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  • Cansancio mental y plazos de entrega

    Cansancio mental y plazos de entrega

    Hace días que no escribo en el blog, pero resulta que no doy abasto. No recuerdo, fuera de época de exámenes, una temporada de trabajo tan exigente como esta. La burocracia me devora y, demasiado a menudo, me hace olvidar que me encanta mi trabajo, o, al menos, la parte que consiste en enseñar, no ese sinfín de papeleo, más inútil que otra cosa, con el que, curso tras curso, nos obligan a lidiar. No veo el momento de que empiecen las clases (el lunes que viene, ya) y el día a día se normalice.

    Claro que, para entonces, ya habré tenido que terminar y enviar tanto todo el papeleo del trabajo como la primera entrega del TFM. Y sí, no miento si digo que es esa última la que me tiene exhausta. Aunque, quizás, la causa sea la suma de trabajo intelectual en una y otra tarea, que, por cierto, comparten fecha límite: el próximo jueves 26.

    Mi cansancio -quizás debería llamarlo agotamiento- no es físico, sino mental. Es más, es posible que algo de ejercicio me ayudara a lidiar con todo. El problema, como casi siempre, es el tiempo. A mis días les faltan horas, incluso ahora, mientras estoy escribiendo esta entrada, debería estar escribiendo -sí, siempre escribiendo- un capítulo de la novela del TFM. O medio capítulo. Lo que fuera, mientras fuera medio decente y pudiera adjuntarlo al trabajo teórico para completar la entrega de pasado mañana (¡pasado mañana, por todos los dioses paganos!)

    Resulta que la parte teórica, esa de la que me quejaba hace unas semanas porque no sabía cómo abordar ni por dónde empezar, ha sido mucho más sencilla de lo que esperaba. La terminé el sábado y, admito, la disfruté tanto, que creo que me vine un poco arriba con los objetivos y que, más que probablemente, deba recortarlos o me pasaré de largo del límite de palabras. Pero es que el tema me gusta tanto que hasta barajé la posibilidad de escribir un artículo científico sobre la cuestión -¿sabéis la de años que hace que no hago eso?-. O tal vez pueda escribir un ensayo, que es menos ambicioso y mucho más asequible. Pero, claro, eso será después de haber acabado el trabajo…

    Y al trabajo, ahora mismo, le falta la parte puramente creativa. Para completar la entrega, cuyo plazo se me viene encima sin piedad, me falta, al menos, un fragmento de la obra que pretendo escribir. Que dicho así suena muy cuqui y sencillo, al menos en comparación con todo el rollo teórico que he soltado hasta ahora en las páginas que ya he dado por terminadas, pero resulta que ni me gusta lo que tengo de antes de empezar con la parte académica, ni he escrito nada que me satisfaga mínimamente desde que la terminé. Así que, de cuqui y sencillo, nada de nada.

    La parte positiva, porque siempre la hay, es que al fin creo haber encontrado el tono, y, no menos importante, la escena que quiero incluir. Por lo que, supuestamente, solo tengo que ponerme y, sí, escribirla. Pero, en lugar de eso, después de no sé ni cuántos días sin pasarme por aquí sin que se haya acabado el mundo, he decidido que era mucho más importante escribir esta entrada.

    Si soy indulgente conmigo misma, diré que este post es un ejercicio de calentamiento antes de enfrentar la sesión de escritura de hoy. Quizás podríamos decir que hasta es una forma de desperezar esa parte de mi cerebro que se dedica a escribir. Ya sabéis, para no empezar en frío y evitar lesiones. Pero lo cierto es que estoy cansada. Muy cansada. Mentalmente (¿intelectualmente?) agotada. Tanto, que a esto ni siquiera se le puede llamar procrastinación, sino que es algo peor, porque ni siquiera sé si seré capaz de sacar algo decente con la sopa de neuronas que es ahora mismo mi cerebro.

    Pero hay que hacerlo.

    Y quiero hacerlo.

    Y lo haré justo después de darle al botón de publicar esto.

    Deseadme suerte. Y, en cuanto me recupere, os contaré qué tal ha ido la experiencia, espero que ya con un ritmo de vida y trabajo más manejable que el actual, y, deseo, con un ritmo más constante y regular de publicaciones en el blog.

    PS: Le dejo a mi yo futuro como tarea pendiente aplicar eso en lo que tanto insiste la IA de WordPress de meter títulos, apartados y destacados en la entrada. Hoy no toca lidiar con ese asunto en concreto, que bastante tengo ya entre manos.

  • Una fórmula mágica para autopublicar: sinceridad, mimo y constancia

    Una fórmula mágica para autopublicar: sinceridad, mimo y constancia

    Llueve en Ibiza y las temperaturas han bajado lo suficiente para que haya tenido que ponerme una rebeca. Quizás sea por eso que hoy no parece viernes. Aunque también puede ser porque empiezo a acostumbrarme de nuevo al ritmo de trabajo después de las vacaciones y el cansancio propio del último día de la semana laboral parece menor que las semanas anteriores.

    La tregua térmica, dice el diario, será breve, pero, aún así, me gusta poder disfrutar de este pequeño adelanto del otoño. Es como ver el trailer de una película muy esperada. Mejor, incluso, pues se trata de vivirlo.

    Por lo que respecta al ritmo de trabajo, bueno, sí, cada vez es más similar al que solía ser, aunque estas primeras semanas siempre son más estresantes de lo normal, por los exámenes extraordinarios, las pruebas de nivel y la preparación del nuevo curso. Además, que haya coincidido con el inicio del nuevo semestre del máster de escritura, no lo facilita en absoluto. Aún así, he encontrado un extraño equilibrio provisional en el que las mañanas de lunes a viernes son para todas las tareas del inicio del curso en la EOI y los fines de semana para el máster. De ahí que los últimos días no haya publicado nada en el blog

    Digo que el equilibrio es provisional porque en cuanto termine este mes de programaciones anuales y pruebas extraordinarias espero poder dedicar también parte de las mañanas a la escritura y al máster, al menos hasta el periodo de exámenes parciales, que este año, creo, será en febrero. Los finales del máster, en cambio, serán la semana inmediatamente posterior a las vacaciones de navidad, así que me tocará estudiar entre polvorones y villancicos. Y no me quejo, oigan, que nada me gusta más que estudiar con frío, frente a la lumbre, mientras los demás hacen cosas supuestamente más normales, como, no sé, ver la tele o cosas de esas.

    Por lo demás, hoy he tenido la primera clase de una asignatura que se llama algo así como «Gestión y promoción de la obra literaria» y… A ver, cómo digo esto sin que resulte faltón. Creo que el profesor está más interesado en vender las bondades de su editorial que en que el alumnado aprenda algo o, sencillamente, pueda superar los exámenes de la asignatura. La experiencia ha sido tan triste y frustrante que solo me ha servido para reafirmarme en aquella opción que tomé hace ya tantos años de autopublicarme, de la que tantas veces he dudado durante la última década, solo para volver de nuevo a ella.

    Pienso que la industria editorial española -y creo que también en español, aunque no la conozco tanto- está enferma, como, por otro lado, lo están otras tantas industrias y sectores empresariales de nuestro maltrecho país. Pero es que en el mundo del libro la cuestión es sangrante. Dos megaempresas copan un mercado en el que fagocitan los descubrimientos de pequeñas editoriales, que a duras penas se sostienen, al tiempo que importan de forma intensiva obras extranjeras (en inglés, en general), que cuentan con una maquinaria de marketing insuperable. El panorama es una condena a muerte para el autor con criterio y ganas de hacer algo que no necesariamente encaje ni el mainstream ni en el nicho cultureta ni en el underground. Vamos, para escritores con personalidad y valores propios que huyan de etiquetas y estereotipos.

    Eso por no hablar de la cuestión más repetida durante el máster: Búscate un buen trabajo para no depender económicamente de lo que escribes y así poder escribir lo que quieras. Ya… Pero si tengo un buen trabajo y no dependo económicamente de lo que escribo, como es mi caso, dejo de necesitar muchísimas partes del enfermizo engranaje del sector editorial y, las que necesito, las contrato y me las pago con el buen sueldo de mi buen trabajo… Y sí, bueno, nunca seré, no sé, Sarah J. Maas, porque sin gran grupo editorial, en un mercado en el que los agentes literarios brillan por su inutilidad en los inicios del autor, es muy complicado tener visibilidad. Peeero, a ver, si ya tengo la vida resuelta, que por eso soy funcionaria de carrera, qué más me da la visibilidad ultra-súper-mega, a lo Grupo Planeta, que seguramente me llevará a lectores que no son necesariamente mi público objetivo, si con mimo, cariño y trabajo constante en mi proyecto puedo llegar a ese publico que sí va a disfrutar al máximo de mi libro.

    Y sí, ya sé, me dirás que no hay constancia, ni cariño, ni mimitos que lleven mi novelucha autopublicada a un público objetivo que es, seguramente, inexistente . No lo niegues, lo dirás, porque me lo han repetido tantas veces que, durante un tiempo muy largo, me lo llegué a creer, a pesar del montón de libros que vendía, y me hundí -y, conmigo, mis libros-. Pero resulta que todos los nichos de mercado son inexistentes hasta que alguien da con una tecla precisa, como los magos de JK Rowling o los dragones de Rebecca Yarros, por nombrar algunos.

    Así que estoy convencida de que sí, que el trabajo constante y sincero, cuando haces aquello en lo que crees, con mimo y mucho amor, es el que obtiene resultados, con independencia de que te publique Random House o lo hagas tú solita. Y para muestra, este botón que alguien dejó el pasado día 9 de septiembre en forma de comentario en mi primera novela (muchas gracias, Begoña, ojalá pudiera contactar contigo para explicarte hasta qué punto tu comentario me ha ayudado a reafirmarme en la decisión de seguir esta saga).

    Lo mejor no es que este comentario, que, por cierto, me ha hecho llorar de emoción, haya llegado en un momento crucial para la continuidad de la saga a la que pertenece esa primera novela, ni que lo haya visto justo después de esa clase sobre gestión y promoción que me ha reafirmado en la idea de que la autopublicación es mi camino. No, lo mejor es que ha llegado cuando llevaba más de seis meses, y diría que incluso más de un año, sin hacer absolutamente nada promoción del libro, ni de mí misma. Así que sí, este comentario se debe a esa magia que sucede cuando un libro encuentra a su lector, o viceversa, porque el orden de los factores no altera en absoluto el resultado.

    Y, ya lo sabemos, no podemos gustar a todos. Nuestras historias nunca encantarán a todo el mundo y hasta habrá quien las odie con fervor. Lo mismo ocurre con nuestra forma de escribir. Y está bien que así sea, siempre que se entienda lo fundamental, que todo libro -toda historia- va dirigida a un tipo de lector y es en él en quien debes centrarte. Descubre a tu lector objetivo y vuélcate en él, dáselo todo, porque, si encuentra tus libros, también ese lector te lo dará todo a ti. Es como una gran historia de amor a través de las páginas.

  • Empezando mi TFM: Reflexiones inspiradas por J.R.R. Tolkien

    Empezando mi TFM: Reflexiones inspiradas por J.R.R. Tolkien

    Estoy escuchando el prefacio de la edición en audiolibro de El señor de los anillos. He perdido la cuenta de las veces que lo he leído, pero reconozco que las ocasiones en las que lo he escuchado ya las igualan, o incluso superan. Creo que se debe a que oír esas palabras de Tolkien no deja de ser como reencontrarse y charlar con un viejo amigo. No miento si digo que es un lugar seguro para mí, en el que refugiarme con una taza de café cuando, por lo que sea, las palabras -las historias- no fluyen.

    Hay muchas cosas que me gustan del pensamiento de Tolkien y en las que, además, coincido, como, por ejemplo, su aversión hacia las alegorías. Pero también esa idea firme de que un buen cuento de hadas, que es como el autor se refería a la fantasía, pues todavía no se le había puesto nombre al género, debe tener -merece- un final feliz en el que todo entuerto queda resuelto, por duras que sean las tribulaciones sufridas por los protagonistas. Al giro de acontecimientos que da lugar a ese fin dichoso lo llamó eucatástrofe.

    Pero hay otra cosa más importante, a mi juicio, que me hace volver una y otra vez a él, la idea de que la fantasía es necesaria para comprender nuestro mundo y también mejorarlo. Es idea, creo, es el motivo real por el que escribo. Y, sí, es también el motivo por el que quiero escribir la historia en la que estoy trabajando.

    Explicarlo en este post ha sido bastante sencillo y creo que se entiende bien. Pero, por lo visto, soy incapaz de escribirlo en el apartado de Introducción de mi dichoso TFM. Desde ayer por la tarde que estoy dándole vueltas a la maldita idea, pero no hay modo.

    Quizás sea por la conocida presión de la primera frase. Ya sabéis, eso de que esa primera oración es clave para conseguir la atención y el interés del público. Ya me gustaría a mí conseguir un «Llamadme Ismael» o, incluso mejor, «En un lugar de la Mancha de cuyo nombre ni quiero acordarme». Pero soy solo yo la que escribe. A estas alturas de la jugada debería conformarme con ser capaz de escupir una frase, la que sea, y completar ese primer apartado (¡qué solo es el primero, por favor!) para poder seguir adelante.

    Agarrada de la sabia mano de Tolkien, quizás podría empezar con algo del tipo: «El presente trabajo pretende ser una hoja de ruta, una guía, para adentrarse en la peligrosa tierra de Fantasía, que, en palabras de J.R.R. Tolkien, está llena de trampas para los incautos y mazmorras para los temerarios» y a partir de aquí explicar que, sin ánimo de compararme con tan gran autor, sí pretendo proyectar -y escribir- lo que el autor de El señor de los anillos denomina en su ensayo Sobre los cuentos de hadas, un mundo secundario, en cuyo interior lo que se relata es verdad en tanto que está en consonancia con las leyes de ese mundo.

    ¿Qué os parece esto como inicio? Aunque no empiece con una frase memorable, no tiene mala pinta como primer borrador del primer apartado… Y, si tenemos en cuenta que lo que no había logrado sobre un documento de word en 24 horas lo he conseguido en unos 30 minutos en el blog, quizás, solo quizás, debería plantearme escribir el maldito trabajo en formato blog y, después, ya si eso, llevármelo al documento de entrega. Madre mía, con los vicios y manías de escritora.

    En fin, que voy a seguir trabajando, que con la tontería de escribir el primer apartado todavía voy en pijama y, a estas horas, ni siquiera he hecho la cama…

    PS: A veces el análisis del post del asistente IA es mágico para subir el ánimo y, encima, me da buenas ideas. Adjunto captura :p

  • La doble vida de una profesora escritora: chaparrones, exámenes y TFM

    La doble vida de una profesora escritora: chaparrones, exámenes y TFM

    El curso acaba de empezar y ya me estoy agobiando. Por lo general, el estrés comienza cuando empiezan las clases, pero este año, ni eso.

    El primer día fue agotador. Y no, no me dedico a levantar piedras ni cargar sacos de cemento, como me recuerda mi querida madre cada vez que oso insinuar que estoy cansada por el trabajo. Pero mi batería social es, digamos, limitada -muy limitada, especificaría-, y toda una jornada dedicada al reencuentro tras las vacaciones es, para una servidora, el equivalente mental a levantar sacos de arena o hacer dieciocho habitaciones de hotel. Soy una blanda, no lo voy a negar.

    Y si el día uno me destrozó, el día dos parecía que me había pasado la noche morreándome con un dementor: Ni pizca de alegría, cero fuerza, cero ánimo. Mi estado era tan patético que ni una legión de licántropos ofreciéndome chocolate lo habría mejorado. Por suerte, el clima acompañaba y el otoño meteorológico -que empezó día 1 de septiembre- decidió hacer acto de presencia abriendo las compuertas del cielo para que toda el agua allí almacenada, según una mitología que prefiero no recordar, cayera sobre la minúscula isla de Ibiza en el instante justo en el que mi microcoche, nada preparado para el clima lluvioso, y yo nos dirigíamos al trabajo. Afortunadamente, no hubo que lamentar heridos, salvo que queramos incluir en esa lista las sandalias que llevaba, cuyo nombre ha sido incluido hoy en la lista de muertos. Una pena, pero en todas las batallas hay bajas, y, seamos sinceros, mejor las sandalias que yo.

    Pero la conducción extrema en condiciones adversas y el baño de pies atravesando calles reconvertidas en río para llegar en hora a mi puesto de trabajo no fue lo mejor, qué va. Omitiré detalles, pero digamos que, en esta amada isla mía, después de un chaparrón, el ambiente de por sí cálido de inicios de septiembre, se transforma en sofocante, en especial dentro de un aula llena, mientras alumnos de otro profesor realizan un examen de cuatro horitas, con un descansito de quince minutos, que hubo que suprimir, por cortesía, por si las inclemencias del tiempo habían imposibilitado la llegada del alumnado a la hora establecida. Una sauna habría sido un lugar menos sofocante para pasar el rato.

    Y no, no encuentro analogía pop para describir el estado en el que llegué a casa. Solo diré que me quité la ropa y las sandalias -esto último fue difícil, porque se habían secado sobre mis pies y habían tomado su forma, casi hasta incrustarse en ellos-, me di una ducha rápida -con especial énfasis en mis maltratados pinreles-, me puse el pijama me metí en la cama y lo siguiente que recuerdo es el sonido de la alarma esta mañana.

    Hoy el día no pinta mejor, aunque si no llueve, con el consecuente aumento de la humedad relativa que convierte las aulas en calderas, me doy con un canto en los dientes. Bueno, eso, y si no hay problemas técnicos, pero esa es otra historia.

    Aunque nada de lo anterior es lo que me tiene agobiada. Para nada. Ni siquiera las ajustadísimas fechas de exámenes y correcciones que tengo según el calendario de septiembre. Nop. Lo que me tiene al borde de un ataque de nervios es el dichoso TFM, para el que, por cierto, ya tengo director, y sus maravillosas fechas de entrega. Porque, recordemos, una servidora, además de profe de español, es escritora. O eso pretendo. Pero el 26 de septiembre tengo que hacer la primera entrega del dichoso trabajo final y no tengo NADA.

    En, fin, lo dicho, que vamos por el cuarto día de septiembre y ya estoy agobiada. Habrá que aplicar lo aprendido hasta aquí, que se puede resumir como «mejor ocuparse que preocuparse», aunque también sirve aquello de «cada día tiene su afán». Personalmente, suelo pensarlo como «tarea a tarea» o «línea a línea», según el caso, pero, no os voy a mentir, se lo he copiado al Cholo Simeone y su «partido a partido». Y eso que no soy aficionada al fútbol, pero cuando uno lleva razón, la lleva, y ese hombre, con ese lema, tiene más razón que un santo.

  • Escritora accidental: Escribir para pensar, para entenderse o para crear la historia que deseas leer

    Escritora accidental: Escribir para pensar, para entenderse o para crear la historia que deseas leer

    Hoy podría escribir sobre por que este fin de semana ni he escrito ni he hecho ejercicio, aunque la entrada quedaría demasiado corta. Todo se reduce a que, en las actuales circunstancias, prefiero dedicar los días de descanso a aquello que el resto de la semana no puedo tener. No hay misterio.

    También podría hablar sobre los cambios y las esperas, pero me he dado cuenta que hay ciertas cosas, demasiado personales, demasiado privadas, que prefiero no airear. O, al menos, no hacerlo de esta manera o no en este momento.

    Y podría escribir sobre esos micromachismos, que en realidad son muy macro y están tan perniciosamente arraigados en las vísceras de la sociedad, que muchas personas ni siquiera saben identificar. Ese fue un tristemente divertido tema de debate anoche. Pero no me apetece volver a entrar en esa rueda.

    Por último, podría escribir sobre un pensamiento que ni es nuevo, ni es mío. O, al menos, no del todo. Es de Jaime Gil de Biedma, que solía decir de sí mismo que era un escritor accidental, pues, en realidad, solo era un lector que, en un momento dado, se había visto impelido -casi obligado- a coger la pluma.

    Resulta que sí, que a veces se escribe por pura necesidad de dar salida a aquello que tenemos dentro y solo sabemos procesar con tinta. También, de vez en cuando, escribir es una de las mejores formas de pensar. Una servidora, por ejemplo, solo piensa con cierta claridad cuando lo hace por escrito y, preferiblemente, a mano.

    Pero hay más modos de ser un lector que escribe. Incontables, me temo. Mi preferido, quizás porque encajo en él, quizás porque me cuesta horrores aceptarlo, es el del lector que se escribe a sí mismo los libros que quiere leer y no acaba de encontrar.

    Y esa soy yo: una lectora que escribe para pensar y para entenderse, para estar en paz consigo misma, para acallar la mente. Pero, sobre todo, una lectora que se cuenta las historias que quiere -necesita- leer. Y eso, amigos míos, me hace sentirme como un fraude, pues en mi fuero interno creo que un escritor debe desear crear y, especialmente, hacerlo para los demás, sean esos otros el frío y mecánico mercado editorial o los lectores.

    Pero no, yo no escribo para nadie, salvo para mí. Y me importan un bledo las modas, las tendencias, los géneros, los estilos… Porque escribo para mí, con el único fin de poder leer esa historia que tantos años llevo buscando pero todavía no he conseguido encontrar.

    Eso sí, querido lector, no te tomes esa última confesión como algo personal. Pues sí, es posible que escriba para mí -y para pensar, y para aclararme-, pero, en todo caso, me encanta que me lean -que me leas-. Quizás ese sea el rasgo más propio de un escritor que poseo, ese exhibicionismo visceral; ese ego, que nos lleva a compartir lo que hacemos, nuestra obra; esa necesidad de que las almas afines se identifiquen con nuestra esencia -¿nuestro dolor?- impreso en negro sobre blanco.

    En fin, quizás, el próximo lunes hable del fin de semana, de los cambios, las esperas o todo el camino que falta por recorrer para que ser mujer no sea un condicionante para nada. O tal vez, simplemente, volveré a usar el blog para pensar, comprenderme y calmar a esta hiperactiva cabeza mía.

  • Fin del verano y vuelta a la realidad. De rutinas, incertidumbre y miedos

    Fin del verano y vuelta a la realidad. De rutinas, incertidumbre y miedos

    Viernes, 30 de agosto, es casi sinónimo de final de verano. Qué narices. Lo es. Para mí, lo es. Hasta el día ha amanecido medio nublado, como si supiera que esto ya se acaba, que pasó la tregua, que llegó el fin.

    Aunque hay otro modo de verlo, por supuesto, pues, después de todo fin, hay un comienzo. Y no me vengáis con pamplinas de finales absolutos, pues sería lo único absoluto en este maldito universo de relatividad física y aleatoriedad cuántica. Seamos algo menos prepotentes y comprendamos que aquí, lo único absoluto, parece ser la ignorancia humana, revestida de arrogancia.

    Me voy por las ramas, como siempre. Lo que quiero decir es que estoy de vuelta en Ibiza, en casa, y, tras este último fin de semana de vacaciones -de verano metereológico-, el lunes vuelvo al trabajo y, una semana después, a la universidad. Se acabó el receso.

    Y no, mejor no me preguntéis sobre mis vacaciones de escritura, porque no quiero hablar de ello. Cuando pueda, si es que en algún momento puedo, ya lo haré. Pero el pasado, aunque sea estival, dejémoslo reposar en la memoria, que es su sitio.

    Respecto al futuro, ay, amigos míos, el futuro… ¡Qué maldito miedo le tengo ahora mismo al futuro! Al inmediato y al de más allá. Aunque ese temor, a pesar de sentirlo como tal, es posiblemente pura inseguridad. No sé si seré capaz de tirar adelante con todo, ya sabéis, el trabajo, el proyecto de fin de máster, las asignaturas, la vida en general.

    Pienso que me faltará tiempo y puede que también fuerzas. Pero, llegados a este punto, se me acaba el suelo firme y la única opción es saltar al agua y nadar. Nadar sin detenerme, como si no hubiera duda de que alcanzaré la siguiente orilla. Hay quien lo llama fe, yo prefiero decir cabezonería.

    Y después está lo demás, claro, que abarca desde qué, cómo y dónde escribo hasta el nombre con el que firmo. Y eso, me temo, también es inseguridad.

    Pensaba que volvería del descanso más fuerte, más segura y mucho más convencida de todo y resulta que ha sucedido lo contrario. O, tal vez, solo tal vez, todas esas inseguridades y miedos de los que ahora soy tan hiperconsciente ya estaban ahí y he conseguido sacarlos a flote, ponerles nombre y rostro para enfrentarlos cara a cara.

    En fin, que las vacaciones se acaban, que regresa la rutina, con sus idas y venidas, sus más y sus menos, y todas esas luchas, más o menos épicas, que enfrentamos cada día.

  • Superando el bloqueo emocional al escribir: Experiencias y consejos

    Superando el bloqueo emocional al escribir: Experiencias y consejos

    Paso a paso, palabra a palabra

    Se supone que estoy de vacaciones de escritura, y lo estoy, pero hoy me he levantado apática.

    Sucede que no me encanta lo que estoy escribiendo. Y, ojo, que he usado el verbo encantar y no gustar, ni convencer, porque creo que ahí está la clave. Bueno, no, ni siquiera está ahí. Creo que el punto es que mientras escribo -mientras creo- mi juicio queda suspendido y pierdo cualquier capacidad que haya podido tener antes para saber si lo que estoy haciendo es bueno o malo. Peor todavía, todo se vuelve emocional, desaparece la lógica y, en lugar de argumentos, quedan solo sensaciones.

    Todo estaría bien si esas sensaciones fueran fiables, pero me consta que no lo son. Varias veces ya he sentido que estaba escribiendo una mala historia, que ha acabado siendo de mis favoritas, o un pésimo personaje, al que he acabado amando por encima incluso de los demás.

    Es más, he perdido la cuenta de las veces que habría abandonado una historia por no ser lo que yo pretendía o por no darme esa sensación que ni siquiera sé explicar o por cualquier otra estupidez que no puedo poner ni en palabras, sino que debo describirla con ridículos gestos de las manos.

    Y de todas esas ocasiones, muchas he abandonado, y ni os imagináis cuánto me arrepiento, porque añoro esas historias perdidas como a los mejores amigos que no ves desde la infancia. Pero, más importante para este caso, son las ocasiones en las que he conseguido superar esa barrera, supuestamente emocional, construida a base de sensaciones, que acaban por demostrarse vanas, y el resultado han sido historias que, una vez terminadas, me han entusiasmado y personajes, que ya completos en su universo, han sido de los mejores que he escrito.

    Suele ocurrir que cuando, años después de haberlas escrito, vuelvo a aquellas historias que estuve a punto de abandonar por esas sensaciones sin nombre, tan similares a las que ahora siento, no solo me encantan sino que me parecen de gran calidad, y sé que queda feo que una diga eso de su propia obra. Pero es lo que es.

    Entonces, ahora mismo, estoy atravesando este extraño momento en el que dudo de todo y en el que las ganas de tirar la toalla son inmensas. Ese momento en el que pienso que estoy a tiempo de empezar otra historia, mejor que esta, o que quizás tengo que darle otra vuelta a la escaleta en lugar de escribir… Ese momento en el que cualquier cosa parece mejor idea que escribir.

    Pero una ya tiene unos años y ha acumulado experiencia suficiente como para saber que no hay que abandonar, no importa lo cuesta arriba que se ponga, no importa el bombardeo emocional sin soporte argumental alguno, no importa absolutamente nada, salvo seguir adelante.

    Y allá voy, paso a paso, ahora mismo a través de un desierto del que no veo el final, pero dispuesta a atravesarlo para encontrar aquel maravilloso oasis de mis recuerdos, esa tierra prometida, aquel paraíso perdido… Llegados a este punto, solo pueden ocurrir dos cosas: Que lo consiga, o que caiga en el intento.

    PS: Por cierto, las notas, bien 😀

    PS2: He usado el generador de títulos de la IA y aunque no me convence del todo, puede que tenga razón a la hora de decidir los títulos con forma de consejos para atraer tráfico… Habrá que ir probando a ver qué tal.

    PS3: Y sí, llevo varias entradas usando el generador de imágenes de IA en lugar del banco de imágenes directamente. Todavía no puedo decir si me gusta el resultado, habrá que seguir probando.

  • Vacaciones literarias: notas de exámenes y proyecto de escritura intensiva

    Vacaciones literarias: notas de exámenes y proyecto de escritura intensiva

    Hoy salen las notas de los exámenes. Dijeron el día, pero no la hora, así que podéis imaginar cómo van los nervios y el número de veces que, a estas horas de la mañana, ya he entrado en la web de la universidad a ver si hay algo publicado.

    Lo cierto es que no temo demasiado por el aprobado, pero una, que es medio ingenua, medio soñadora, por una vez se ha permitido alucinar con la posibilidad de que las notas sean buenas. Y hasta he hecho algo así como un trato o una apuesta conmigo misma y, según los resultados, puede que encamine mis pasos hacia el doctorado. Y esa suerte de juego conmigo misma no ayuda a mantener controlados los nervios.

    Por otro lado, la publicación de las notas supone, oficialmente, el inicio de las vacaciones, en especial si sumamos que ayer entregué las actividades del último cursillo de formación continua que pienso hacer este verano. Vale, lo admito, en un primer momento pensaba hacer otro más en el mes de agosto, pero he decidido regalarme el mes de verano por excelencia y dejar el próximo cursillo para septiembre. Que sí, que serán cincuenta horas de formación menos en mi haber, pero ya está bien de autoexigencias, al menos por lo que se refiere a este tema.

    Y así, con algo más de un mes de vacaciones que se presenta ante mí, he decidido sumergirme en la escritura como si no hubiera un mañana y dedicarme a mi proyecto de novela a un ritmo de entre 10 y 13 páginas diarias, lo que da como resultado una novelita de entre 300 y 400 páginas, más o menos.

    Básicamente, así es como escribí mi primera novela, allá por 2010, aunque la cuenta de páginas fue más de entre 3 y 5 la primera semana, de 5 a 10, la segunda, y de 10 a 20 -y a veces algunas más- el resto de ellas, hasta concluir los últimos días de agosto un librito de algo más de 400 páginas. Así que mi plan, básicamente, consiste en replicar aquella experiencia. Y, creedme, es el mejor plan de vacaciones que soy capaz de soñar porque un viaje de escritura tan intenso e inmersivo es… Bueno, no tengo palabras, digamos, solo, que te cambia la vida.

    Así que, oficialmente, esta es la última entrada del blog hasta que vuelva de mi viaje de escritura, allá por el tres de septiembre, que es el primer lunes laborable del mes de la vuelta al cole. Eso no quiere decir que no vaya a escribir nada en el blog, sino, sencillamente, que suspendo la obligatoriedad de publicar una entrada al día o, incluso, de publicar en absoluto; pero, si me apetece, simplemente, escribiré. En septiembre, con la vuelta a la rutina, ya retomaremos el ritmo normal.

    Y, ya que hablamos de rutina, he pensado que podría ser una buena práctica hacer un vídeo diario del proceso de escritura. En un primer momento había pensado en hacer un Tik Tok dedicado o un video blog, o algo así, pero después pensé que el proceso de edición y publicación podría quitarme tiempo y, sobre todo, desconcentrarme de la escritura y la creación de la novela (eso por no hablar de cuánto y cómo pueden desestabilizarme los comentarios), así que creo que es mejor sencillamente grabar el día a día y ya veremos después que hago con el metraje, si lo voy publicando como vídeos cortos, si monto una especie de making of o yo qué se. Se trata, más bien, de registrar la experiencia. Por lo demás, ya veremos. Y si, al final, queda solo como recuerdo de unas vacaciones de verano, pues bien, también.

    Así que, estos son los planes y las novedades. Espero que disfrutéis del verano tanto -o más- como tengo intención de hacerlo yo. Nos leemos a la vuelta.

  • Reflexiones desde el fin del mundo

    Reflexiones desde el fin del mundo

    Este fin de semana he tenido una muy mala migraña. No es que crea que hay migrañas buenas, para nada, es solo que algunas son especialmente incapacitantes. Y aunque hoy estoy mejor -mucho mejor- dos horas después de haberme levantado puedo decir que no estoy completamente recuperada. Con suerte, y en ello me enfoco, mañana estaré mejor que hoy, y así cada día, hasta que, una vez más, la crisis migrañosa se haya convertido en un mal recuerdo.

    Cuento todo esto porque esta mañana he visto un vídeo de Tik Tok que me ha hecho reflexionar. No es que el vídeo fuera especialmente agudo u original, para nada, más bien al contrario, el tipo que hablaba se dedicaba a dar vueltas en torno al concepto ese de que somos mucho más que un cuerpo, que esto es solo un vehículo, que el verdadero ser es espiritual y ese tipo de cosas.

    Y, oye, es posible que sea cierto.

    Y también es posible que no.

    En cualquier caso, nada cambia. Seamos seres físicos, y punto, o espíritus viviendo una experiencia material, si el vehículo a través del cuál vivimos esta experiencia, es decir, nuestro cuerpo, se rompe o no funciona como es debido, todo se va al garete.

    Sé que es una reflexión muy básica, muy obvia, en especial para alguien, como una servidora, que viene batallando desde hace más de una década contra problemas de salud varios. Pero, a veces, lo más obvio, no es necesariamente lo más fácil de ver.

    Ocurre que cuando la salud está realmente comprometida, absolutamente todo se relativiza, salvo la propia salud y el propósito de recuperación. Todo pasa a un segundo plano y, por ridículo que parezca, los más pequeños avances se convierten en éxitos y las rutinas relativas a la recuperación en bienestar. Al menos, esa es mi experiencia cuando he estado realmente mal.

    Pero, ay, amigos, cuando estás más o menos bien, vives en la ilusión de llevar una vida normal, o, al menos, muy funcional, y algo aparentemente tonto como una migraña te deja fuera de juego, parece el fin del mundo.

    Y en el fin del mundo las cosas se ven diferentes y una empieza a preguntarse qué ocurre si esa aparente normalidad, en la que una quiere creer que vive, resulta que es menos normal de lo que me permito ver. Y si, en realidad, por más que mire hacia otro lado, son más los días malos que los buenos, y si los buenos son únicamente aquellos en los que consigo alcanzar unos mínimos muy mínimos -tanto, que nadie se atrevería si quiera a llamarlos mínimos, salvo el que se aferra a ellos como clavo ardiente-. Y si, sin darme cuenta, resulta que vivir se ha convertido únicamente en sobrevivir y no hay opción de más.

    Menuda perspectiva. No, definitivamente no me gusta nada la vista desde este acantilado, mejor me doy la vuelta y veo si puedo desandar el camino recorrido.

  • Hastío veraniego

    Hastío veraniego

    Hay días en los que no apetece nada. Poco importa lo que sea que te propongan o tengas que hacer, sencillamente, no apetece. Da igual si se trata de comer tu postre favorito, practicar el deporte que más te gusta o poder dedicar horas a esa afición por la que tanto fervor sientes. Y también da lo mismo si hablamos de hacer una tarea rutinaria, pesada o poco agradable. Simplemente, no apetece y esa falta de apetencia, tan similar a la desidia, pues ni siquiera aumenta o disminuye o varía en forma alguna según la actividad, puede ser una barrera infranqueable.

    Hoy tengo uno de esos días y hasta escribir estas palabras en el blog me está costando horrores. Pero las estoy escribiendo. Y esto es porque cuando se da esta situación podemos optar por dos caminos opuestos, o bien forzar la máquina y hacer, sea como sea, aquello que te has propuesto hacer, o bien asumir que es uno de «esos» días y aceptarlo y sobrellevarlo de la mejor manera posible.

    Admito que soy de las que suelen forzar la máquina, aunque me consta que en ocasiones es contraproducente, pues, si estás en esta situación quizás sea porque tu cuerpo -tu ser entero- te está pidiendo a gritos que pares, descanses, tomes distancia, lo que sea, menos seguir adelante como si nada.

    Y es posible que así sea, pero, por si acaso, tengo una estrategia: Me doy un día de forzar la máquina, a veces dos, incluso tres o puede que hasta una semana. Si la situación sigue igual, comprendo que debo parar, por lo que sea, porque hay algo que tengo que ver, sentir, hacer -o no hacer- para que el proceso que sea en el que ando metida llegue a buen puerto. Aunque, por suerte, lo cierto es que rara vez se da esa concatenación de días de inapetencia y hastío, es más, esa es una extraña anomalía que sí merece toda mi atención.

    En este contexto, cuando, como hoy, de forma aislada, al menos de momento, se da esta conjunción de hastío absoluto y apatía extrema, como decía, fuerzo la máquina. Pero no lo hago de cualquier manera, qué va. He aprendido que hay actividades que siempre van a ser más dolorosas que placenteras, más aburridas que divertidas, más molestas que bienvenidas. Estos días de inapetencia absoluta son ideales para quitarse de encima estas tareas, pues, total, absolutamente nada que hagas hará que el día mejore -tampoco que empeore, se quedará así de gris hasta que te despiertes al día siguiente-. Y a eso los dedico.

    Por lo general, estos días, en especial cuando se presentan de forma aislada, pueden ser un regalo, a la larga, si sabes enfocarlos de la manera correcta, pues, si total, hagas lo que hagas, nada cambiará tu humor ni tu ánimo, por qué no usarlo para hacer eso que, en un buen día, sí conseguiría agriar al más pintado.

    Así que, siendo hoy uno de estos días grises -y encima el color del cielo acompaña, imagino que por exceso de calor-, y habiendo realizado ya la principal tarea de mis días veraniegos, que es escribir la entrada del día en este blog, me dispongo a concentrarme en las tareas de un absurdo curso de verano, que, creedme, me provoca un aburrimiento infinito, y, precisamente por eso, mejor hoy, que cualquier día bueno.

  • Mi guerra del arte

    Mi guerra del arte

    Hablemos de la Resistencia. Steven Pressfield se refiere a ella como una fuerza opuesta y correspondiente en intensidad a cualquier empeño que te propongas, en especial si es creativo, pero, según el autor de Legend of Bagger Vance tanto podemos toparnos con ella al decidir empezar una dieta o a ir al gimnasio como al iniciar la escritura de una novela. Y no, no solo aparece en el inicio de cualquier proceso creativo, sino que acecha constantemente, a la espera de cualquier oportunidad, cualquier señal de flaqueza por parte nuestra, para así desviarnos de nuestro camino, apartarnos de nuestro propósito.

    No me gusta demasiado el nombre de Resistencia, pero, claro, no se supone que deba gustarme absolutamente nada de ella, pues hasta cabría el peligro de que acabara romantizándola. Lo que puedo asegurar es que esa fuerza opuesta y proporcional a nuestro empeño en cualquier iniciativa existe, pues yo la he experimentado múltiples veces. Toma muchas formas y siempre ataca por donde menos lo esperas, pero, si te despistas, estás listo.

    También es verdad que Pressfield habla de fuerzas positivas, como la inspiración, representada por las musas, que nos ayudan y empujan, siempre que haya empuje por nuestra parte primero. La toma de acción en primer lugar y de forma principal debe ser nuestra, viene a decirnos.

    Pressfield tiene varios libros dedicados a esto de la vida creativa, todos en torno a la misma premisa de Empeño/Resistencia/Musas. El primero, y creo que el único traducido al español, que he convertido en mi libro de cabecera, es La guerra del arte, y nunca me cansaré de recomendarlo a cualquiera que quiera dedicarse a esto de la escritura, o cualquier otro arte u oficio análogo.

    Pero, además de esa lucha encarnizada y diaria contra la Resistencia y, gracias a nuestro trabajo, con el favor de las musas -llámalas musas, llámalo universo, o lo que mejor te convenga-, Pressfield también habla en sus libros de la necesidad de dedicarse 100% a la labor creativa. Resumiendo mucho su argumentación, diremos que si de verdad quieres algo, no valen medias tintas y en el mundo creativo, que suele requerir un esfuerzo descomunal, menos todavía. Y esto, amigos, se resume en, si quieres ser escritor, dedícate a escribir, aunque tengas que pasar una temporada durmiendo en un coche -como el propio Pressfield- o en un autocaravana -como Stephen King y su mujer antes del bombazo de Carrie-.

    Por suerte, si me atreviera a probar su método al completo, no tendría que vivir en una autocaravana -es más probable que acabe en una si me quedo mucho tiempo más en Ibiza, tal y como están los alquileres por allí- porque una de las cosas que gané en previos sacrificios de sueños y ambiciones fue, precisamente, una casa en propiedad, y las facturas, afortunadamente, son asumibles. La parte material, pues, estaría más o menos satisfecha, habría que estrecharse el cinturón y renunciar a caprichos y chorradas varias, pero, oigan , por un sueño como el de dedicarse a la escritura, es un precio pequeño, ¿verdad?

    El problema, la Resistencia, en mi hipotético escenario, tiene la cara de mi suegra y la risa sarcástica de su marido. Y, tras ellos, innumerables personas sin rostro del todo definido que se mofan y me señalan. Es como si a ese sinfín de espectadores, entre los que hay tanto seres queridos como desconocidos, les debiera una explicación justificada de la decisión de seguir mi sueño. Diría más, es como si a ese público no deseado, pero del que no consigo librarme, nada de lo que hiciera les pareciera bien, salvo lo que ellos dictan. E, incluso, si sigo sus dictados, hay juicio y señalamiento.

    Pero, peor que todo eso, es, me temo, mi falta de convicción. Y me explico, una servidora es capaz de hacer muchas cosas con todas las opiniones en contra, siempre y cuando esté totalmente convencida de que es el camino adecuado. A mis 42 años tengo múltiples ejemplos de ello, que no viene a cuento enumerar ahora, que me llevan a preguntarme en esta ocasión qué demonios es lo que pasa. Porque aquí el problema ya no es el imaginario público eternamente insatisfecho ni la susodicha Resistencia. En absoluto. Aquí el problema sería yo, que, o bien no me siento capaz de luchar -de nuevo- por mi sueño, no sea que vuelva a fracasar; o bien no creo que sea lo suficientemente buena y piense que primero debo probar en un entorno controlado -obviando ahí todos los inconvenientes, que son muchos, de ese entorno-; o bien sigo desconfiando del sistema y de la industria. Pero esta última ni siquiera me parece una excusa.

    La opción segura, la fácil, es optar por practicar en un entorno controlado hasta que, de alguna manera, suene la campana. Esa es la opción tradicional, la que prefiere mi imaginario público eternamente insatisfecho, y, por supuesto, la Resistencia. Esa es la que implica no querer al 100% lo que se supone que quieres, la de amar solo a medias.

    Pero la creación -¿me atreveré a llamarlo arte?- es una forma de amor, quizás una de las más elevadas y puras, y es un amante exigente. Algo así no se puede amar a medias, si es que acaso existe algún supuesto en el que el amor a medias pueda considerarse como tal, y personalmente creo que no.

    El amor, implica entrega gustosa y eso es lo que la creación -¿el arte?- pide. Uno no puede ser un creador -¿artista?- a medias. O lo eres o no. Y ahí no entro en las apreciaciones ajenas, porque en esta ecuación no caben. Se trata de ser y vivir con sentido y significado, acorde a lo que se es. Quizás, sencillamente se trata de aceptarse y defenderse. Tal vez, para que exista amor al arte debe de haber amor propio en primer lugar. No lo sé.

    La cuestión es si me atreveré a dar el paso y seguir los consejos de Pressffield en esto de la vida creativa, siendo a medias, amando a medias, y dejando que un gentío imaginario dirija mi vida por el camino que marque la Resistencia.

    Menudo dilema para una mañana de julio cualquiera.

  • De sueños y decisiones

    De sueños y decisiones

    Me ha costado muchos años, pero, al fin, he entendido que, por más que se desee, no se puede tener todo, aunque a veces parezca que sí. Cada día debemos tomar decisiones, algunas más superfluas, otras más profundas o importantes, pero todas ellas de un modo u otro determinantes. Y, lo peor, me temo, es que el hecho de no decidir, no actuar, es también una decisión en sí misma. Así que la parálisis, sea por el motivo que sea, no es una opción, porque también supone una acción, aunque sea en negativo.

    Y cada una de esas decisiones, por absurda que pueda ser, es una elección. En este contexto, la falta de decisión implica dejar que el contexto, o, peor, otras personas, elijan por ti.

    Todo esto viene a cuento de que desde hace un año, mes arriba o abajo, me encuentro en una encrucijada, que, más o menos, puedo describir como la necesidad de elegir entre mi fututo profesional y mi sueño de ser escritora o la vida que durante dos décadas había estado construyendo, con muchísimo esfuerzo. La primera opción implica estar alejada de mis seres queridos, de mi hogar y de todo lo que con tanto esfuerzo habíamos construido; la segunda implica renunciar al mejor trabajo del mundo y a mi sueño.

    Y voy a ser muy sincera, renunciar al trabajo me daría absolutamente igual de no ser porque es el único con el que sé que tendré tiempo y posibilidad de escribir. Pero renunciar, por segunda vez, a mi sueño de ser escritora no es una opción para mí, entre otras cosas porque ya lo he probado y sé lo que hay después de esa decisión: dolor, soledad y frío.

    Pero alejarme de las personas a las que quiero y de todo lo que con tantísimo esfuerzo hemos construido aquí no es sencillo y poco importa el apoyo que sienta por parte de esas personas de las que tanto me cuesta separarme.

    Así que me imagino que me toca ser fuerte porque no voy a renunciar a mis sueños, por mucho esfuerzo y sacrificio que me toque hacer. He elegido, he tomado una decisión y sé que es la correcta. Ahora solo me falta acostumbrarme a vivir con ella.

  • Fin de exámenes

    Fin de exámenes

    Y, al fin, el verano huele a verano.

    Terminé el domingo, aunque debo admitir que ese último examen de dos horas desde las 11:30 de la mañana fue más una prueba de resistencia que de conocimientos. El calor era infernal y por más aire acondicionado que hubiera en la sala, la sensación era asfixiante -aunque, quizás, el cansancio acumulado ayudaba a eso casi tanto como las temperaturas caniculares-.

    En fin, que ayer me tomé el día de descanso. Para ser exactos, diré que estuve en un estado de letargo similar al de los osos cuando hibernan, pero con todo al revés, es decir, con un calor de morirse y un hambre atroz, que era casi el único motivo por el que me levantaba del sofá.

    Hoy estoy algo mejor -no demasiado, no nos vengamos arriba-, pero, además, tengo claustro, así que no me queda otra que poner fin a mi pequeño descanso y aceptar que tendré que recuperar fuerzas mientras me reincorporo a la rutina. Muy fácil todo.

    Esta temporada de exámenes, que ha coincidido con mis vacaciones, porque, ya sabéis, a cierta edad, si no es vacaciones mediante, lo de preparar una examen en condiciones es prácticamente imposible, me ha traído un montón de ideas a la cabeza y algunas de ellas ni siquiera las he asimilado del todo todavía.

    Supongo que necesito reposarlas, observarlas y seguramente también cuestionarlas, pero ahora mismo, aunque no quiero precipitarme en mis conclusiones, la sensación es que necesito un cambio de vida, o, al menos, de enfoque. Creo que, en algún momento del camino que me ha traído hasta aquí, he olvidado cosas importantes, como, por ejemplo, quién soy, y me he dejado llevar por impulsos, ideas y necesidades que ni siquiera son mías.

    Sé que todavía estoy cansada porque el mero hecho de escribir esta entradita de blog me supone un esfuerzo enorme, así que voy a dar por cumplido el propósito de retomar hoy el blog y dejarlo aquí, con el compromiso de retomar la publicación diaria y la confianza de que cada día será más sencillo que el anterior, hasta volver a la normalidad.

  • Sin culpa

    Sin culpa

    Hoy no he trabajado ni cinco minutos en el proyecto de novela para el TFM. Y ya sabía que sería así. He tenido médico y sé, por experiencia, que cuando me toca consulta o, peor, algún tipo de prueba o tratamiento, no hay escritura. Mañana tengo que volver al hospital y, probablemente, tampoco habrá escritura.

    Comprendo que es normal que en estos días no pueda trabajar en la novela. Lo comprendo ahora. Hace unos años un día como el de hoy era causa de agobio y, con un poco de mala suerte, de bloqueo.

    Una autoexigencia demasiado elevada ha sido siempre uno de mis mayores problemas porque, cuando no cumplo mis propios estándares, me bloqueo. Y entonces sí que ya no cumplo nada. Lo peor de todo es que esos estándares son muy difíciles de cumplir porque, como digo, por defecto me pongo a mí misma el listón demasiado alto.

    Una situación como la de hoy y mañana habría sido sin duda una causa de bloqueo. Peor aún, mañana mi marido empieza las vacaciones, así que lo más probable es que disminuyan aún más las horas que pueda dedicar a la escritura. Y si a eso le sumamos que en dos semanas tengo los exámenes semestrales, pues, el bloqueo y la catástrofe habría estado asegurado.

    Pero esta vez hay algo diferente y, no, por desgracia no es que haya conseguido bajar mi listón imposible -o, al menos, no lo suficiente-. Lo que ha cambiado, o, mejor dicho, lo que ya no está, es la culpa.

    No me siento -y no me sentiré- culpable por no haber podido escribir hoy, o por no poder hacerlo mañana. Pero tampoco me sentiré culpable por disfrutar de unos días de vacaciones con mi pareja después de más de cinco años sin que hayamos compartido ni una semana de vacaciones en verano -sí en navidad, pero no es lo mismo-. Tampoco me sentiré culpable por tener que estudiar para los exámenes en lugar de escribir.

    Comprendo que soy humana, que tengo limitaciones y multitud de defectos. Pero también que una historia no se bloqueará por no poder prestarle el 100% de atención durante unos días.

    Es muy fácil escribirlo, veremos que tal se me da hacerlo.

  • Más mundo, más personajes, más historia

    Más mundo, más personajes, más historia

    Diario de escritura. Palma, 26 de junio de 2024.

    Segundo día de trabajo intensivo en la historia de «La bruja y el príncipe» y, sí, has acertado, si ayer estuve trabajando en Bruja y el mundo, hoy he trabajado en Príncipe y el mundo.

    Vale, ha sido algo más que eso. En primer lugar, he revisado todo lo que hice ayer y he atado algunos cabos sueltos antes de llevar la historia cronológica de Bruja hasta lo que creo que es su propósito en la historia (al menos, lo es en la trama que tengo en mi mente, pero en este momento las posibilidades de mutación son casi infinitas).

    Llegados a este punto, o quizás un poco antes, o un poco después, he dibujado el mapa del mundo, con sus dos continentes, que a lo mejor tendrán que ser más, y sus accidentes geográficos, caminos, etc.

    Y he entrado en pánico.

    Resulta que escogí esta historia como TFM y no otras igual de válidas porque era pequeñita y sencilla, con un mundo no demasiado grande, un argumento sencillo y una trama bastante simple. Pero ahora se está transformando en un puñetero monstruo. Y empiezo a pensar que quizás no llegaré a tiempo para meter todo esto en el TFM. Más aún, empiezo a pensar que quizás es todo demasiado para ser un libro único, autoconclusivo, como era el plan. Y eso me complica muchísimo la existencia.

    No sé cómo, pero he conseguido calmar el ataque de histeria y meter en una mazmorra a todas las voces que me decían que era imposible, que todo es demasiado grande, que me estaba equivocando. Acto seguido, me he puesto con la historia en orden cronológico de Príncipe y también la he llevado hasta ese punto que, espero, sea su objetivo en la historia.

    En total, hoy han sido unas seis páginas de historia cronológica, un mapa más o menos detallado del mundo y una hoja a dos caras de preguntas por resolver. Y estoy destrozada, casi como si me hubiera recorrido caminando de punta a punta los dos continentes de mi mapa.

    Mañana, en teoría, toca seguir con las cronologías de Bruja y Príncipe, quizás montarlas en un documento en el que se pueda ir viendo cómo encajan sus diferentes vivencias con los hechos que van ocurriendo en el mundo. Pero mañana también tengo médico (y pasado, también). Y, además, mi marido empieza las vacaciones el viernes, así que las horas de escritura se reducirán, sin contar que tengo que estudiar para los exámenes, que se me vienen encima el segundo fin de semana de julio.

    Uffff.

    Respira, Carmen, que esto lo haces por placer. Res-pi-ra.

  • Otra vez en mi burbuja, o el porqué de mi soledad

    Otra vez en mi burbuja, o el porqué de mi soledad

    Publicado originalmente el 27 de marzo de 2011 por Carmen en Tukitina’s World.

    Una y otra vez tropiezo con la misma piedra, que de cada día, por cierto, me parece más grande y ya no sé si calificarla como montaña. Todo se reduce, básicamente, a mi estupidez, pero, al menos en esto, no quiero dejar de ser estúpida: Tengo fe en el ser humano… Una fe que, en vista de las pruebas, parece inquebrantable, pues, por más palos que me den, una y otra vez, me expongo a recibir los mismos, y los recibo.

    Si me explayo aquí contando mi experiencia, que, imagino, a nadie importa, es, ni más ni menos, porque en algún lugar tengo que hacerlo y los psicólogos, sinceramente, salen caros… Tengo un defectillo, bueno, más bien muchos, uno de ellos más incordioso que los demás: No sé callar, tampoco mentir ni disimular… Lo sé… cualquiera que lea esto dirá, mentirosa, todos sabemos mentir. Sí, cierto. Puedo hacerlo, pero cada vez que lo hago algo en mi interior se remueve, ese algo, que suele tener forma de bola, va creciendo y creciendo y creciendo. Lenta pero inexorablemente la bola consigue que, a causa de la incomodidad, mute mi cara y refleje cuál espejo lo que mi alma se calla. Finalmente, la bola explota y suelto, a lo bestia, lo que me he estado callando… Eso ocurre una y otra vez, por lo que, a día de hoy procuro evitar la situación y , si voy a decir algo, mejor hacerlo de forma pausada, tranquila y premeditada, que en plan explosión nuclear…

    Me gusta respetar las opiniones ajenas, pero también me gusta que se respeten las mías y creo que el debate enriquece… Parece que soy la única que cree eso.  Una y otra vez me encuentro con circunstancias, más o menos absurdas, más o menos importantes, en las que, si no quieres ser apartado cual leproso o atacado cual acusado de brujería en la Edad Media, debes opinar igual que la mayoría o callar… Y ahí empiezan mis problemas, evidentemente.

    Da igual que se trate del vestido de María, que es horrible, todos sabemos que es horrible, pero nadie lo dice, todos sonríen y María, la pobre, va hecha un adefesio, pero feliz; o que se trate de una opinión política o religiosa o incluso deportiva… Hay que opinar más o menos en línea con la mayoría -con la masa- o callar….

    He observado que muchos, una aplastante mayoría, sobreviven callando, y de entre estos, los hay que callan por un lado, y después hablan por detrás, o insinúan veladamente, o hacen gestos, discretos siempre, que muestran su discrepancia. La actitud de los primeros, los que saben callar, la entiendo, e incluso la envidio, ¡la cantidad de sufrimiento que me hubiera ahorrado si supiera hacer eso! La de los segundos, en cambio, suele ser fuente de males.

    Quisiera saber callar y disimular, pero no sé. Quisiera ser capaz de dejar de confiar en la ilusión de libertad en la que vivimos y dejar de creer que es posible debatir con la gente sobre ideas discrepantes, siempre que se haga con respeto, sin poner en juego una amistad o una relación… Quisiera ser capaz de, simplemente, vivir sin más, sin involucrarme, sin que todo lo que hago me importara más de lo necesario, sin necesitar que algo me importe para hacerlo… Tal vez, pienso, esta imposibilidad que me mata sea un castigo o una condena… Tal vez, sin más, es que soy idiota.

    Alguien me dijo una vez que quiénes no son capaces de aceptarte cómo eres, aunque seas algo diferente, ni de dialogar sin aferrarse de antemano a sus ideas, no son dignos de llamarse amigos ni merecedores de tu compañía… Empiezo a pensar que ese alguien me quería mal, porque, desgraciadamente, como siga así, me voy a quedar más sola que la una.

    En fin, qué voy a decir, más allá de lo de siempre: me quedo en mi burbuja particular, tomándome unas vacaciones del mundo y de la vida, retomando fuerzas, para volver a salir a fuera, seguramente, para volver a tropezar, otra vez, con la misma maldita piedra.

  • Recuerdos de verano

    Recuerdos de verano

    Sugerencia de escritura del día
    ¿Cuál es la comida más rica que has probado?

    Qué pregunta más difícil la de hoy. Sobre todo, porque no me gusta demasiado hablar de comida. Aún así, creo que la mejor comida que he probado es una arroz marinera hecho justo después de haber ido a pescar, con lo que se haya traído en la barca.

    Hace muchos veranos, mi día a día era así: levantarse temprano, salir con la barca, pescar, nadar, volver, limpiar el pescado, preparar el arroz, hacer algo de siesta y escribir toda la tarde. Supongo que por eso me gusta tanto esa comida, me trae recuerdos de una época más fácil y sencilla.

    No sé por qué tenemos que crecer en lugar de quedarnos para siempre en alguno de aquellos veranos de la infancia o la adolescencia. Ojalá pudiera seguir comiendo aquel arroz de pescado recién traído del mar, ojalá, poder seguir escribiendo con aquella facilidad e inocencia.

  • Creando personajes y mundos

    Creando personajes y mundos

    Diario de escritura. Palma, 25 de junio de 2024.

    Después de un minipuente de tres días, he vuelto a ponerme con la novela para el TFM. Ya tiene nombre en clave, que no es lo mismo que decir título, para eso creo que falta bastante. Por lo general, los títulos no se ven con claridad hasta que la historia no está bastante avanzada, o incluso acabada. Aunque, es cierto, en algunos proyectos he tenido el título antes que ninguna otra cosa, pero es algo poco común y, al menos para mí, tal y como aumenta mi experiencia con la escritura, más evidente se vuelve que el título, al igual que la primera frase, es de lo último que se escribe.

    Bueno, me voy por las ramas. El nombre en clave del proyecto es «La bruja y el príncipe». No preguntéis por qué, sencillamente surgió así y durante estas primeras semanas de vida del proyecto ha demostrado funcionar a la perfección como nombre en clave. Y las tareas de hoy, cómo no, han sido de planificación, tanto de creación del personaje protagonista, esto es, la bruja, como del mundo.

    Lo cierto es que hoy pretendía escribir la historia de la bruja en orden cronológico, pero, al ponerme a ello, me he dado cuenta de que me faltaban algunos datos del mundo y de los sistemas de magia. Así que, mientras iba escribiendo la historia de la bruja también iba creando algunas cosas del mundo. Puede parecer un sistema de trabajo algo caótico, pero más o menos siempre lo he hecho igual, es decir, la creación de mis historias raras veces es lineal y compartimentada, sino que van creciendo así, como a ráfagas y en ramas relacionadas unas con otras.

    Sobre la bruja, mejor llamémosla Bruja, así, como si ese fuera su nombre propio, he podido escribir los primeros años de su vida hasta que tiene lugar el suceso que la deja marcada y la convierte en protagonista de la historia. Podríamos hablar de desencadenante, pero como todavía no sé cómo será la trama y, por lo tanto, no sé si ese suceso es realmente el desencadenante o si solo es un acontecimiento que conforma su carácter e historia. Ahí ya me he dado cuenta de que me faltaban algunos datos sobre los motivos que provocaban ese suceso traumático, sí, pero también sobre el mundo, su historia y detalles sobre, por ejemplo, cómo miden el tiempo.

    Así que, una vez escrita la historia de Bruja hasta ese acontecimiento traumático, me he puesto con el mundo, he creado una cronología que va del año 1 del mundo hasta el nacimiento de Bruja y, después, del año 1 para atrás, hasta la prehistoria de mi mundo. Debo admitir que me lo he pasado pipa haciendo eso, hasta más que creando a Bruja. Después, he trabajado un poco en dos de los principales sistemas mágicos y también en cómo cuentan el tiempo, el calendario, los nombres de los meses y días de la semana y, por último, pero casi más importante, en la forma en la que se refieren a las distintas eras y al cambio entre ellas.

    Una vez hecho eso, he seguido un poco más con la historia de Bruja, más concretamente, con la época inmediatamente posterior a ese primer acontecimiento traumático, y también con un personaje secundario, llamémosle Gato, que acompaña a Bruja y que en ese momento concreto de la historia cobra una relevancia particular.

    A partir de aquí me toca seguir con la narración cronológica de la vida de Bruja y Gato y, supongo, tendré que ir intercalando más trabajo en el mundo, como el sistema económico y la relación que tiene con las épocas históricas y los dos sistemas mágicos.

    Visto así, parece que he avanzado un montón, pero en total han sido solo unas cuatro páginas, aunque debo reconocer que no solo me lo he pasado muy bien creando todo esto sino que, además, cuando me he parado, porque tenía que empezar a preparar la comida, la sensación general era de satisfacción con el trabajo realizado. Y eso que, debo confesarlo, hoy no es un buen día por lo que a mi estado físico se refiere, así que puedo decir que ha sido un muy buen día de escritura.

  • Verdades copulativas

    Verdades copulativas

    Publicado originalmente el 2 de diciembre de 2010 por Carmen en Tukitina’s World.

    A algunos el mundo nos deja de lado. Suele ocurrir justo después de que nosotros le hayamos dado la espalda, pero jamás pensamos en abandonarlo del todo, sólo en buscar un sitio, un hueco, no muy grande y acogedor, en el que podamos seguir siendo bichos raros, medio dentro, medio fuera. Pero al mundo no le gustan las medias tintas… O estás o no estás y en ese momento una se plantea ¿qué hago? o mejor dicho ¿qué quiero? He ahí cuando la eterna cuestión shakespeariana recobra un nuevo sentido, al menos en Versión Original -No- Subtitulada (no hay mayor asesino de la verdad que una traducción a destiempo)

    To be or not to be… Estar o no estar, en el tema que nos ocupa, más allá del ser y la existencia. Porque ser y estar no distan tanto como en la lengua de Cervantes a priori puede parecer -digo parecer a consciencia, pues verbos copulativos y semicopulativos, tienen un matiz que al hablante común por lo general se le escapa-.

    Soy rara -o diferente- y por eso estoy desubicada. O quizás lo estoy por lo que soy. O tal vez únicamente lo parece, que lo soy, que lo estoy o ambas.

    No obstante, el conflicto no deja de ser el mismo, averiguar qué quiero, si estar o no estar -en ese mundo que parece no quererme y al que tampoco yo aprecio demasiado-, siendo lo que soy o sin serlo en absoluto. Dejar de ser no es una opción. Dejar de ser lo que soy, tampoco. Parecer que no soy lo que soy, sólo por estar, es algo de lo que no soy capaz. Estar por estar, sin ser ni parecer, está fuera de mis posibilidades.

    Si el mundo me deja de lado, tal vez, lo mejor, es que también yo le de la espalda.

    He aquí lo que soy y lo que parezco. Los que -continuando en el mundo del que yo me bajo- quieran algo de mí, ya saben donde estoy.

  • Jeans, camiseta oscura, botas negras o aquellos maravillosos años

    Jeans, camiseta oscura, botas negras o aquellos maravillosos años

    Sugerencia de escritura del día
    Si tuvieras que vestir siempre igual, ¿qué elegirías?

    Hace unos diez años, o quince, quizás, esa pregunta habría sido muy fácil de responder porque, básicamente, siempre iba vestida igual, desde la adolescencia: jeans, camiseta oscura, rebeca negra, botas negras. Así que, si tuviera que elegir, supongo, por lógica, debería remitirme a la que durante tantos años ha sido mi forma de vestir habitual.

    Pero, en torno a los treinta, algo empezó a cambiar en mí y en mi forma de vestir. Para explicarlo corto, diré que la vida se puso difícil -mucho- y, paulatinamente, yo fui sacándome el negro de encima y cambiándolo por colores y estampados que jamás habría considerado antes. Algo similar sucedió con los tejidos y los tipos de prendas.

    Aunque eso no fue lo único, externo o interno, que cambió en esa época. También coincide, año arriba o abajo, con el momento en que dejé de escribir. O, al menos, de hacerlo para afuera. Cuando cumplí 35 años mis novelas en curso se habían detenido, los blogs estaban en privado y mi armario se había llenado de colores y vestidos.

    Creo que en mi particular universo, el luto se expresa en colores vivos y páginas en blanco.

    Quería terminar este post con una frase que indicase cuándo empecé a salir de mi agujero technicolor y silencios por escrito, pero lo cierto es que creo que empecé a salir tan pronto como llegué al fondo y que estos siete años desde entonces han sido de puro ascenso, lento, doloroso e inconstante. Pero siempre hacia arriba.

    Ahora asocio los jeans y el color negro con un pasado brillante y espléndido y los colores y estampados con esa senda de ascenso. Así que, quizás, lo honesto sea decir que, mientras pueda escribir, me da igual hacerlo desnuda o vestida, de negro o con vivos colores. Al final, me temo, los ropajes que importan, son los del alma.

La Enésima Aventura

Un cuaderno de viaje con sueños, relatos y novelas en marchaHistorias vivas donde no serás espectador, sino acompañante de la aventura.

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