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  • El cuaderno que nunca cierro

    El cuaderno que nunca cierro

    Siempre he pensado que mis blogs, de alguna manera, son un reflejo de mí misma, o, al menos, del momento en el que me encuentro. Y eso es así incluso cuando los abandono, sea por falta de tiempo o por dudas sobre mi vocación, mi camino. Al final, el silencio no deja de ser también una forma de comunicación.

    Mi primer blog

    Mi primer blog fue el fruto de un trabajo de la universidad. Creo que jamás agradeceré lo suficiente que aquella profesora, cuyo nombre no recuerdo, se empeñara en que aprendiéramos a manejar WordPress, en especial en un momento en el que, al menos en España, Blogger era de lejos la aplicación más usada para estos menesteres. Hasta recuerdo el disgusto de muchos compañeros de clase que no entendían por qué existiendo una herramienta mucho más sencilla nosotros teníamos que usar esa otra, más compleja…

    A mí, personalmente, aquel trabajo me encantó. Me resultó fascinante la posibilidad de tener un sitio propio, tan a mi medida, en el que volcar todo aquello que puebla mi mente y que, hasta entonces, guardaba en cuadernos y carpetas. Y aquel primer blog, que solo tenía que ser un trabajo universitario, se convirtió en mi compañero inseparable. Desde entonces, siempre he tenido, al menos, un blog. Y, siempre, siempre, uno que fuera diario, personal e íntimo, sí, pero también donde volcar mis mundos y fantasías. Ese, el diario, ha sido siempre mi blog principal y los demás, a lo sumo, herramientas para un fin concreto.

    Más que una herramienta

    Pero mi blog, el de verdad, nunca es una herramienta. Su función principal no es darme a conocer, ni vender, ni crear comunidad, aunque, claro, soy humana, me encanta que ayude en todos esos aspectos. Pero mi blog es un extensión de mí misma y eso lo aleja de la idea de herramienta.

    De tener una función, que no niego que pueda tenerla, sería la de válvula de escape, cuaderno de viaje y, a lo sumo, cuerda de seguridad que me mantiene en el mundo real cada vez que mi mente se adentra demasiado en ese peligroso mundo llamado fantasía.

    Mi blog es una extensión de mí misma.

    En cualquier caso, creo que es por esa naturaleza suya, tan particular, que al visitar mis viejos blogs, como estoy haciendo estos días, puedo ver con claridad el momento en el que estaba en cada uno de ellos. Y no hablo solo de los textos. Me refiero a las secciones, el diseño, las categorías, la frecuencia de publicación, el uso de imágenes… Son todos esos detalles los que hablan de la Carmen que escribía en ellos entonces. Igual que, me temo, este blog, habla de la Carmen de ahora…

    Lo que dice este blog de mí

    Eso me ha hecho preguntarme qué dice este blog ahora de mí, aunque, por supuesto, falta la perspectiva que da el tiempo para poder sacar conclusiones mínimamente válidas. Aún así sí puedo ver varias cosas, como que estoy decidida a volver a intentarlo, o de lo contrario no invertiría tanto tiempo ni esfuerzo en esta aventura. También que no quiero cortar en seco con mi pasado y todos aquellos intentos que no salieron bien, o no estaría rebuscando en los cajones y rescatando todo el material viejo que estoy trayendo a este espacio. Quizás también pensaría que quiero compartir lo que he aprendido, o no tendría una categoría dedicada a ello.

    No sé qué más verá mi yo futuro cuando viaje en el tiempo y vea esto que estoy haciendo ahora, pero, con independencia de las conclusiones de esa hipotética versión futura de mí misma, por ahora, en este preciso momento, puedo decir que me gusta lo que estoy haciendo y cómo va quedando. Más que eso. Ahora este blog está siendo clavo ardiendo al que aferrarme cuando parece que nada más queda entero a mi alrededor y lo más importante, que es la salud, falla.

    Lo único de lo que estoy segura en este momento es que aquellas clases de primero de periodismo en las que una profesora se empeñó en que aprendiéramos a usar WordPress son uno de los mejores regalos que he recibido en la vida, aunque entonces ni siquiera imaginara la importancia que acabaría teniendo para mí, porque, desde entonces, no concibo la vida sin blog.

  • Puertas

    Puertas

    Otra vez siento que al escribir abro una puerta que, generalmente, no solo está cerrada, sino que es invisible. Hacerlo me asusta y excita por igual. Traspasar ese umbral, es, en realidad, lo que da sentido a mi vida.

    Más allá del martilleo de los dedos sobre las teclas, de las palabras y de las páginas escritas, hay un mundo que, por lo general, desconocemos e ignoramos. Un mundo que desde cualquier punto de vista actual no debería existir, pero que, nos guste o no, existe. Un mundo que, cada día estoy más convencida, forma parte de este que sí aceptamos y disfrutamos —o padecemos—, pero que no podemos o sabemos medir, definir y calificar, y que, supongo, por eso negamos. Pero negarlo no hace que deje de existir, igual que repetir una mentira no la convierte en verdad.

    Sentir ese nudo en el estómago que me indica que estoy a punto de entrar en ese otro lado de la realidad suele hacer que dude de mi cordura. Pero hay momentos, quizás los de más enajenación, en los que no importa en absoluto perder la razón con tal de poder disfrutar de aquello que, por consenso social, nos está del todo prohibido.

    La puerta de entrada que yo conozco a ese mundo que está más allá de lo que conocemos, y que aparece y se abre cuando dejo volar libre mi mente sin restricción alguna, no es, seguramente, la única que existe. Pero es la más cómoda para mí, la de más fácil acceso. Y, a partir de ahí, ya nada vale ni es definible. Ni puede contarse, a no ser que uno quiera que lo encierren directamente en un psiquiátrico.

    Lo que hay al otro lado —que no deja de ser este mismo lado, por más empeño que pongamos en negarlo— ha sido mil veces descrito por la humanidad, pero ninguna de esas descripciones sirve. Y es absurdo tratar de darle nombre, o de clasificarlo, porque el mero hecho de intentarlo, hace que se esfume. Y en realidad tampoco debería de importar que así sea, salvo porque nosotros tenemos la manía de querer encasillarlo todo, etiquetarlo, esquematizarlo…

    Así que, poco importa lo que yo diga o escriba, salvo que otra vez he encontrado la puerta y que, de nuevo, siento ese nudo en la boca del estómago que me indica que estoy a punto de entrar. Y, por supuesto, siento miedo, terror, de hacerlo y desaparecer, o perder completamente el juicio y desvincularme hasta tal punto de lo que llamamos realidad que no haya modo de volver.

    Y, por supuesto, siento las ganas —la necesidad— de penetrar en esa realidad que otros llaman fantasía. Dentro de nada, la necesidad se impondrá, la curiosidad ganará la partida, y dejará de importarme si desaparezco o si lo hace todo lo que ahora me rodea. Al fin y al cabo, qué más da, si lo único que sabemos con certeza de esto a lo que llamamos vida es que, hagamos lo que hagamos, en un momento dado, simplemente, se termina. Siendo así, habrá que disfrutarla hasta las últimas consecuencias, sean estas cuales sean, digo yo.

    Si encontramos puertas, la curiosidad —y quizás también la imprudencia— impone abrirlas.

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    Escrito y publicado el 26 de noviembre de 2012 en mi antiguo y perdido Diario de una escritora.

    Este texto, que ni siquiera recordaba haber escrito, es demasiado similar a lo que ahora es el preludio de La Danza de los Mundos para que no me llame la atención, solo que lo escribí mucho antes. Pero, más que eso, lo que me sobrecoge es que creo que recoge no solo la semilla de un mundo que no era todavía ni un embrión, sino también la causa del largo bloqueo creativo que siguió al nacimiento de aquel universo llamado Atiskaya y que, ni más ni menos, el miedo. Miedo al qué dirán, sí, pero también a perder la cabeza —y sobre todo— a quedarme sola.

    Hoy, tantos años después, comprendo que lo que he vivido supera a cualquiera de esos terrores antiguos. Pero, no solo eso: también entiendo que algunos de esos miedos, o, al menos, sus ecos, todavía me acompañan. No obstante, esta vez, elijo seguir adelante y abrir de par en par la dichosa puerta, para que lo que tenga que pasar, suceda, y, el que tenga que irse, que se largue.

  • Si el dinero no importara…

    Si el dinero no importara…

    Sugerencia de escritura del día
    Enumera tres empleos que te plantearías desempeñar si el dinero no importase.

    ¡Esto sí que es fácil! Si el dinero no importase el primer empleo que querría desempeñar, es, cómo no, dedicarme a la escritura de novelas, cuentos, relatos… Escribir cualquier cosa que se me pasara por la cabeza, sin más motivación que la apetencia. El segundo empleo, para mí, muy relacionado, sería la investigación académica, eso sí, sobre un tema en concreto: mitología y literatura. O, mejor dicho, el papel de la mitología en la creación literaria. El tercero, muy en línea con los anteriores, si pensamos que el centro de ambos es la creación de historias, sería guionista. Al final, se mire como se mire, todo lo que me interesa está relacionado con el arte de contar historias

    Pero el dinero importa…

    Por eso, empecé trabajando en periodismo. El mundo de la comunicación era lo más parecido que se me ocurría a dedicarme a escribir y contar historias. La realidad fue muy distinta de lo que imaginaba y rápidamente acabé quemada y deprimida. Dicen que el burnout es la causa oculta detrás de muchos problemas de salud. Y me lo creo, porque justo tras esa etapa, que no puedo calificar con ningún apelativo amable, empezaron mis problemas físicos y, casi de inmediato después, los problemas vasculares y cardíacos. Tenía unos 30 años cuando todo empezó y mi estado físico era, supuestamente, bueno. Así qué, quién sabe: puede, o no, que haya relación entre ambas cosas.

    Y la salud también

    En vista de los problemas de salud y el estrés que conllevaba trabajar en el mundo de la comunicación, decidí darle un vuelco a mi vida y dedicarme a la enseñanza. Por supuesto, en ese momento podría haber optado por seguir el camino de la escritura o el de la investigación académica. Pero, no me atreví. Quizás porque, sí, el dinero importa y ninguno de esos dos caminos parece conducir a la estabilidad económica que necesitaba entonces. O, tal vez, fuera porque en ese momento toda mi valentía estaba puesta en aprender a vivir con mi nueva situación.

    Encontrar el equilibrio entre dinero, salud y vocación

    Solo ahora, que mi vida más o menos se ha estabilizado, me atrevo a volver a soñar con escribir y hacer de ello mi ocupación principal. Porque sí, la salud física importa, pero la salud mental también. Y, seamos sinceros, mi trabajo como profe de español para extranjeros es maravilloso, pero vivo con la aplastante sensación de estar traicionándome por no hacer aquello que verdaderamente amo. O, al menos, no hacerlo con la intensidad que merece. Y, quizás, el secreto radique en encontrar un equilibrio entre dinero, salud y vocación, sin dar más importancia a una cosa que a otra y, sobre todo, sin dejar ninguna de lado.

    El amor y el destino tienen la última palabra

    Aunque, por supuesto, siempre queda el sueño de poder dedicarse en exclusiva a aquello que más deseamos. Eso que haríamos —y que muchos hacemos— a cambio de absolutamente nada más que el placer de hacerlo. A ese sueño, os lo aseguro, no estoy dispuesta a renunciar. En especial, porque estoy firmemente convencida de que cuando tienes una vocación —una llamada— y amas lo suficiente lo que sea que te atrae de tal manera, es porque, realmente, estás destinado a ello.

    Y aquí estoy, a la espera de que el amor por mi vocación me lleve a mi destino.

    Mientras tanto, ¿qué tal si me cuentas cuál es tu sueño imposible?

  • Cuando la enfermedad se convierte en mito

    Cuando la enfermedad se convierte en mito

    Estar enferma es un asco. No hay otra forma de decirlo ni acepto discusión al respecto.

    Pero, es verdad, tengo días buenos y días malos.

    Vale, la mayoría son malos. Hay algunos regulares. Y unos pocos buenos.

    Pero hay días buenos y eso es importante. Mucho.

    Hoy es uno de los buenos. Tan bueno, que hasta me he atrevido a ponerle voz al vídeo que he compartido en TikTok. ¿Tenéis idea de cuántos días hacía que el mero hecho de hablar era un esfuerzo titánico? Y hoy le he puesto voz a un vídeo… Claro, que, a diferencia de otras veces —antes de la catástrofe…—, solo he hecho una grabación y, por suerte, ha ido bien. No he repetido nada. No he buscado nada parecido a la perfección. Ni siquiera a la corrección. Ha salido lo que ha salido. Pero ha salido algo… Y, sí, después de grabar el audio he tenido que descansar. Y después de montar el vídeo, también.

    Pero hoy es un día bueno. Y es difícil explicar hasta qué punto eso es esperanzador.

    También los días regulares son importantes y me ayudan a mantenerme optimista. Gracias a ellos estoy rebuscando en los cajones digitales olvidados, en ese desván de ceros y unos que son los blogs pasados, las aplicaciones de almacenamiento, los discos duros externos, los pendrives y, sí, también en los cuadernos en papel, los apuntes, las notas.

    La enfermedad puede ser una oportunidad

    Es curioso como este episodio, que todavía tengo que bautizar oficialmente porque lo de catástrofe es demasiado general, está funcionando como una suerte de túnel del tiempo que me ha llevado a enfrentarme a mi pasado, tanto al bueno, ese que tengo tan idealizado, como al malo, que, del mismo modo, y justo al revés, he demonizado hasta el extremo.

    Y, sí, todavía voy a decir que este gran desastre, que me tiene atada a la silla, la almohadilla de calor y una bárbara cantidad de pastillas de efectos psicotrópicos, está teniendo efectos positivos que nada tienen que ver con el viaje farmacológico en el que estoy inmersa. O puede que sí.

    En cualquier caso, más allá de recuperar un arsenal de textos perdidos que estaban cogiendo polvo digital —y sí, eso existe, no me discutáis— y real, está causando que vea mi trayectoria creativa con otros ojos —sigo sin referirme al subidón, aunque sigo sin descartar su influencia— y me replantee dónde estoy, qué hago aquí, de dónde vengo y, sobre todo, cómo he llegado hasta aquí y adónde demonios quiero ir.

    Tan es así, que, de no ser porque suena demasiado dramático, diría que mi cuerpo y mi mente —quién sabe si en confabulación con mi alma— han decidido coordinarse para que mi crisis de la mediana edad sea de nivel épico. O, incluso, diría, legendaria

    Tanto, tanto es así que, a veces, pienso que mi dolor físico —los distintos dolores, quiero decir, porque no creeréis que esto afecta a una única parte de mi cuerpo… Por favor, eso sería demasiado fácil y normal— es una expresión de los «dolores de la mente y el alma» que tan bien he aprendido a ignorar. En ese escenario, el viaje psicotrópico y, por supuesto, el viaje en el tiempo serían algo así como herramientas para cuidar y sanar cada una de esas heridas invisibles; la mayoría de ellas, ya que estamos siendo sinceros, relacionadas con la absurda necesidad de escribir y el sueño de dedicarme en exclusiva a ello, más absurdo todavía.

    La mitología como herramienta para comprender la realidad

    Voy a ir más allá, pero recordad que escribo esto en un estado de consciencia que cualquier juez declararía como alterado, diría que estoy viviendo toda una iniciación chamánica. O, yendo a conceptos con los que me siento más cómoda, un descenso a los abismos para renacer, cual misterio eleusino o rito mitraico, ya sabéis, de esos en los que desciendes al Inframundo para superar (o no) una prueba y regresar renovado.

    Así que, cual moderna Isis —que me perdonen los dioses antiguos por tal comparación y, vosotros, lectores, si seguís aquí, atribuid a los fármacos el salto atrás cultural—, siento que estoy descendiendo al Duat a buscar los restos de mi amado y resucitarlo, que, en mi caso, no es Osiris, sino la escritura, el sueño de ser escritora, y, ojo, si esto sale bien, concebir a Horus, que, para hacerlo corto, diremos que es el dios más importante de Egipto.

    Si me pongo en extremo junguiana, cosa que no me cuesta demasiado dada mi obsesión con los mitos, su vigencia y papel en nuestras vidas, podría interpretar mi enfermedad como ese proceso de búsqueda del cuerpo fragmentado de mi, digamos, carrera de escritora (¡qué osada me hacen las drogas!), su reconstrucción y resurrección gracias a la magia.

    Eso, siguiendo el mito de Isis, me haría algo así como señora del Duat o del Inframundo, entendiéndolo como ese mundo especial, distinto del mundo mundano anterior. Y, hete aquí lo interesante, supone la posibilidad de concebir «un hijo póstumo con «el resucitado» ». Es decir, una nueva obra, pero no distinta ni independiente de lo anterior (no con otro padre), sino relacionada con ello (hija de esa existencia anterior). Y, si me pongo literal, atendiendo a la importancia de Horus en el panteón egipcio, diría que, dicha obra, será la más importante de todas.

    El relato y el mito como herramienta para resistir

    A tenor de todo lo anterior, y atendiendo a mi estado, me vais a permitir que me aferre al mito de Isis, y, como dirían Maureen Murdock y Jean Shinoda Bolen o Maria Tatar, deje que el mito me atraviese, encarne en mí, se desarrolle por completo y, cuando, esté lista, me libere para poder encarnar el mito siguiente.

    Al final, la vida real, la mitología y la fantasía no están tan alejadas la una de la otra como a primera vista puede parecer. Mucho menos para quienes, con más o menos éxito, nos dedicamos a estos temas, sea profesional o académicamente. Y, más todavía, cuando la aproximación se hace desde la más salvaje creatividad.

    En todo caso, tanto fantasía pura como mitología, en tanto que relatos ambas, son magníficas herramientas en las que apoyarse cuando, en apariencia, la vida real ha perdido cualquier apariencia de estabilidad.

    Digo más, en vista del dolor y del viaje alucinógeno en el que estoy inmersa, ahora mismo, fantasía, mitología y psicología junguiana aplicada son mi clavo ardiente favorito.

    Al fin y al cabo, cualquiera, creo, elegiría verse como Isis en mitad de una prueba en lugar de como enferma sin solución a la vista.

    Bibliografía sobre mitos, mujeres y narrativa

    Por si os interesa, aquí os dejo mis tres libros de cabecera sobre el tema de la aplicación de la teoría junguiana a la mujer, muy útiles para el día a día, pero también para la narrativa. Un buen trasfondo mítico siempre fortalece al personaje porque son estructuras que, de un modo u otro, tenemos interiorizadas.

    Bolen, J. S. (2002). Las diosas de cada mujer: Una nueva psicología femenina. Kairós.

    Murdock, M. (2010). Ser mujer: un viaje heroico (P. Gutiérrez, Trad.). Gaia Ediciones.

    Tatar, M. (2023). La heroína de las 1001 caras (A. I. Sánchez Díez, Trad.). Koan.

  • Cruce de caminos

    Cruce de caminos

    Una vez más, esto ya lo he vivido. Estoy en un lugar que conozco, no exactamente idéntico, pero básicamente igual. Mi querido cruce de caminos en mi viaje en espiral.

    Aquí, a mano derecha, la lógica y el método, lo conocido, la suma y la resta, las piezas que encajan, el camino seguro, señalizado, bien iluminado. Aquí lo material, lo tangible, lo deseable, y, también, lo aburrido. Aquí, lo lineal y previsible, lo que llena solo a medias y únicamente al principio.

    Allí, hacia la izquierda, lo desconocido. Allí la falta de lógica y de sentido, el desorden, el caos, la ausencia absoluta de camino. Allí lo inmaterial, lo intangible, lo deseado y anhelado hasta la casi total pérdida del juicio. Allí la inspiración y el éxtasis, la plenitud absoluta, y, también, el delirio.

    Aquí, ser uno más, mejor o peor, pero uno más. Allí ser cualquier cosa.

    Aquí la seguridad. Allí el desconcierto.

    Una vez más, esto ya lo he vivido. Y sé lo que quiero. Y cómo hacerlo. Entonces ¿a qué espero?

    ¿O será quizás que, esta vez, sí tengo miedo?

    ______________

    Escrito y publicado el 15 de enero de 2013 en mi antiguo y perdido Diario de una escritora.

    Sigo recuperando, rescatando y reciclando textos pasados de mi desván digital. Este tiene poco misterio y sigue tan actual como entonces: siempre, siempre, siempre dudo entre seguir la vocación y la inspiración o conformarme con la seguridad y comodidad de una vida del montón.

    Espero que os guste.

  • Segundo movimiento

    Segundo movimiento

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  • Abismo

    Abismo

    Más allá de ti, de mí y del mundo que nos separa hay un abismo.

    Un lugar que no es tuyo, ni mío, ni llega a él el mundanal ruido.

    Allí, tal vez, podríamos encontrarnos,

    igual que lo hacen todas las cosas que fueron, pero ya no son,

    y que, a pesar de ello, aún siguen siendo.

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    Escrito y publicado el 9 de febrero de 2014 en mi antiguo —y ya perdido—Diario de una escritora.

    Esto sí que no recuerdo haberlo escrito, ni mucho menos el contexto. Diría, por el tono, que debía de estar trabajando en la segunda parte de Non Serviam. Bueno, por el tono y por la mención al abismo y al espacio entre los dos personajes. Pero, vamos, que ni idea.

    Aquí lo traigo, para que, al menos, quede recogidito en algún lugar, que da mucha pena ver estos textos huérfanos, perdidos entre ceros y unos.

  • Maldita divina noche

    Maldita divina noche

    Hace tanto tiempo ya de todo, que no puedo evitar preguntarme cuánto de mis recuerdos es real y cuánto una reconstrucción de mi mente, un encaje de bolillos de ideas e imágenes sueltas, tejido a la perfección para crear una imagen quizás falsa, quizás idealizada, quizás retorcida…

    Tanto, tanto tiempo, que no comprendo cómo es posible que sigas viviendo en mi cabeza, en mi memoria. Porque no fue para tanto, ¿verdad? O quizás sí lo fue y yo solo me repito la poca importancia que tuvo para mitigar la sensación de pérdida.

    Perdimos algo. Un poco cada uno de aquellos días, tan alejados entre sí, pero entre los que no parecía haber distancia alguna. Pero, sobre todo, perdimos algo aquella noche.

    Maldita divina noche.

    Me pregunto si también tú te acuerdas de mí, como yo, cuando tu imagen me asalta de pronto, sin que venga a cuento de nada. Me aseguro que no, que lo que pasa es que yo soy una tonta romántica, que de no ser así ni siquiera recordaría tu nombre, ni tu rostro, ni mucho menos tu mirada. Me digo que no debería recordarte. Que es absurdo… Y que por todo eso, tú no me recuerdas.

    A veces, cuando, como hoy, tu recuerdo se cuela en mi mente y me paraliza, pienso en qué pasaría si nos cruzáramos por la calle. ¿Te reconocería? ¿Me reconocerías tú a mí? ¿Nos pararíamos y nos saludaríamos como las personas civilizadas en las que supuestamente nos hemos convertido, como si nunca hubiera pasado nada de lo que ocurrió?

    Claro que, enseguida me doy cuenta de que, quizás, quién sabe, nos hemos cruzado mil veces en todos estos años, pero los dos teníamos —y yo sigo teniendo—, cierta tendencia a encerrarnos en nuestro mundo y no ver qué pasa afuera. ¿Sabes? Es probable que haya pasado, que paseara por el centro pensando en mis libros e historias, y, en sentido contrario, caminaras pensando en tu música, y ni siquiera nos viéramos. La ciudad no es tan grande… ¿Cuántas posibilidades reales hay de que no nos hayamos vuelto a cruzar jamás? Tal vez un día tú estabas sentado al final del bus y yo en los asientos de delante. Quizás me bajé dos o tres paradas antes que tú. Tal vez fuiste tú el que bajó antes.

    No, no sé si nos hemos cruzado. Tampoco si nos reconoceríamos. Ni si nos pararíamos y hablaríamos como si nada (a ninguno se nos daba bien fingir, ¿recuerdas?). De todos modos, hay una imagen de ti viviendo en mi cabeza y a fuerza de la distancia que impusimos y el tiempo que ha pasado se ha vuelto más fuerte que cualquier realidad que pudiera encontrarme ahora. Incluso es posible que si nos viéramos ahora, después de despedirnos, girara la esquina y pensara que el tú de mi mente es mejor que cualquier realidad que hubiera encontrado. Aunque, claro, esa reflexión puede ser fruto de la cobardía. U otra autodefensa, como eso de repetirme que no me recuerdas… O tal vez de cierta vergüenza, porque, tú lo sabes (creo que eres el único que llegó a descubrirlo entonces), bajo toda esta fachada hay vergüenza, mucha… Y miedo…

    Pero sigo sin entender por qué todavía tu imagen se aparece de pronto en mi mente, tu voz en mi cabeza… A veces pasan meses sin que lo haga, tantos que ni siquiera tengo la ilusión de haberte exorcizado porque no me acuerdo de que sigues ahí, de que todo este tiempo has estado… Y, de pronto, vuelves. ¿Por qué vuelves? ¿Por qué no hay manera de olvidarte?

    Ya hace tanto tiempo, tantos años… Tantos, que he pensado en convertirte en personaje. Quizás meterte en una historia sea la manera de sacarte de mi cabeza, que tu recuerdo viva entre las páginas y no más en mi memoria. Así, tal vez, el tú de mi memoria consiga ganar fuerza suficiente para tener una personalidad propia y la realidad pueda seguir su curso, tal y como ha hecho todos estos años, pero libre al fin de cargas y deudas pasadas; de los recuerdos de aquellas malditamente divinas noches de verano.

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    Escrito y publicado el 4 de septiembre de 2014 en mi antiguo y perdido Diario de una escritora.

    Otras de esas cosas que he encontrado buscando en polvorientos cajones digitales. Y no, no lo traigo por nostalgia. O, al menos, no de la obvia. Ocurre que en este texto encontré por primera vez la voz de uno de mis primeros personajes femeninos serios, si por serio entendemos que forma parte de un universo propio…

    En fin, aquí está. Once añitos tiene la criatura. Hay que ver, cómo crecen…

  • Golpes

    Golpes

    ¿De verdad alguien cree que a base de golpes conseguirá derrotarme?

    ¿O es que no se dan cuenta que con cada uno de ellos mi mente se expande y mi mundo interior se hace más y más grande?

    Cada morado en mi alma es un portal a un universo sin fin lleno de palabras.

    También el tuyo.

    Gracias.

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    Escrito el 17 de diciembre de 2013.

    Publicado originalmente en Diario de una escritora uno de mis blogs antiguos del que, por cierto, perdí el dominio.

    Tampoco creo que tenga ningún valor literario ni nada que se le parezca, pero sí emocional, pues refleja un momento concreto de mi vida. Cuánta lucha en mi pasado. Cuánta…

    En fin, que lo publico aquí, supongo, por un ataque de nostalgia o como simple testimonio de lo que fue —lo que fui—, que no deja de ser lo que me ha traído hasta aquí.

  • Una historia del fin del Mundo

    Una historia del fin del Mundo

    Imagina ahora que es de noche, que estás en casa sin poder dormir mientras suena la única canción que ambos prometimos no volver a escuchar. ¿Estás ya allí? Cierra los ojos, siéntete de nuevo en aquel verano que jamás tendría que haber existido, saborea el humo de aquellos cigarrillos de contrabando que nunca pudimos volver a encontrar, de aquella cerveza que ya no te puedes permitir. ¿Recuerdas aquellos tejanos gastados y rajados que tanto te gustaban y que yo apenas podía soportar? Debo reconocer que eran suaves al tacto, tanto que solo con rozarlos uno ya podía saber que habían vivido más de lo que cualquier pantalón debe soportar —como su dueño ¿no?—. Nunca te lo dije, pero cuando los usabas aquellas calurosas noches, con el último botón sin abrochar y sin camiseta, solo con mirarte sentía arder cada una de las terminaciones nerviosas de mi cuerpo. Si me parara a buscar un culpable de todo lo que pasó, juraría que la culpa fue de tus jeans.

    Pero no es momento de buscar culpables, ahora que todo acaba.

    Con aquel calor cualquiera podría haber pensado que el aire, cargado de humedad, podía cortarse. Pero no fue entonces cuando llegó el fin del mundo, al fin y al cabo, se trató solo de un verano más. El nuestro.

    No, no acabó el mundo, pero bien podría haberlo hecho…

    Tampoco importa. No, si sigues imaginando, si abres los ojos y me ves allí, en la puerta de la terraza, exactamente en el mismo lugar en el que tú te solías situar cuando te presentabas de improviso. Siempre llegabas sin avisar, aunque mentiría si dijera que no te esperaba. Siempre lo hacía.

    Ahora, cambiando las tornas y viéndome a mí allí desde donde tú me solías espiar hasta que me percataba de tu presencia, casi —solo casi— puedo comprender por qué lo hacías. No lo niego, es un gusto contemplarte ahí sentado, con la cabeza echada hacia atrás, un pitillo consumiéndose en una mano, la otra sosteniendo una cerveza que ya ha dejado de estar fría. Tú, tus vaqueros, la dichosa música, y —gracias a los dioses— sigues sin usar camisetas.

    Aun así, sabiéndome una privilegiada por poder observarte cual descarada voyeur —aunque sea solo en mis recuerdos, aunque sean solo sueños—, sigo pensando que es de pésima educación… Quizás por eso hago ruido, que te saca de tus pensamientos y atrae a mí tu atención. Aunque tal vez solo lo he hecho para poder ver una vez más esos ojos tuyos, tan hipnóticos, tan sacados de mis peores pesadillas.

    Te levantas y caminas hacia mí. Sigo siendo yo la que, por una vez, ha acudido a tu puerta, pero no importa. Vienes a mí como siempre, con ese gesto del que ha visto demasiado, de quien ha vivido más de la cuenta. Odio que soportes sobre tus hombros todo ese peso que haría caer de bruces al mismísimo Atlas y muero por descargarte al menos en parte de él, aunque sé que jamás lo consentirás.

    Como siempre, no me das opción a decir palabra. No hace falta. Pasas tus manos por mi cintura, clavando de esa manera en mis ojos tu mirada, justo antes de acercarme a ti y hundir la cabeza en mi cuello. A veces, cuando haces eso, me pregunto si, quizás, nos haría bien llorar. Pero, sí, ya sé, no todo lo alivian las lágrimas. Tampoco todo pueden expresarlo las palabras.

    Quisiera odiarte —tantas veces lo he deseado—, pero antes de que pueda siquiera pensar de nuevo en ello, me levantas, giras conmigo en vilo y me llevas al interior de la casa. No me doy cuenta de qué estás haciendo hasta que estamos ya ambos en el suelo, tú tumbado boca arriba, yo abrazada a ti como si creyera que que desapareceré si mi suelto. Y lo creo.

    Cuando tu mirada encuentra otra vez la mía comprendo que se han esfumado todos los miedos, toda la rabia, los eternos porqués… No queda nada, salvo esa paz que solo encontramos al estar el uno en el otro. Y ya no quiero odiarte, porque sé que jamás podría hacerlo… Solo quiero, como siempre quise, que esto no pase, que no acabe…

    Y todo es igual que siempre fue, como siempre ha sido, salvo por el brillo salvaje que en el exterior ha sustituido a la noche.

    Esto es el fin. Te lo dije al empezar. Pero no podría imaginar un fin del mundo que no tuviera lugar a tu lado.

    Solo ahora, en este segundo eterno que me separa de la desaparición, cuando el tiempo parece haberse detenido, comprendo la angustia que vivía en tu mirada, el peso que amenazaba con destrozar tus hombros y el resto de tu cuerpo con ellos. ¿Cuántas veces has visto tú un fin? ¿Cuántas veces el fuego inundando el cielo, acabando con todo y con todos?

    —No es el fin… —susurras en mi oído y, por primera vez, creo reconocer algo parecido a la esperanza en tu voz—. No hay finales para vosotros, solo principios. Miles de eternos principios.

    Habría querido preguntarte qué querías decir, pero el fuego ya ha llegado a nosotros y solo puedo apelar a tu mirada, el único recuerdo que no quisiera perder jamás. Pero tus ojos no son ahora ya los mismos, ha desaparecido ese aire de pesadilla y en su lugar encuentro únicamente paz.

    «No es el fin», me repito mientras el fuego que consume todo lo que encuentra se tropieza conmigo. «No hay finales, solo principios. Miles de eternos principios».

    —Te encontraré. Volveré a buscarte, y te encontraré.

    Creo oír tu voz, pero ya es demasiado tarde. No estás junto a mí. ¿O soy yo la que ya no está a tu lado?

    «No hay finales, sólo principios. Miles de eternos principios».

    ______________

    Rescato esto desde uno de mis viejos blogs. Lo escribí el 5 de abril de 2014. No sé qué lo inspiró, sí que me impactó al escribirlo y hasta puede que llegara a imaginar una historia mayor que nunca llegó a ser. O, quién sabe, que de momento no ha sido. En todo caso, mi parte más sentimental ha querido rescatarlo y traerlo aquí. Espero que os guste.

  • Perdida

    Perdida

     Y ocurrió.

    Ya sabes, las cosas importantes, ocurren sin más.

    Pero sigue sorprendiéndome que no lo esperara.

    O que lo esperara sin esperarlo.

    ¿Tú lo entiendes?

    A veces creo que busco un imposible. Sencillamente, algo que no existe. Pero sé que está ahí, bajo la niebla, donde solo puede intuirse.

    A veces deseo nunca haberme perdido, pero solo entonces me doy cuenta que de ninguna otra manera, podríamos habernos encontrado.

    ______________

    Escrito en Palma el 31 de agosto de 2014

    No creo que tenga ningún valor ni como diario ni, por supuesto, literario. Pero, por algún motivo, he sido incapaz de resistir el impulso de rescatarlo y traerlo aquí.

  • Todo lo que no puedo escribir

    Todo lo que no puedo escribir

    Vamos a fingir, por un momento, que sé lo que estoy haciendo. Vamos a imaginar, aunque sea durante un ratito, que esto no es solo una fantasía y que hay alguna manera real —sí, he dicho real— de que todo esto nos lleve a alguna parte.

    Lo cierto es que ni siquiera sé cómo comenzar. Aunque a veces pienso que es mucho mejor no tener ni idea de hacia dónde tirar y sencillamente seguir avanzando.

    Anoche pensaba que, quizás, la mejor manera era empezar con una primera persona desde un apocalipsis. Ya sabes, como aquel relato que ya escribí hace años, que ni siquiera sé dónde está y que a duras penas recuerdo… Pero lo he buscado y sí, es tan intenso como creía recordar.

    Dime una cosa, cómo demonios lo hago para contar todo esto.

    Sí, ya lo sé, ese es mi trabajo, no el tuyo. Pero a mí me gusta escribir desde los personajes y en este caso no hay más personaje en la historia que tú y, si me apuras, a ratos yo…

    He pensado en traer de vuelta a Luz. Sí, como lo oyes, a Luz.

    Pero ella tiene su propia historia.

    Y hoy, en la ducha, cuando me has susurrado eso de que la historia que tengo entre manos es igual de importante que Non Serviam, solo que, ahora, en lugar de con una mitología ajena juego con un propia. Es decir, según tú, esta historia es la de verdad, es la historia de mi vida, lo que de verdad tengo que escribir, solo que no sé ni siquiera por dónde empezarla.

    Y sí, ya sé que es tan fácil como abrir el dichoso documento y escribir —escribirte—.

    ¿Dónde estás? ¿Otra vez en lo alto de un tejado, quizás? ¿En una maldita lancha en mitad de la nada? ¿Junto a la cama de una niña asustadiza? ¿Acosando a un joven que busca fortuna de pueblo en pueblo?

    Ahora me cuesta tanto imaginar —me cuesta tanto ver…

    Quizás, claro, no se trata de imaginar —ni de ver—, sino de sentir…

    Sí, así era… ya recuerdo…

    Sintamos…

    ******

    PS: Esto estaba como borrador en el blog y acabo de encontrarlo mientras trasteaba y trataba de poner algo de orden en el caos. No recuerdo en absoluto haberlo escrito, pero según WordPress lo hice hace cuatro meses.

    No me extraña en absoluto que no publicara, es uno de esos textos extraños que me salen de vez en cuando cuando garabateo sin demasiado sentido en mis cuadernos amarillos o en cualquier documento de word. Es de esos que me avergüenzo de escribir porque no sé de dónde salen y hacen que parezca que más que imaginación lo mío es trastorno mental de manual.

    Pero, qué queréis que os diga, será porque en estos meses he cambiado, porque ahora estoy más dispuesta a aceptarme tal y como soy o por el eclipse solar de hoy, pero, al leerla ahora, me ha parecido una entrada maravillosa de domingo. Así que aquí está.

  • Días perdidos, hallazgos inesperados

    Días perdidos, hallazgos inesperados

    Ayer estuve trasteando entre mis archivos viejos. No, no fue un ataque de nostalgia —aunque podría haber sido—, sino porque quiero reordenar el material que tengo publicado y ver, de lo retirado y almacenado, a qué se le puede dar una segunda vida, qué es mejor archivar, qué podría reinventarse e, incluso, qué puede ser una semilla de algo mayor.

    Perdí la mayor parte de la jornada en esa aventura, cosa que no es de extrañar dado mi estado físico y cómo me deja la medicación estos días, Y no, no encontré lo que había iniciado la búsqueda: el archivo de la maqueta en QuarkXPress de uno de los libros que tengo publicados y que contiene direcciones web y enlaces a blogs que ya no existen y que me gustaría actualizar. En cualquier caso, todavía me quedan dos cajas virtuales enteras en las que trastear, así que estoy bastante segura de poder encontrarlo.

    En cambio, sí que encontré un montón de material que había olvidado y algo menos tangible pero más impactante, al menos a mis ojos: la evolución de mis textos y mi voz. No era consciente de cómo había cambiado a lo largo de los años y, la verdad, me impactó, aunque es obvio pensar que, como en tantas otras cosas, el mero paso del tiempo cambia la escritura, el estilo, el tono, los temas de cualquier escritor…

    Esa es la otra cosa que me impactó, la consciencia —extraña, inesperada— de que soy una escritora. Es decir, de ningún modo concibo que se pueda percibir una evolución rastreable en la voz, tono, estilo, temas de los textos de nadie que no sea un escritor. Y, de pronto, he comprendido que lo que te hace o no escritor es esa voz, única —mejor o peor, ahí no voy a entrar—, que es propia y exclusiva pero que cambia, al igual que lo haces tú.

    Eso y la consciencia de escritura… Ni siquiera sé si esta expresión tiene sentido, pero me refiero a ese pensar sobre lo que se escribe desde diferentes puntos de vista, que van del estilístico al temático, pasando por el gramatical y hasta el ortográfico. La toma de decisiones conscientes sobre el uso de la puntuación, la elección de una u otra palabra, la extensión de las frases o los párrafos.

    Se trata, de alguna manera, de entender la escritura, por un lado, como la expresión del escritor, y que, como tal, cambia y evoluciona con él, pero también como actividad reflexiva, sobre los temas que trata, por un lado —sea uno mismo, como estos diarios míos o la existencia de los dragones— y, más allá de eso, sobre sí misma.

    Y, joder —y, sí, estoy eligiendo en este momento esta expresión, consciente de todas las implicaciones de esta elección o de la mayor parte de ellas—, de pronto el hecho de ser escritor se me antoja como el ejercicio de meditación más completo que se me ocurre.

    Y eso me encanta.

    Pero volviendo al mundo real, lejos de las reflexiones sobre si me gusta o no que el uso de conjunciones copulativas al inicio de frase sea una de mis marcas estilísticas con todo lo que esa elección conlleva, diré que, en mi aventura arqueológica entre textos viejos encontré al menos dos que he decidido rescatar y reutilizar en breve.

    El primero, un relato de zombies —sí, zombis—, que forma parte de otra cosa de la que puede que en otro momento hable, y que, por lo pronto se va a un concurso de Halloween.

    El otro es un texto raro, que pertenece a otra Carmen, otra vida, pero que creo que tiene algo que lo acerca a esta versión de mí y que, en un arranque de soy rebelde porque el mundo me hizo así he decidido publicar en pdf y repartir por ahí, no sé si como gancho para atraer gente al blog o solo porque me apetece. En fin, que cuando esté listo, por supuesto, lo compartiré por aquí también.

    La moraleja de todo esto es que, a veces, los días que parecen perdidos y las búsquedas en apariencia infructuosas, en realidad son todo lo contrario.

    ¡Feliz fin de semana!

  • Manual imprefecto nº 2: afirmaciones para escritoras en apuros

    Manual imprefecto nº 2: afirmaciones para escritoras en apuros

    El poder de las palabras que nos decimos

    Como buena amante de los cuentos, siempre me ha gustado la mitología, las leyendas, la fantasía y, cómo no, la magia. Y, sí, siempre me he mostrado abierta a creer en lo imposible, pero sin concretar demasiado. Ya sabéis, esa postura un tanto cómoda pero bastante hipócrita del que no acaba de de creer en nada, si siquiera en esa la ausencia de algo en lo que creer.

    En ese saco de las creencias y fantasías que, a lo sumo, surtían un efecto placebo, incluía mi yo de hace diez años prácticas como la meditación, la visualización o entre otras, las afirmaciones positivas.

    Y de las afirmaciones, precisamente, trata este artículo. Pero no solo de las positivas, de las negativas también. Y, concretamente, de aquellas que hacemos sobre nuestra escritura, el deseo de escribir o de dedicarnos a ello o sobre nuestros trabajos.

    Cuando la autocrítica bloquea

    Yo no sé tú, pero cuando yo empecé a plantearme con un mínimo de seriedad esto de escribir me hablaba fatal. No, no es que me dijera que todo lo que hacía era una mierda, qué va, de eso me habría dado cuenta. Era algo muchísimo más sutil. Era como si tuviera una lupa mágica que aumentara todos mis errores, grandes o pequeños, y los hiciera resaltar. En cambio, los aciertos, ni siquiera los percibía, o, en todo caso, consideraba que eran lo normal, lo que se esperaba de mí.

    Pensaba que el error debía castigarse duramente, pero el acierto no merecía celebración. Ahora sé que esa es una forma horrible de pensar.

    Esa manera de juzgarme está relacionada con el concepto que yo tengo de mí misma y lo que, desde mi punto de vista, debería saber y hacer a la perfección a tenor de lo que he estudiado, practicado, trabajado… Básicamente es como si, a mi modo de ver, el desempeño fuera la única muestra de conocimiento adquirido válido y el error, fuera cuál fuera su forma, número e importancia, invalidara automáticamente cualquier bagaje previo.

    Según esa lógica horrenda, el error debía castigarse duramente pero el acierto no merecía ningún tipo de halago o celebración, pues era lo esperable.

    Sí, lo sé —ahora, al fin, lo sé—, esa es una forma horrible de pensar. Y, de alguna manera, la Carmen del pasado también debía saberlo, porque solo aplicaba ese baremo a mí. Siempre —siempre, siempre— me he dedicado a ensalzar los aciertos y éxitos de los que me rodean y a quitar hierro a sus fallos. Conmigo, no obstante, no tenía piedad.

    Detectar el patrón y cambiarlo

    Esa manera de pensar y actuar, como es lógico, no me llevó a nada bueno. Al contrario, me bloqueé y el episodio de cerrazón duró, año arriba o abajo, una década. Y creedme cuando os digo que todavía tengo que hacer a diario mis ejercicios para no volver a caer en aquel ciclo de autodestrucción y bloqueo.

    A lo que voy es que, en algún momento me di cuenta de ese patrón de pensamiento y comprendí, por un lado, cómo había logrado bloquear cualquier halago o crítica positiva externa, ignorado éxitos y aciertos; y, por otro, cómo había magnificado cualquier error, real —y esto es lo más duro— o imaginario.

    Al traer a la consciencia ese patrón de pensamiento puede observarlo y, con mucha paciencia, calma y práctica, substituirlo por uno más agradable conmigo misma, más realista y, si se quiere, hasta más sano.

    Fue entonces cuando me di cuenta de que no había tanta diferencia entre las afirmaciones positivas y los mensajes que ahora me daba a mí misma, que valoraban cada pequeño éxito y evaluaban los errores y fracasos desde una perspectiva justa y realista.

    Afirmaciones para escribir con alegría

    En ese momento comencé a probar con afirmaciones positivas relativas a la escritura. No grandes frases del tipo «soy la mejor escritora del mundo» ni «todas mis obras son súperventas», sino cosas más adaptadas a mi día a día y necesidades como «me divierto escribiendo y creando historias y personajes». Ya sé, me diréis que si alguien escribe es porque le gusta y se divierte, pero resulta que yo me había olvidado de eso.

    Otra de mis afirmaciones favoritas es «cuanto más escribo más disfruto y más aprendo». También me gustan «cada historia en la que trabajo me ayuda a mejorar», «todas las palabras que escribo cuentan» o «mis historias conmueven y hacen disfrutar a mis lectores».

    La cuestión no es qué afirmación positiva usar, sino procurar que las palabras que te dedicas son amables y te ayudan a alcanzar las metas que te has propuesto.

    Una pequeña guía práctica

    Aquí tienes una lista de afirmaciones que puedes repetir, adaptar o transformar según tus propias necesidades creativas:

    Para confiar en tu voz

    • Cada palabra que escribo me acerca más a la escritora que quiero ser.
    • Mi voz narrativa es única y tiene valor.
    • Mis historias merecen ser contadas.

    Para abrazar el proceso

    • Escribir es un proceso y cada paso cuenta.
    • Me permito escribir mal en el borrador para escribir mejor después.
    • El error no me define, me enseña.

    Para celebrar los logros

    • Cada página escrita es un triunfo sobre la duda.
    • Todas las palabras que escribo cuentan.
    • El disfrute de escribir ya es un éxito.

    Para conectar con las lectoras

    • Mis historias conmueven y hacen disfrutar a mis lectores.
    • Mis lectores existen y me están esperando.

    Ejercicio abierto

    Escribe tu propia afirmación de hoy. Solo necesitas una frase amable y verdadera que te acompañe en tu escritura.

    Hoy me digo a mí misma:___________

  • Primer movimiento

    Primer movimiento

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  • Ronda de otoño

    Ronda de otoño

    El otoño abre la danza.

    La luz mengua, las noches se alargan y los velos entre mundos se diluyen. El equinoccio marca el inicio del primer movimiento de La danza de los mundos, un viaje marcado por la oscuridad que avanza y los secretos que se revelan.

    Serenata de la noche de brujas

    Cuatro amigas viajan a Ibiza convencidas de que han ganado un premio para celebrar Halloween. Ninguna imagina que esa será la última noche que pasarán unidas antes de que sus caminos se separen.

    Lo que empieza como una fiesta disfrazada de despedida pronto se tuerce: un conjuro improvisado abre la puerta a un lugar prohibido y, en medio de la tormenta, acaban entrando en un local donde nada es lo que parece. El licor que allí se sirve revela la verdadera naturaleza de sus anfitriones: seres de luz deslumbrante, criaturas nacidas de la sombra y otros con formas tan inquietantes como seductoras.

    Mientras sus amigas parecen dejarse arrastrar por ese mundo, Lorena lucha por mantenerse en pie. Contra todo pronóstico, recibe ayuda del más improbable de los anfitriones, aunque sus motivos resultan más oscuros de lo que ella imagina.

    Índice de capítulos

    Este índice se irá actualizando a medida que publique nuevos capítulos.

    • Preludio. Es la pieza inicial de la danza, común a todas las piezas que la componen.
    • Primer movimiento: El secreto de Sonia
    • Segundo movimiento: El conjuro de Patricia (disponible a partir del miércoles 24 de septiembre por la tarde)

    ¿Te apetece bailar?

  • Rescatar un proyecto, rescatarme a mí

    Rescatar un proyecto, rescatarme a mí

    Escribo esta entrada con el último ápice de energía que me queda hoy. Estoy cansadísima y con mucho dolor, pero también alegre… Casi, diría, feliz. He recuperado un proyecto que llevo un año postergando, lo he rescatado del agujero en el que lo tenía guardado y lo he traído de vuelta como parte de este blog.

    Antes, esta historia se llamaba Sombra y era un Spin-off de una obra mayor, Ladrones de Almas, con la que no soy capaz de reconciliarme. Pero el universo de esas obras, Atiskaya, es demasiado bonito para tenerlo secuestrado y escondido, lejos del público que lo pueda disfrutar.

    No es una historia para todo el mundo, eso lo sé. Y ni siquiera me siento segura de cómo me siento al saber que he escrito esto. Hay una relación de amor/odio y bastante vergüenza y autofustigación con esa historia. Pero algo tengo claro, repito, no puedo dejar el universo en un cajón.

    Así que lo he rescatado, lo he desempolvado y lo he convertido en historia por entregas en el blog, con la idea de que, quizás, si lo comparto aquí, aunque sea solo entre suscriptores, puede que me vuelva a ilusionar, me obligue a actualizar la historia y —ojalá— continuarla y convertirla en libros (me he pasado el día soñando a lo grande y ahora no tengo fuerzas para explicar todas esas ideas, pero creedme, cualquier proyecto de autoedición que imaginéis se queda corto frente a mis fantasías)

    En fin, que, si os apetece leerlo, lo he puesto aquí, con acceso solo para suscriptores. Y lo he rebautizado como La danza de los mundos. Veremos que acaba saliendo de aquí…

  • Preludio

    Preludio

    Los humanos no sois los únicos habitantes de este mundo. 

    Ese mundo que creéis vuestro y tan bien pensáis conocer no es más que una pequeña parte de uno mucho mayor, tan grande como todo un universo. Un mundo formado por cientos de mundos, más o menos similares al vuestro, íntimamente conectados entre sí, y también al que habitáis, aunque sean invisibles a vuestros ojos. Ese mundo hecho de mundos, al que pertenecéis, sin verlo ni saberlo, es fundamental y decisivo en el destino de la humanidad.

    Son muchos los nombres que ha recibido. Tantos como tradiciones, religiones, filósofos o gurús han hablado de él. Nosotros lo conocemos como Atiskaya. Y al mundo humano, que es una parte de él, lo llamamos Reino Material, aunque es solo uno más de toda la región conocida como Reinos Intermedios a la que pertenece. 

    Por encima y por debajo de los Reinos Intermedios, existen otros reinos, infinitos en su número y características, que conforman los Reinos Superiores e Inferiores. El conjunto de estas tres regiones, su movimiento perpetuo y las relaciones entre ellos, constituyen y moldean todo lo que ha sido, es y será. Y eso es Atiskaya, un universo en pleno, más allá del tiempo y del espacio, cuyas leyes lo rigen todo, aunque lo desconozcáis e ignoréis.

    Muchos han sido también los intentos en el Reino Material por describir Atiskaya y los seres que lo habitan. Pero su existencia parece escapar a vuestra comprensión, por más que vislumbréis su realidad. En vuestros tiempos más antiguos, muchos pueblos hablaron de mundos superiores habitados por dioses, de espíritus de la naturaleza que convivían entre vosotros o de inframundos llenos de seres capaces de desencadenar las peores catástrofes. Claro que, a día de hoy, muchas de esas descripciones se han perdido en la bruma del tiempo, otras se califican de mitos, muchas se menosprecian y tantas más son malinterpretadas. En la actualidad, la mayoría de las descripciones que los humanos hacéis de Atiskaya o bien se exceden en su simplicidad o bien niegan directamente la existencia de mundo alguno más allá del conocido.

    De todas las definiciones de Atiskaya que siguen vigentes, quizás las más aproximadas las podamos encontrar en las antiguas tradiciones de esa región situada en lo que llamáis Oriente, que hoy conocéis con el nombre de India, de las que beben religiones y filosofías todavía en activo, como el budismo, el hinduismo o el shivaísmo, y otras, que ya forman parte del pasado humano, como el mitraísmo, el zoroastrismo o el orfismo. 

    Ninguna de esas tradiciones es exacta ni las tomáis demasiado en serio. Quizás sea porque hace demasiado tiempo desde la última vez que los seres de otros reinos caminaron sin camuflaje de clase alguna entre vosotros. Pero esos seres, y no otros, fueron los antiguos dioses y demonios; los daimones, genios e Ifrits; los manes, lares y penates; los titanes y olímpicos; los señores del Duat; los regentes de An, Ki, Absu y Kur; los devas y asuras; los espíritus de la naturaleza, los de los cielos y los poderosos dioses ctónicos primitivos… Cada uno perteneciente a uno de los miles de reinos existentes, cada uno distinto, pero todos igual de importantes para la historia que os ha traído hasta aquí. En su honor y nombre vuestros antepasados levantaron templos, fundaron religiones, libraron guerras, crearon ciudades, derribaron imperios… 

    Pero, por supuesto, hace mucho que los humanos olvidasteis la verdad del universo maravilloso al que pertenecéis y de los magníficos seres que lo habitan. Aunque, para bien o para mal, ni Atiskaya ni ninguno de sus habitantes se ha olvidado de los hombres y mujeres que pueblan vuestro mundo.

    La magia sigue entre vosotros, aunque solo unos pocos la veáis y muchos menos podáis o queráis entenderla.

    L’Orien

  • Lo que me salva estos días

    Lo que me salva estos días

    Este verano pensaba que este blog corría el riesgo de acabar en mi particular almacén de blogs archivados. Resultó que, tras el fallecimiento de mi padre, se me secó la escritura. No había modo de juntar frases, palabras, ni letras… Nada. Sencillamente, era incapaz de escribir.

    Después, en algún momento, no sé si por acumulación de circunstancias o por casualidad, hice algunos vídeos sobre lo que estaba viviendo. Sin guion, claro. Todo con tal de no escribir. En todo caso, sí fue una manera de canalizar el dolor, de sacarlo fuera, de soltarlo.

    Pero creo que eso no fue suficiente. Casi de inmediato mi cuerpo me traicionó y se rompió. Al dolor emocional, se sumó el físico. Dejé los vídeos. Y seguía sin poder escribir. O, al menos, no en el blog. Ni la novela esa que arrastro desde antes de que existiera el editor de bloques de WordPress. Ni relatos. Nada.

    La imposibilidad de moverme me devolvió a mis cuadernos de páginas amarillas, como aquellos que salen en las pelis americanas —sí, soy así de tiquismiquis con la papelería, como si cada cuaderno pudiera ser el elegido para mi nueva gran obra—, pero, hasta entonces, solo podía escribir sobre el dolor físico, el paisaje, la rutina, que no era tal, del verano.

    Tal era el estado, que hasta dejé de soñar. Las noches pasaban en blanco. O, mejor dicho, en negro, porque mi sensación, cuando no sueño, es como que se apaga la luz y la sala —¿o la pantalla?— se queda a oscuras.

    Pero hace unos días, pocos, (ocho, para ser exactos), salieron palabras.

    No las escribí en el susodicho cuaderno amarillo, que está más lleno de garabatos que de texto. Ni tampoco en el blog. Qué va, las escribí en una plantilla de TikTok.

    Ni siquiera me molesté en montar el vídeo en un editor, usé el de la propia aplicación. Básicamente, echaba de menos cómo me sentía en verano, antes del dolor físico, cuando aquellos vídeos eran una válvula de escape para todo aquel otro dolor, más denso, más pesado, peor, que ahora se me acumulaba en el alma.

    Así que publiqué aquel vídeo en TikTok. También lo convertí en entrada del blog. Y al día siguiente publiqué otro vídeo. Después un estado. Otra entrada. Algo en Instagram… Y, en algún punto, volvieron los sueños. Y, sin que me diera cuenta, volvió también la escritura.

    El dolor no se ha ido, ni el del alma, ni el del cuerpo. Pero han vuelto los sueños y también las palabras.

    Estos días, el dolor físico ha sido fuerte. Mucho. También he empezado con medicación a la altura del dolor, lo que me deja en una suerte de limbo extraño. Aunque, es curioso, ese espacio liminar en el que se alivia el dolor del cuerpo parece aliviar también el dolor del alma.

    No me malinterpretéis, no hay arsenal de pastillas capaz de anular el dolor por la pérdida de un ser querido. Y, de existir tal remedio, no sé si querría tomarlo porque, me temo, lo sentiría como una traición al amor sentido. Creo que, de algún modo, ese dolor y aprender a reconocer en él el amor hacia aquella persona, su recuerdo y, en cierto modo, su presencia, que sigue en ti, es algo hermoso. Porque lo bello no es opuesto a lo doloroso, sino que a veces, incluso, ambos son complementarios.

    Pero, en todo caso, esta medicación, que me transporta a otro estado en el que el dolor, físico y emocional, sin desaparecer, se transforma en circunstancia y deja de ser centro y eje de todo, parece haber sido la chispa que necesitaba para que las palabras volvieran, y, sobre todo, el blog se salvara.

    Aunque, ahora mismo, no sé si debería decir que es el blog el que me está salvando a mí, porque no hay manera de explicar el bien que me está haciendo estar entretenida con la reorganización del contenido, el diseño, la creación de páginas, de menús…

    Sí, el dolor sigue, implacable, igual que yo sigo aquí, sentada, enchufada a una almohadilla de calor, entre pastillas e infusiones, con música suave de fondo y los contornos de mi campo visual difuminados y la sensación de estar navegando en un mar en relativa calma.

    Mi realidad se ha vuelto sueño —tanto que me quejaba yo de no soñar…— y en esta particular aventura este blog es, si no mi centro, mi sextante o hasta puede que mi ancla. Es, en pocas palabras, esa cosa que me importa lo suficiente como para esforzarme en ella a pesar del subidón farmacológico y el dolor, pero al mismo tiempo es lo suficientemente intrascendente como para poder hacerlo en este estado en el que ni siquiera soy capaz de caminar en línea recta.

    Debo decir que, a pesar de todo este desastre existencial, hay una parte de mí —una bastante morbosa y retorcida, cabe señalar— que está «disfrutando» de encarnar el mito del escritor adicto al psicotrópico de turno. Menos mal que, otra parte de mí —más sensata— teme engancharse a la medicación si tanto me ayuda con soltar la escritura, después de tanto tiempo de absurdos bloqueos y atascos.

    Aunque, lo importante aquí, supongo, es seguir adelante. Si ahora la medicación y el blog ayudan, pues medicación y blog. Ya, una vez pasado el bache, ya nos ocuparemos de los daños colaterales y, quién sabe, quizás hasta puede que del trance salga un librito testimonial de cómo dejé las drogas legales que me salvaron del dolor y reactivaron mi escritura sin dejar de escribir.

  • Manual imprefecto nº1: Escribir como acto de amor propio

    Manual imprefecto nº1: Escribir como acto de amor propio

    A lo largo de los años he aprendido algunas cosas sobre eso de conseguir objetivos. Y no, no es porque haya alcanzado todo lo que me he propuesto, sino, al contrario, porque, aunque he logrado algunas cosas, otras no he podido conseguirlas. Ha sido a través de la comparación entre unas y otras que he podido notar algunos patrones que, a mí, me sirven a la hora de ir a por mis metas.

    Por supuesto, nunca, hasta ahora, había aplicado nada de todo esto a la escritura, ni mucho menos a la absurda idea esa que siempre ha rondado por mi cabeza de dedicarme a esto de escribir historias de forma profesional. Pero sí que las he aplicado a los estudios, a mi carrera profesional como profesora, a la obtención de mi plaza de funcionaria…

    Si os fijáis en el párrafo anterior, yo era el primer filtro que superar para conseguir esas metas. Jamás cuestioné la importancia o validez de mis estudios, ni del trabajo de profesora, ni de los procesos de oferta de empleo público, ni de la oposición; en cambio, sí que cuestionaba la de la escritura y ya no digamos la de dedicarme a ella como actividad profesional. Por eso mismo, el enfoque en unos y otros casos nada tenía que ver.

    Cuando estudio, por ejemplo, mis estudios siempre son una prioridad. En ningún momento y bajo ninguna circunstancia me planteo postergar una tarea o hacer cualquier cosa que no sea la que toca en ese momento según mi calendario académico.

    Para que os hagáis una idea, mientras estudiaba la licenciatura, podía no poner la lavadora durante un mes —y vestir de formas muy raras con lo que quedaba en el armario—, comer y cenar a base de arroz hervido precocido con atún, sopas de sobre y cualquier cosa que se metiera en el microondas y dejar la decoración de navidad hasta marzo porque enero y febrero son época de exámenes. En todo caso, si en algún momento había una urgencia, o algo ineludible, los aplazamientos siempre iban acompañados de un plan de recuperación.

    Lo mismo con los procesos públicos de ocupación, acumulación de puntos para listas de interinos, oposiciones, etc. E igual con el trabajo.

    Y sí, he compaginado trabajo y estudios desde que empecé la universidad, así que priorizar ambas cosas ha sido un reto en muchas ocasiones. Pero siempre, siempre, han sido prioridades.

    Con la escritura… Bueno, no, con la escritura, no.

    La escritura, para mí, siempre ha sido algo que no puedo evitar hacer, aquello que sencillamente soy. No es una prioridad, porque no es algo que pueda eliminar o postergar. ¡Por favor, pero si hasta escribo en servilletas y —no me juzguéis— en papel higiénico si la idea viene en un momento en el que no tengo nada mejor a mano.

    Y, supongo, por eso, nunca pensé en priorizar nada, salvo, quizás, en algunos momentos, la promoción. Pero, no os voy a mentir, en esas ocasiones, no sentía que fuera la escritura lo que ponía por delante de nada, sino el negocio, las ventas. Y eso se sentía mal, incluso sucio.

    Ahora, solo ahora, entiendo que la promoción no es priorizar las ventas sino la propia escritura porque parte de escribir —me guste o no— es ser leída.

    También solo ahora entiendo que, por más que las palabras me salgan por los poros, ordenarlas es imprescindible. Y esa necesidad de orden tiene que priorizarse en la misma medida que los estudios o el trabajo. O, incluso, más —aunque todavía me cuesta demasiado pensar en esto, por más que de cada día lo siento más cierto e inevitable—.

    Al final, no sé cómo, he comprendido que poner por delante la promoción o el tedioso trabajo de ordenar mi caos no es otra cosa que honrar mi escritura. Y si, al final, como he dicho, escribir es no solo lo que hago sino la más pura esencia de lo que soy; honrar mi escritura, a través de la priorización de esas tareas en apariencia tan vacías y anodinas, no deja de ser la mejor manera de honrarme a mí misma.

    Por eso, al dejar de lado la escritura, y todo lo que conlleva, y ese sueño en apariencia absurdo de vivir de ella, lo que estaba haciendo era, ni más ni menos, que dejarme de lado a mí.

    El pensamiento del día es, pues, que el éxito depende de ser capaz de priorizar aquello en lo que deseas ser exitoso. Aunque, quizás, solo quizás, lo más destacado no es ese obvio truco barato, sino, el mensaje que late debajo: El verdadero éxito es ser capaz de comprender quién eres para que tus prioridades, y consecución de metas, sean verdaderamente valiosas, en esencia, y no solo en apariencia.

    Al final, tal vez, el verdadero éxito, el de verdad de la buena, no pasa por lograr meta u objetivo alguno, pues esos serán efectos colaterales del mismo. No, el éxito de verdad, me temo, es conocerse a uno mismo, amarse, con luces y sombras, aprender a honrarse, y, por lo tanto, priorizarse. Porque si te amas —igual que cuando amas a otra persona— es imposible poner por delante cualquier otra cosa que no sea el objeto de ese amor.

    Así que, si hoy dudas sobre a qué dedicar tus horas o qué poner delante, recuerda que priorizar la escritura es priorizarte a ti.

La Enésima Aventura

Un cuaderno de viaje con sueños, relatos y novelas en marchaHistorias vivas donde no serás espectador, sino acompañante de la aventura.

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