. Lo más jodido es que para eso me temo que no sirve el paracetamol. Llevo días así, melancólica, tonta, ñoña, o mejor dicho, absurda, en general. Me hace gracia ver como soy capaz de desmoronarme por la mayor de las estupideces sin si quiera ruborizarme por ello. Creo que la primavera me sienta mal.

    Sí, preferiría que me doliera cualquier parte de cuerpo. Es más, sin pensármelo un segundo ofrecería que me partieran un brazo o una pierna a cambio de que desapareciera este horrible dolor que me oprime por dentro. Es evidente que un pensamiento tan idiota sólo puede deberse a una sobredosis de polen. Me pregunto cuál será el antídoto para este veneno que me mata lentamente, me atonta, me acobarda, me desvela, me aprieta el alma hasta ahogarla y no deja entero ni un minúsculo pedazo de mi ya sobradamente puteado corazón.

     Y por si fuera poco no me puedo concentrar, sólo pienso en ti (como en la canción, sí) y tengo que esudiar y no soporto más ser así de imbécil. ¿No se supone que este tipo de reacciones absurdas desaparecen junto con la maldita pubertad? Creía que ya había dejado atrás la adolescencia, pero cada año se empeña en volver con la primavera… Sí, ojalá me doliera un pie, la cabeza o se me partieran ambos brazos. Lo que fuera con tal de que desapareciera esta sensción, este sufrimiento, este descosuelo, este maldito amor a destiempo.

    Maldita primavera que no me deja estudiar…

  • Despacio

    Despacio

    Publicado originalmente el 10 de marzo de 2008 por Carmen en Tukitina’s World.

    Para bien o para mal, todo sigue igual. Menuda afirmación absurda, aunque cierta. Odio esos momentos en los que a pesar de que el mundo sigue girando parece que todo se ha parado alrededor de uno mismo, que su vida se ha bloqueado o que todo ocurre a cámara lenta. Sé positivamente que esta especie de calma chicha en realidad no es tal y que en cualquier momento (cuando menos me lo espere, claro, porque sino no tendrá gracia) un embate de viento hará zozobrar mi pequeña embarcación, aviso de mal tiempo, de tormenta en alta mar. Calma chicha premonitoria, pues.

    No creo que sea demasiado bueno recrearse en pensamientos de este tipo. Y me refiero tanto a aquellos que rondan sobre el presente y su silencio, como a aquellos que creen anticipar tiempos futuros. Es más, supongo que no debiera pensarlo en absoluto, simplemente observar como todo se mueve, más lento o más rápido, pero no tratar de encontrarle un sentido. Claro que, soy incapaz.

     ¡Nada! Nada me falta más que un poco de movimiento, ahora que parece que de pronto todo se para.

  • Uno de «esos» días

    Uno de «esos» días

    Publicado originalmente el 6 de marzo, 2008 por Carmen en Tukitina’s World.

    Hoy es uno de «esos» días. De esos en los que nada parece ir como en teoría debiera, en los que todo sale lo peor posible, en los que los desastres más insospechados ocurren, en los que la forma más positiva de describir tu estado es «lamentable».

    Un día de esos que es mejor olvidar, o incluso no haber vivido. De esos en los que lo último que uno debería hacer es levantarse de la cama, sino que lo recomendado es más bien todo lo contrario: esconderse bajo las sábanas (que tal y como todos sabemos es la mejor protección que alguien puede encontrar. A ellas recurrimos para esconder nuestra cabeza si durante la noche una pesadilla nos despierta, o cuando tenemos ganas de llorar y aún estando a solas nos cubrimos con ellas, como si fueran capaces de substituir un cálido abrazo…) Pero en un día de «esos» ni las más confortables y acogedoras sábanas podrán protegernos de los desastres que nos acechan a cada paso. En el mejor de los casos una inoportuna gotera sobre nuestra cama en un día de lluvia arruinará nuestro refugio. En el peor… buff, mejor no pensarlo, aunque podría ser incluso que un OVNI viniera a aterrizar sobre nosotros (o se estrellara, vete tu a saber)

    Sin protección alguna, pues, no queda otra opción que abandonar ese refugio y enfrentarse al día con el único consuelo de que éste también pasará. Así pues, con gran paciencia asumimos que es uno de «esos» días, que todo lo que se nos pueda caer de entre las manos se caerá, todo lo que se pueda estropear se estropeará y todo lo que pueda pasar para fastidiarnos, pasará..

    Pero aún concienciados de que estamos viviendo un día de «esos», nuestra mente jamás será lo suficientemente perversa como para imaginar cuál es el desastre que nos espera a la vuelta de la siguiente esquina. Y la mía no es la excepción. ¡¿Cómo iba a pensar que sería hoy, qué sería él, qué sería así… y que yo sería incapaz de pronunciar palabra alguna salvo un escueto «creo que será mejor que me vaya»?! Mejor irme, sí, pero tropezando, dejando caer libros, bolso, chaqueta y paquete de tabaco mientras empujaba la puerta de la salida de emergencia…

    Sí hoy tengo uno de esos días. Pero éste pasará a ser recordado como el fatídico día en el que Tuki se quedó sin palabras en el peor momento en el que podía hacerlo, en el que se acobardó y huyó. Las oportunidades existen y son imprevisibles. Tanto como para darse en un día de «esos». 

    Dispuesta a superar el desastre emocional que ha desencadenado mi huída precipitada de la escena, me dispongo a intentar huir también del mundo, a refugiarme bajo mis sábanas (que es de dónde hoy no debería haber salido), a lamentarme por mi deprimente reacción y a curar mis males a base de helado de chocolate.

  • Días tontos

    Días tontos

    Publicado originalmente el 9 de febrero de 2008 por Carmen en Tukitina’s World.

    Hay días duros, días felices, días extraños, días sorprendentes. Los hay de muy largos y de extrañamente cortos, de fríos y cálidos, de amables y de amargos… Pero sin duda hay un tipo de día que destaca sobre el resto, los tontos. Aquellos en los que te despiertas entre melancólico y triste. Aquellos en los que cada color, olor o gesto parece traer un recuerdo por largo tiempo olvidado. Aquellos que te hacen viajar en el tiempo y te dejan en una especie de estado catatónico, de empanamiento mental insoportable, en fin, de insufrible tontería.

    Cuando un día cualquiera se convierte en tonto no puedo evitar preguntarme qué extraña fuerza es la que despierta esa estúpida nostalgia, pero por más que busque no consigo encontrar respuesta alguna. Prefiero pensar que es una cuestión puramente hormonal, me resulta menos doloroso que admitir que echo de menos algunas cosas que debería haber olvidado por el bien de mi débil salud mental.

    Sí, en efecto, hoy tengo un día tonto. He recordado historias que no sólo creía olvidadas, sino que se presentan en mi memoria situándose en esa sutil barrera que separa los sueños de la realidad. Me he dado cuenta de que odio las fotos y las viejas cartas, que guardo en algún lugar, porque son la única prueba de que esos recuerdos corresponden a una realidad pasada, casi a una vida anterior, y no a un extraño sueño que por algún absurdo motivo se ha colado en mi imaginación. Tal vez debería quemar todo eso que acumulo en los armarios, deshacerme del pasado. Pero no me atrevo. La única manera de hacer desaparecer mi pasado es desapareciendo yo con él y, seamos sinceros, es posible que esté tonta, pero no tanto…

    Mañana será otro día y los recuerdos volverán a sus oscuros rincones y el presente ocupará de nuevo el lugar protagonista que le corresponde.

  • La piel tan fina

    La piel tan fina

    Estoy enfadada. Van ya, al menos, cuatro veces que se me olvida aquello que nunca, nunca, debo olvidar: Escribo para mí. Perder de vista esa básica premisa, siempre, sin excepción, desemboca en una crisis de identidad. Por suerte, en esta ocasión ha sido breve y en poco más de una semana he recuperado la memoria.

    Y es que, en palabras de mi suegro, que es, en mi particular universo, lo que Palpatine en Star Wars, tengo la piel demasiado fina. Todo me afecta demasiado, hasta aquello que debería dejarme fría. Y, sin atender a las retorcidas ocasiones en la que él suelta su frase fetiche, debo decir que tiene razón, pues, es obvio, que mi piel, tan, tan fina, se ha visto magullada y hasta quebrada por hechos que deberían resbalar sobre ella como el agua.

    Lo que me molesta no es, por supuesto, que mi piel se rompa y sangre. Soy humana, una muy delicada, está claro, pero me preocuparía más ser una insensible. No, qué va, lo que me molesta es olvidar esa premisa básica que, además de una verdad como un templo, es una maravillosa coraza: Escribo para mí. Debería repetirlo hasta quedarme sin voz, convertirlo en mural frente a mi mesa, tatuármelo en el antebrazo izquierdo, para tenerlo siempre a la vista.

    Escribir, sea este absurdo blog, un relato para enviar a un concurso o una novela, es mi particular parcela de libertad. Aunque suene feo, y sea, como dicen en TikTok, una unpopular opinion. Y más que eso, es una vía de escape, es una terapia e, incluso, una necesidad -cruda, física, ineludible-. Así que, sí, escribo para mí y no para gustar o no gustar, ni siquiera para que me lean. Y si me publico, sea aquí, sea en cualquier otro lugar, es por el mismo impulso irrefrenable que lleva al exhibicionista a abrirse en público la gabardina: mostrar aquello que no debería mostrarse, en el peor lugar y momento para hacerlo, pero jamás para perseguir loas, admiración y, ni mucho menos, consejos sobre la mejor o peor forma de enseñar sus colgajos.

    No quiero triunfar. No quiero ser famosa. No quiero gustar. No quiero que me odien. Lo único que deseo es apaciguar este dolor y escribir es la única forma de hacerlo, compartirlo lo único que le da sentido, aunque, me temo, que, como el exhibicionista de gabardina del párrafo anterior, lo haría igual por poco sentido que tuviera.

    Por supuesto, si escribo y comparto mis letras, no puedo controlar si gusto o si me odian, ni siquiera si triunfo o me hago famosa. Y, sinceramente, tampoco importa mientras no olvide lo único que sí es crucial, fundamental, vital: Escribo para mí.

    Dicho esto, volvamos a lo básico, la escritura por la propia escritura.

  • El final de la noche, justo antes del amanecer

    El final de la noche, justo antes del amanecer

    Sugerencia de escritura del día
    Describe uno de tus momentos favoritos.

    Me gustan la calma y el silencio y esas horas de la madrugada, cuando la noche ya casi deja de ser tal, pero el nuevo día todavía no empieza, es mi momento favorito del día, y mi rato preferido para escribir.

    Antes, cuando empecé a escribir, a veces llegaba a esas extrañas horas entre la noche y el día después de largas jornadas en vela, que me pasaban como un suspiro mientras tecleaba mi historia. Ahora, me levanto temprano para disfrutar de la magia de esa franja del día y, sí, también para escribir.

    Es curioso como cambian los hábitos con el tiempo, pero no otras cosas, como el gusto por esas últimas horas de la noche y las primeras del día, cuando solo hay silencio y hasta el más mínimo susurro parece hacer eco, cuando el aroma que arroja la cafetera parece más intenso, los colores del cielo más auténticos y hasta el aire más limpio.

    Me gusta escribir de madrugada, antes de tener que ser yo, antes de tener que hacer nada. Quizás sea porque, a esas horas, ayer ya es poco más que un fantasma, o, como mucho, un mal sueño, y hoy, todavía, puede ser cualquier cosa.

  • La rueda siempre será redonda y la pólvora siempre hará ¡pum!

    La rueda siempre será redonda y la pólvora siempre hará ¡pum!

    Sugerencia de escritura del día
    ¿Qué cosas importantes te han sucedido hoy?

    Acostumbro a dormirme escuchando un audiolibro y el que escuché anoche se parece demasiado a la historia en la que estoy trabajando. Se parece tanto, que durante un rato hasta temí estar plagiando un libro que todavía no había leído -ni escuchado-. Por supuesto, caí dormida antes de comprobar si había o no plagio, al fin y al cabo, si me duermo con un audiolibro es porque escuchar historias me deja fuera de juego más rápido que cualquier somnífero, al contrario que leer, que me mantiene despierta hasta la salida del sol.

    Obviamente, he pasado una noche horrible, llena de pesadillas en las que mi historia se mezclaba con aquella que había empezado a escuchar y todo era horrible, y mi novela resultaba ser un plagio de algo que no había leído y… Bueno, podéis imaginar la nochecita que he tenido. Para colmo, por algún motivo desconocido, el temporizador de Audible no ha funcionado y la novela que casi he plagiado ha seguido sonando y nuevas partes de la historia se han entremezclado con mis sueños, para acabar de empeorarlo todo. (Recordatorio: Poner el temporizador del móvil además del de la aplicación).

    A eso de las cuatro de la madrugada, me he despertado, pero la pesadilla seguía. En el pequeño altavoz, que pongo junto a mi almohada para no molestar a mi marido, seguía sonando la novelita de marras. ¿Que qué he hecho? Primero, escuchar, y en ese punto -estábamos ya en el capítulo veintimucho-, la historia ya no tenía nada que ver con la mía, salvo, quizás, la combinación de dos narradores distintos intercalados. He respirado aliviada, me he levantado a por agua y he escuchado un rato más, hasta que, como siempre, me he quedado dormida, otra vez, pero ya con la tranquilidad de que no había peligro de plagio.

    Entonces, qué ha pasado, por qué durante un buen rato he pensado que mi historia era un plagio de otra, que ni siquiera conocía. Bueno, hay dos causas. La primera, una historia en estado embrionario se parece a todas las historias que tengan rasgos en común. Y la mía, claro, es un embrión a medio desarrollo todavía, pues es poco más que un proyecto de tres páginas en calibri 12, 1,5 de interlineado, y tres capítulos de escaleta. Pero es que, seguramente, hasta cuando tenga la escaleta completa, con todas sus escenas, seguirá siendo solo un embrión, ni siquiera un feto todavía, pues, al menos para mí, no se puede hablar de estado fetal hasta que no ha comenzado la escritura. Y, creedme, en la escaleta no ha comenzado nada, más que una firme declaración de intenciones, salvo que intercales planificación con escritura (yo lo he hecho a veces y me funciona). Pero si hablamos solo de una escaleta, o cualquier estadio anterior de la planificación, estamos hablando, como mucho, de un esquema.

    Y, queridos, a nivel esquemático todas las historias se parecen. Bueno, vale, todas no. Pero, si las dividimos por grupos, no solo por género, todas se parecen. La marca diferencial rara vez está en el esquema, en la estructura. Claro que, cada cierto tiempo hay algo rompedor, que supone un hito, un antes y un después, en lo que a estructura se refiere. Pero eso es algo excepcional. La mayor parte de las historias se basan en alguna variación de la estructura artistotélica en tres actos, o no. Y las del segundo grupo, son minoría. Y, a nivel esquemático, hay un número limitado de planteamientos, nudos y desenlaces, y también de desencadenantes y puntos de giro. Asumámoslo, cuando hablamos de escribir novelas, la mayoría de nosotros, no va a inventar nada (salvo la historia, claro). Y yo, personalmente, no quiero inventar nada, quiero entretenerme y entretener. Listos.

    Pero es que si nos detenemos a pensar en la voz narrativa, también las opciones son limitadas. Mucho. Y, claro, otra vez, puede haber propuestas rompedoras, pero una servidora, me reitero, quiere entretenerse y entretener, no reinventar la pólvora. Así que es fácil que tu propuesta coincida con cualquier novela publicada a lo largo de la historia y si, como yo, tienes la imperiosa necesidad de «escribir a la moda para no parecer que me he quedado atrás o que no soy moderna, o, peor, que parezca que tengo la edad que tengo» pues ocurrirá que encontrarás propuestas con voces narrativas similares o, incluso, calcadas. Y no hay plagio, es solo seguir la corriente del momento.

    Si bajamos otro nivel, y pensamos en los personajes y su arco de evolución, tema harto estudiado por quienes se dedican a estudiar en lugar de escribir (yo pretendo combinar las dos cosas algún día, pero, a saber cómo acabamos), pues también son limitados. Y en el caso que me ocupa -y todavía no he terminado el libro- hay un arco de ascenso o favorable (de chica probre y marginal a chica rica y asumo que bien integrada), que, al menos en su inicio, coincide con el mío. Claro, retratar en las primeras escenas la vida de una persona marginal supondrá similitudes, da igual cómo nos pongamos. Más me ha fastidiado el arco de ascenso del otro personaje protagonista, que no es de tipo material, sino más de reconocimiento social, y eso coincide con el mío. Y con cientos más.

    Vámonos a la ambientación. Y tengamos en cuenta que hablamos de fantasía, género en el que un elevadísimo porcentaje de obras tienen una ambientación de tipo seudomedieval, con magia. Sinceramente, coincidir en eso es lo mínimo que puede pasar hablando de fantasía.

    Así que tenemos tres coincidencias:

    1. Ambientación seudomedieval con magia.
    2. Dos narradores intercalados en primera persona y en presente
    3. Punto de partida de los arcos de evolución de los personajes principales.

    Si tenemos esto en cuenta, el susto y las pesadillas está justificadas.

    Ahora, vamos a las diferencias:

    1. El tema. Lo mires por donde lo mires, no hay coincidencia. Aunque el tema es algo que muchas veces el lector no aprecia, pero marca toda la historia (o debería). Tampoco hay coincidencia en los temas secundarios,
    2. La motivación de los personajes y el desarrollo de los arcos de evolución, que no parece que vayan a ser iguales.
    3. Los sistemas mágicos. Mi mundo tiene como cuatro sistemas mágicos distintos, que conviven (mal, ya os digo que mal) en un mismo mundo.
    4. Las especies o razas (no sé cómo llamarlas ahora, con todo lo de la corrección política) que en mi mundo son cuatro.
    5. La importancia del romance. Sí, en mi historia hay un romance, pero no es central en el desarrollo de la historia. Es decir, si quito el romance de la ecuación, la historia se mantiene. (Y sí, podéis imaginarme ahora amputando el romance y aumentando los narradores para que sean más de dos, porque es en lo que estoy pensando, aunque no quiere decir que lo haga).

    Es obvio que hay muchas coincidencias, pero también hay diferencias. Y, después, debemos contar el factor clave que hace que una historia se parezca más o menos a otra, más allá de todos los aspectos técnicos mencionados: La pluma del autor.

    Si bien es cierto que, si solo partimos del esquema embrionario, casi todas las historias se parecen entre sí, también lo es que la gracia del escritor para desarrollar ese esquema y transformarlo en novela tiene un papel fundamental. Si le diéramos a varios escritores el mismo esquema de una novela, más que probablemente, las historias resultantes serían muy distintas entre sí, aunque mantuvieran idénticos ciertos rasgos argumentales y formales. Aquí no hablo tanto de estilo, que también, como de mirada. Uno se fijará más en detalles del escenario, otro en el interior de los personajes, otro, en las relaciones entre ellos, otro, las emociones, otro, en la acción, otro, lo equilibrará más todo…

    Así que, debo deshacerme del pánico, pues en cuanto termine de escaletar y empiece a escribir y desarrollar, seguro, segurísimo, la historia se diferenciará de las demás.

    Pero, admito que me arrepiento un poco de haber presentado ya mi propuesta de novela, aunque el plazo terminara mañana. Lo hice porque estaba segura de que, al fin, había encontrado mi historia. Tan segura, que ni siquiera escribí sobre ella en el blog, para no gafarla (como con las anteriores), y no quise jugármela y esperar al último momento por si algún problema técnico me impedía hacer la entrega. Así que, ayer por la mañana, redacté el proyecto y lo presenté.

    Ahora, quizás por la mala noche, o quizás solo por haber descubierto esta otra historia, que parece que inspira la mía, pero no; si tuviera la oportunidad, presentaría otro proyecto, el que fuera de todos los que tengo por ahí en la carpeta de descartados.

    En fin, habrá que asumir el golpe y reaprender algo que ya hace tiempo que sé: En literatura, ya todo está inventado, cualquier cosa que hagamos, la habrá hecho alguien antes. Ante este panorama, lo único que podemos hacer es afilar nuestras plumas y sacarle brillo a nuestra prosa para que la historia que contemos, aunque no sea tan única como nos gustaría, impacte en el lector y le deje huella.

  • Escribir, crear mundos, vivir historias increíbles

    Escribir, crear mundos, vivir historias increíbles

    Sugerencia de escritura del día
    ¿Qué te apasiona?

    Mi pasión es escribir, de eso no hay duda. Pero decirlo así me sabe a poco porque escribir es mucho más que juntar letras para convertirlas en palabras, frases, párrafos… Escribir es meterte en la piel de personajes que, a menudo, poco o nada tienen que ver contigo y es vivir situaciones que, probablemente, jamás vivirás en tu realidad. Pero, hasta ahí, aunque con mayor intensidad, la experiencia es similar a la de leer.

    Lo mejor de escribir, no obstante, no se parece a nada más, ni a la lectura, ni a ver cine o jugar a un videojuego. Lo más parecido es, en todo caso, el juego de los niños, en el que con una sola frase se altera la realidad para que, por ejemplo, de pronto, el suelo sea de lava. Porque lo mejor de escribir es crear mundos e, incluso, universos enteros.

    A veces pienso que cuando algún libro sagrado dice que un dios nos creó a su imagen y semejanza, se refiere a eso, a que, al igual que esos dioses creadores, también nosotros somos capaces de crear realidades enteras gracias a las palabras.

    Y eso de crear mundos y ponerlo en funcionamiento es, creedme, muy adictivo. Tanto que, más que una pasión, es pura necesidad. Una vez que lo has probado, nada es capaz de igualar el placer (qué proporciona). Qué digo, placer, es mucho, mucho más que placer, es plenitud, absoluta satisfacción o goce sin fin. Éxtasis.

    Claro que, ese Éxtasis, así, con mayúscula, no se extiende a toda la experiencia, y, como en todo proceso, en el creativo también hay altibajos, y si las cimas conducen al éxtasis, imagina a dónde pueden llevarte las profundas fosas. Al menos, y eso es bueno, tanto cimas como fosas son escasas y la mayor parte del trayecto transcurre por llanuras, ahora en verdes valles fluviales, ahora en desérticos parajes, intercalados por bosques o matorrales, más o menos empinados.

    Sea como sea, no lo cambio por nada, ni siquiera cuando me he visto atrapada en una sima a la que a duras penas llega la luz y de la que no parece haber salida. Siempre, siempre, crear mundos – y universos-, personajes, historias es lo que más anhela mi alma.

    Supongo que todo esto puede resumirse diciendo que escribir es mi pasión.

La Enésima Aventura

Un cuaderno de viaje con sueños, relatos y novelas en marchaHistorias vivas donde no serás espectador, sino acompañante de la aventura.

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